Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora. Fiona Brand
Читать онлайн книгу.no tiene nada que ver con el amor adolescente, pero sí tiene mucho que ver con la pasión adulta. Con las cámaras delante las veinticuatro horas, sería imposible mantener una mentira. Esos fotógrafos se quedaran con el hecho de que te deseo tanto que me duelen los dientes.
Celia sintió que se le atragantaba el aliento.
–No sé qué decir.
Malcolm se detuvo junto a la limusina. Saludó a la gente de nuevo y entonces volvió a mirarla con ojos de adoración. Todo era una farsa.
La ayudó a entrar en el vehículo y subió tras ella.
–Celia… –se apresuró a decir antes de que subieran Troy y Hillary–. Antes que mentir al respecto y levantar las sospechas de la prensa, es mejor ser sinceros sobre la atracción que sentimos. Tengo que decirte que… te besaré y te tocaré en público muy a menudo a partir de ahora.
Celia sintió un hormigueo que le recorría el vientre.
–Pero ya te lo he dicho. No podemos hacer esto. No podemos volver atrás. No voy a meterme en tu cama de nuevo.
–No importa –Malcolm le dio un beso en la punta de la nariz–. Tus ojos hablan por sí solos –le dijo en un susurro–. Las cámaras captarán la verdad.
Celia apenas podía tomar el aliento. La piel le ardía allí donde él la había tocado, donde la había besado.
–Dímelo, Malcolm. ¿Qué verdad es esa?
–Cariño, me deseas tanto como te deseo yo a ti –extendió un brazo por encima del respaldo del asiento y guardó silencio.
Troy y Hillary acababan de subir al coche.
Hillary sonrió de oreja a oreja.
–Bienvenidos a París, la ciudad del amor.
Malcolm estaba solo en el balcón del hotel. La Torre Eiffel estaba justo delante. Celia y los Donovan ya se habían ido a dormir a sus respectivas habitaciones. Pero Malcolm no era capaz de encontrar el sueño. Solía soñar con llevar a Celia a París. Imaginaba que la llevaba a un concierto y le proponía matrimonio en un sitio con unas vistas como esas.
De repente sintió el peso de unos ojos en la espalda. Se dio la vuelta bruscamente.
El coronel John Salvatore estaba en la puerta, con su traje gris de siempre y su corbata roja. El coronel trabajaba en la sede de la Interpol, en Lyon.
–Buenas noches, señor. Podría haber llamado, ¿sabe? ¿Alguna novedad?
–Nada –el antiguo director del colegio se paró a su lado–. He venido a tu concierto. Quería saludarte, Mozart.
Solían llamarle así en el colegio por todas las horas que pasaba tocando música clásica.
–Le agradezco el refuerzo en la seguridad, Salvatore. Lo digo de verdad. Descansaré mucho más sabiendo que Celia está segura hasta que las autoridades arreglen el problema en casa.
El coronel se aflojó la corbata, se la quitó y se la guardó en el bolsillo.
–¿Seguro que sabes lo que haces?
Malcolm sacudió la cabeza. Sus ojos seguían fijos en la Torre Eiffel.
–No. Pero no puedo echarme atrás ahora.
–¿Tienes algún tipo de venganza personal en contra de ella?
–¿Qué? Pensaba que me conocía bien.
–Sé lo mal que estabas cuando apareciste en el colegio.
–Todos estábamos mal.
–Intentaste huir tres veces.
–No quería que me encerraran.
–Al intentar huir te arriesgaste a terminar en la cárcel –Salvatore apoyó los codos en la barandilla.
El suelo estaba siete pisos por debajo. El tráfico, escaso a esa hora, pasaba a toda velocidad. Muchachos que andaban de fiesta por las calles de París entraban por la puerta del hotel en ese momento.
–Pero usted nunca informó de mis intentos de huida.
–Porque sabía que eras uno de los pocos chicos que llegaban a esa escuela siendo inocentes.
Malcolm se puso erguido. Aquello era toda una sorpresa. Él nunca se había declarado inocente de nada y todo el mundo había dado por supuesta su culpabilidad, todos excepto Celia, pero incluso ella le había dado la espalda en el último momento. No la culpaba por ello, no obstante.
–¿Cómo puede estar tan seguro?
–He visto entrar por la puerta del colegio a muchos drogadictos y traficantes. Tú no tenías problemas de droga –dijo con contundencia–. Además, si hubieras tenido un problema de drogas, esta vida te hubiera matado hace mucho.
Una risotada ebria les llegó desde la calle en ese momento.
–Entonces cree en mí por las pruebas que tiene.
–Los hechos no hicieron nada más que reforzar la corazonada que tenía. También sé que un hombre haría cualquier cosa por un hijo. Imagino que aceptaste ese trabajo en el bar con la esperanza de ganar suficiente dinero para mantener a Celia y a la niña. No querías que la diera en adopción, e imagino que querías quedarte con el bebé porque tu padre te había abandonado.
–Maldita sea, coronel –Malcolm retrocedió y buscó una escapatoria que le permitiera huir de la verdad–. Pensaba que se había doctorado en historia, no en psicología.
–No hace falta ser psicólogo para saber que proteges a tu madre todo lo que puedes. Entiendo que tienes motivos para guardarle resentimiento a tu padre biológico. ¿No? ¿Tienes algún tipo de venganza que llevar a cabo entonces? ¿Buscas la revancha teniendo cerca a Celia?
–No. Dios, no. Celia y yo somos adultos ahora. Y en cuanto a nuestro bebé, ya casi es una mujer hecha y derecha, así que no hay vuelta atrás. La sola idea de una venganza es absurda.
–Nada lo es. Recuérdalo.
–¿Por qué no hablamos de su hijo entonces? ¿No tiene que asistir a un partido o algo así?
–Muy bien –Salvatore levantó las manos–. Te lo voy a decir muy clarito. Está bien que quieras proteger a Celia. Pero tienes que aceptar que tus sentimientos por ella no son absurdos. Eso es lo único que puedes hacer si quieres seguir adelante con tu vida –dijo Salvatore.
Un segundo después ya no estaba allí. Había desaparecido tan silenciosamente como había llegado. Malcolm se quedó solo en el balcón. Tenía que entrar y dormir, cargar las pilas para la actuación, cuidarse la voz, protegerse del frío. Sin embargo, no era capaz de dejar de mirar la Torre Eiffel. Teniendo en cuenta lo que Salvatore le había dicho, no tenía muchas posibilidades de dejar atrás el pasado. Por mucho que intentara seguir, seguía sintiendo mucha culpa por todo lo que había pasado. Y aún tenía sentimientos por Celia, sentimientos que no iban a desaparecer por mucho que los ignorara. ¿Por qué se negaba lo que más deseaba en ese momento? Nada le impedía intentar convencer a Celia para meterse en su cama de nuevo.
Y el concierto, que tendría lugar al día siguiente, era la ocasión perfecta para empezar.
Jugueteando con su collar de perlas de cultivo, Celia se quedó en el backstage con Hillary. Micrófono en mano, Malcolm recorría el escenario de un lado a otro, dándoles lo mejor de su voz a las hordas de féminas enloquecidas. Sus gritos rivalizaban con el sonido de la banda.
Por lo menos Hillary y Jayne Hughes, otra amiga en común, le hacían un poco de compañía. Jayne estaba casada con otro compañero de Malcolm del colegio. Todas habían ido a verle con sus maridos, pero también estaban allí para cuidarla.
Si bien Hillary resultaba de lo más cercana con sus vaqueros y la cara lavada, Jayne estaba tan increíblemente elegante con ese vestido que llevaba, que Celia