El hombre imperfecto. Jessica Hart

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El hombre imperfecto - Jessica Hart


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aquella mañana, Allegra estaba tan preocupada con sus propios problemas que no prestó la atención debida al perro y, cuando por fin liberó a la mujer, Derek le puso las patas encima y le hizo una carrera en las medias.

      Desgraciadamente, ya no tenía remedio. Allegra se despidió de la señora Gosling y entró en el ascensor a toda prisa porque se le había hecho tarde.

      Las oficinas de Glitz, que se encontraban en la última planta del edificio, solían estar llenas de personas que iban de un lado a otro, siempre ocupadas; pero ese día se encontró con un silencio y una quietud que no presagiaban nada bueno.

      Acalorada y jadeante, se acercó al mostrador de recepción.

      –La reunión acaba de empezar –le informó Lulu, la recepcionista, con gesto de conmiseración–. Ya sabes que Stella odia que la gente llegue tarde. Será mejor que te busques una excusa. Di que te ha atropellado un autobús o algo parecido.

      –¿Un autobús? La venganza de Stella será peor que un autobús si no entro de inmediato –replicó con un gemido.

      Allegra respiró hondo, se arregló un poco el pelo y empezó a caminar hacia la sala de juntas, pero Lulu la llamó.

      –¡Allegra! ¡No puedes entrar así!

      –¿Así? ¿Cómo?

      –¡Tus medias!

      Allegra bajó la cabeza. Lo había olvidado por completo. Llevaba unas medias de repuesto en el bolso, pero no tenía tiempo para cambiarse.

      –¿Qué es peor? ¿Llegar tarde? ¿O llegar con una carrera en las medias? –preguntó a Lulu con desesperación.

      La recepcionista le lanzó una mirada que no admitía dudas.

      –Sí, supongo que tienes razón –continuó Allegra–. Será mejor que me cambie.

      Aquel fue el segundo error de Allegra en lo que iba de mañana. Se metió en el cuarto de baño y se encontró con Hermione, una de las becarias del departamento de marketing. Por desgracia, Hermione rompió a llorar de repente y Allegra no tuvo más remedio que escuchar su triste y larga historia. Cuando por fin se libró de su compañera, le había dejado dos manchas de rímel corrido en la blusa.

      Desesperada, se quitó las medias, sacó las que llevaba en el bolso y se las puso. Pero lo hizo con tantas prisas que las rasgó con la uña y terminó con otra carrera.

      –¡Maldita sea!

      Afortunadamente, la carrera quedaba debajo de la falda y no se veía. Allegra se incorporó, se miró en el espejo e intentó arreglarse el cabello. Le habían pasado tantas cosas que parecía una maníaca, pero no podía hacer nada. Si no iba de inmediato a la sala de reuniones, le darían su encargo a otra persona. Incluso era posible que Ianthe Burrows ya estuviera valorando las posibles opciones.

      Un minuto después, entró en la sala.

      –Lo siento.

      Todas las miradas se clavaron en ella, que llegaba roja como un tomate y con el pelo revuelto. El silencio fue abrumador. Stella no dijo nada; se limitó a bajar la cabeza y a clavar la vista en las medias de Allegra.

      Contra su voluntad, Allegra siguió la mirada de la directora y descubrió que la carrera se había hecho más grande y se veía por debajo de la falda.

      Horrorizada, deseó que la tierra se abriera bajo sus pies y se la tragara para siempre.

      –Las reuniones de redacción empiezan a las diez –dijo la directora con frialdad.

      –Sí, lo sé. Es que…

      Allegra no podía explicar que llegaba tarde porque se había detenido para ayudar a la señora Gosling y, a continuación, para animar a Hermione. Así que dejó la frase sin terminar y repitió, avergonzada:

      –Lo siento.

      Stella asintió con la cabeza y los demás retomaron su conversación anterior. Allegra se sentó, sacó bolígrafo y papel, dejó su tablet a un lado y se alegró al comprobar que no se había perdido gran cosa. Estaban hablando de los artículos del número siguiente.

      A continuación, se pusieron a discutir sobre las ventajas e inconvenientes de acostarse con amigos. Allegra se estremeció y se acordó de lo que había pasado años atrás. ¿Qué habría ocurrido si Max la hubiera besado aquella noche? Casi no se atrevía a imaginarlo. A fin de cuentas, Max era como un hermano para ella.

      Sin embargo, sabía que no se habrían conformado con un beso. Y lo encontró desconcertante, porque siempre había creído que ni Max era su tipo ni ella era el tipo de él. Desde luego, no se parecía nada a la rubia, dulce y ordenada Emma.

      No, definitivamente era mejor que siguieran siendo amigos. Acostarse con Max habría sido un error. Ni habrían podido compartir casa ni, por otra parte, ella se habría sentido en condiciones de pedirle que participara en su experimento.

      Pero, por suerte, Max no la había besado.

      Allegra apretó los labios, bajó la vista y se dio cuenta de que, inconscientemente, había estado dibujando una cara en la libreta.

      La cara de Max.

      Pero la boca no le había quedado bien, así que la borró y la corrigió con rapidez. Cuando volvió a mirar, se encontró ante la viva imagen del hermano de Libby. Ojos intensos, mandíbula obstinada, labios tentadores.

      Justo entonces, se acordó de que la noche anterior se había abalanzado sobre él y se le hizo un nudo en la garganta. Había sido una reacción espontánea, una forma como otra cualquiera de demostrarle su agradecimiento. Pero, cuando le pasó los brazos alrededor del cuello y le dio un beso en la mejilla, fue repentina y angustiosamente consciente de lo sexy, fuerte y masculino que era.

      –¿Es tu novio?

      Allegra se sobresaltó al oír la voz de Georgie, una de las periodistas más jóvenes, que se había inclinado sobre el retrato.

      –No, no –respondió, incómoda–. Solo es un amigo.

      Rápidamente, Allegra dibujó el espantoso polo de Max. La sonrisa de Georgie desapareció al instante.

      –Oh…

      Allegra respiró hondo y se dijo que, para dejar de pensar en Max, solo tenía que recordar su gusto con la ropa.

      –¡Allegra! –exclamó Marisa, la ayudante de Stella.

      –¿Sí?

      –¿Nos podrías hacer el honor de prestarnos tu atención? –ironizó la mujer.

      –Sí, sí, por supuesto –respondió con inseguridad.

      –¿Has avanzado algo con el encargo?

      Allegra asintió.

      –A decir verdad, sí.

      Todos la miraron con asombro.

      –¿Has encontrado a un hombre adecuado? –intervino Stella.

      –En efecto.

      –¿Quién es? –preguntó Marisa.

      –El hermano de una amiga mía. Max.

      –¿Y qué aspecto tiene? –insistió Marisa–. Espero que, por lo menos, esté bueno.

      Allegra les enseñó el retrato que acababa de hacer.

      –Umm… No está mal –dijo Marisa.

      –Bueno, no se puede decir que sea el hombre más atractivo del mundo, pero creo que encaja en el proyecto.

      –Parece prometedor. ¿Cómo es?

      –Es un tipo normal y corriente. Un ingeniero que juega al rugby y no sabe absolutamente nada de moda –dijo Allegra.

      –¿Y no está saliendo con nadie? Solo nos faltaría que su chica monte un número al saber que se va de copas con Darcy.

      Allegra


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