El hombre imperfecto. Jessica Hart

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El hombre imperfecto - Jessica Hart


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encontrar a un hombre tan interesante como interesado por ella; un hombre encantador y con carácter que le haga reír, que se comporte como un caballero y que consiga que se sienta sexy y segura a la vez.

      –¿Y cómo lo voy a lograr si Dom y tú me estáis sacando fotografías?

      –Al cabo de un rato, ni siquiera serás consciente de nuestra presencia –le aseguró–. ¡Ah! Ahí llega.

      Max se levantó para saludar a Darcy y se quedó sin aliento.

      Era una mujer verdaderamente espectacular. Había visto fotos suyas en las revistas, pero las fotografías no le hacían justicia. Irradiaba sensualidad desde su cabello rubio hasta su cuerpo voluptuoso, pasando por una boca que parecía la quintaesencia de la tentación.

      –Hola. Supongo que tú eres Max –dijo Darcy con su famosa voz ronca.

      –En efecto. Encantado de conocerte, Darcy.

      Max le quiso estrechar la mano, pero la modelo se rio y le dio un beso en la mejilla.

      –Dejémonos de formalidades –dijo Darcy, que se había ganado la atención de todos los hombres del club–. A fin de cuentas, me han dicho que vamos a ser grandes amigos.

      Max le ofreció una silla y lanzó una mirada asesina a Allegra.

      –¿Ah, sí? Parece que tú sabes más que yo.

      Darcy le dedicó otra sonrisa.

      –No te preocupes por eso. Nos vamos a divertir.

      Darcy y Max se llevaron bien desde el principio. Allegra pensó que tenía motivos para estar contenta y dio un trago de agua mientras miraba a la modelo, que echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada en ese momento. A continuación, Darcy parpadeó con coquetería, se inclinó hacia delante como si quisiera enfatizar su famoso escote y pasó una mano por el brazo de Max.

      Allegra tendría que haber estado encantada. Tras unos instantes de incomodidad, Max se había relajado y había conquistado a la modelo con su encanto y su sentido del humor. ¿Quién lo habría imaginado? El hermano de Libby estaba increíblemente atractivo con su nuevo corte de pelo, su traje y su camisa oscura con estampado de flores. No parecía el mismo hombre. Y todo estaba saliendo a pedir de boca.

      Pero Allegra habría preferido que Darcy no lo tocara tanto.

      Algo incómoda por la deriva de sus pensamientos, Allegra bajó la cabeza y clavó la mirada en su cuaderno mientras oía la conversación de Darcy y Max e intentaba pasar desapercibida en la medida de lo posible.

      Aquel artículo podía cambiar su carrera y abrirle las puertas de publicaciones más serias y más importantes.

      Se estaba jugando mucho.

      Pero, entonces, ¿por qué se distraía constantemente con las sonrisas de Max? ¿Por qué se le aceleraba el pulso como si la hubieran asustado? Y, sobre todo, ¿por qué deseaba que sus sonrisas fueran para ella y no para Darcy?

      Al cabo de un rato, renunció a tomar notas y empezó a dibujar a la pareja. Al fin y al cabo, no estaban diciendo nada de utilidad para escribir un artículo.

      Cuando terminó con Darcy, empezó con Max. Pero se sorprendió al ver que no estaba dibujando al Max de aquella noche, sino al Max de siempre, al hombre que ella conocía, al tipo que llevaba polos espantosos y que se tumbaba en el sofá de su casa, con el mando a distancia en la mano, a ver la televisión.

      –¿Qué estás dibujando? –dijo Darcy de repente.

      La modelo se inclinó sobre el cuaderno de Allegra.

      –¿Quién es ese? –continuó Darcy–. Dios mío, eres tú…

      –Sí, me temo que soy yo.

      Allegra se ruborizó.

      –Solo es un boceto…

      –Un boceto magnífico. Tienes mucho talento –declaró Darcy–. Me has dibujado muy bien. ¿Verdad, Max?

      Max lo miró y asintió.

      –Sí, es verdad. Aunque ningún dibujo puede captar tu encanto, Darcy.

      Darcy rompió a reír, encantada con el cumplido, y Allegra tuvo ganas de vomitar.

      Max estaba coqueteando descaradamente con ella. Quizás había llegado el momento de levantarse y dejarlos a solas.

      –Bueno, será mejor que me vaya.

      –No, no te vayas todavía –dijo Max.

      A Allegra le sorprendió. Creía que Max se quería librar de ella.

      –Si ya has terminado de trabajar, tómate una copa con nosotros –continuó él.

      –Sí, por supuesto –dijo Darcy con otra de sus sonrisas, mientras le acariciaba el hombro a Max–. Es una suerte que se te ocurriera la idea de escribir ese artículo. De lo contrario, nunca habría conocido a Max. Sinceramente, no puedo creer que ninguna mujer le haya echado el lazo todavía.

      –Sí, es asombroso.

      Allegra miró a Max, que sonrió y le dio la carta de los cócteles.

      –Prueba algo de nombre ridículo. Así te podrás reír de mí cuando se lo pida al camarero.

      Allegra tragó saliva e intentó concentrarse en la carta. ¿Se estaría poniendo enferma? Se sentía acalorada, tensa.

      Desafortunadamente, la lista de los cócteles no contribuyó a calmar su ansiedad. Estaba llena de cosas con nombres tan evocadores como Beso húmedo, Grito de orgasmo, Revolcón en la playa y Sexo contra la pared.

      Al final, carraspeó y dijo:

      –Tomaré un Martini Dry.

      –Cobarde –se burló Max.

      Darcy miró a Allegra y le empezó a hablar sobre el rodaje que había comenzado el día anterior. Conocía a Dickie, a Stella y a muchas de sus compañeras de Glitz, y era tan absolutamente encantadora que, a pesar de su insistencia en coquetear con Max, Allegra no pudo evitar que le cayera bien.

      De vez en cuando, Darcy metía la mano por debajo de la mesa y Allegra tragaba saliva y se preguntaba dónde lo estaría tocando y qué le estaría haciendo. Se sentía tan mal que se bebió el Martini a toda prisa para marcharse cuanto antes. Pero la modelo no le concedió esa oportunidad. Antes de que Allegra se diera cuenta de lo que había pasado, ya le había pedido una segunda copa.

      –Es lo justo –declaró Darcy con alegría–. A fin de cuentas, te has tomado una menos que nosotros.

      Capítulo 4

      ALLEGRA se tomó una segunda copa y, a continuación, una tercera. Ya no recordaba por qué se había sentido tan incómoda. Se lo estaba pasando en grande, intercambiando anécdotas de citas desastrosas con la modelo, mientras Max las observaba con humor.

      –No nos mires así –protestó Allegra–. Seguro que tú también has tenido alguna cita que ha sido un desastre.

      –¿Como esta? –replicó él en tono de broma.

      –No. Me refiero a citas de verdad –dijo Allegra, indignada.

      Darcy asintió.

      –Citas terribles. Las típicas situaciones en las que te das cuenta de que te has equivocado por completo y solo quieres huir.

      –O peor aún –intervino Allegra–, cuando alguien te gusta mucho y te das cuenta de que tú no le gustas a él.

      Max sonrió.

      –Sinceramente, no sé de qué estáis hablando.

      Darcy hizo caso omiso.

      –Yo le echo la culpa a mi padre. Puso el listón tan alto que ninguno de los hombres con los que he salido puede estar a su altura.

      –Tienes


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