Maestros de la Poesia - César Vallejo. Cesar Vallejo

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Maestros de la Poesia - César Vallejo - Cesar  Vallejo


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va a dolerme el haber sido así.

      Mentira. Calla.

      Ya está bien.

      Como otras veces tú me haces esto mismo,

      pero yo también he sido así.

      A mí, que había tanto atisbado si de veras

      llorabas,

      ya que otras veces sólo te quedaste

      en tus dulces pucheros,

      a mí, que ni soñé que los creyeses,

      me ganaron tus lágrimas.

      Ya está.

      Mas ya lo sabes: todo fue mentira.

      Y si sigues llorando, bueno, pues!

      Otra vez ni he de verte cuando juegues.

      Nervazón de angustia

      Dulce hebrea, desclava mi tránsito de arcilla;

      desclava mi tensión nerviosa y mi dolor...

      Desclava, amada eterna, mi largo afán y los

      dos clavos de mis alas y el clavo de mi amor!

      Regreso del desierto donde he caído mucho;

      retira la cicuta y obséquiame tus vinos:

      espanta con un llanto de amor a mis sicarios,

      cuyos gestos son férreas cegueras de Longinos!

      Desclávame mis clavos ¡oh nueva madre mía!

      ¡Sinfonía de olivos, escancia tu llorar!

      Y has de esperar, sentada junto a mi carne muerta,

      cuál cede la amenaza, y la alondra se va!

      Pasas... vuelves... Tus lutos trenzan mi gran cilicio

      con gotas de curare, filos de humanidad,

      la dignidad roquera que hay en tu castidad,

      y el judithesco azogue de tu miel interior.

      Son las ocho de una mañana en crema brujo...

      Hay frío... Un perro pasa royendo el hueso de otro

      perro que se fue... Y empieza a llorar en mis nervios

      un fósforo que en cápsulas de silencio apagué!

      Y en mi alma hereje canta su dulce fiesta asiática

      un dionisíaco hastío de café...!

      Nochebuena

      Al callar la orquesta, pasean veladas

      sombras femeninas bajo los ramajes,

      por cuya hojarasca se filtran heladas

      quimeras de luna, pálidos celajes.

      Hay labios que lloran arias olvidadas,

      grandes lirios fingen los ebúrneos trajes.

      Charlas y sonrisas en locas bandadas

      perfuman de seda los rudos boscajes.

      Espero que ría la luz de tu vuelta;

      y en la epifanía de tu forma esbelta,

      cantará la fiesta en oro mayor.

      Balarán mis versos en tu predio entonces,

      canturreando en todos sus místicos bronces

      que ha nacido el niño-Jesús de tu amor.

      Oye a tu masa, a tu cometa, escúchalos; no gimas...

      Oye a tu masa, a tu cometa, escúchalos; no gimas

      de memoria, gravísimo cetáceo;

      oye a la túnica en que estás dormido,

      oye a tu desnudez, dueña del sueño.

      Relátate agarrándote

      de la cola del fuego y a los cuernos

      en que acaba la crin su atroz carrera;

      rómpete, pero en círculos;

      fórmate, pero en columnas combas;

      descríbete atmosférico, sér de humo,

      a paso redoblado de esqueleto.

      ¿La muerte? ¡Opónle todo su vestido!

      ¿La vida? ¡Opónle parte de tu muerte!

      Bestia dichosa, piensa;

      dios desgraciado, quítate la frente.

      Luego, hablaremos.

      Nómina de huesos

      Se pedía a grandes voces:

      -Que muestre las dos manos a la vez.

       Y esto no fue posible.

      -Que, mientras llora, le tomen la medida de sus pasos.

       Y esto no fue posible.

      -Que piense un pensamiento idéntico, en el tiempo en que un cero

       permanece inútil.

       Y esto no fue posible.

      -Que haga una locura.

       Y esto no fue posible.

      -Que entre él y otro hombre semejante a él, se interponga una

       muchedumbre de hombres como él.

       Y esto no fue posible.

      -Que le comparen consigo mismo.

       Y esto no fue posible.

      -Que le llamen, en fin, por su nombre.

       Y esto no fue posible.

      Para el alma imposible de mi amada

      Amada: no has querido plasmarte jamás

      como lo ha pensado mi divino amor.

       Quédate en la hostia,

       ciega e impalpable,

       como existe Dios.

      Si he cantado mucho, he llorado más

      por ti ¡oh mi parábola excelsa de amor!

       Quédate en el seso,

       y en el mito inmenso

       de mi corazón!

      Es la fe, la fragua donde yo quemé

      el terroso hierro de tanta mujer;

      y en un yunque impío te quise pulir.

       Quédate en la eterna

       nebulosa, ahí,

      en la multicencia de un dulce no ser.

      Y si no has querido plasmarte jamás

      en mi metafísica emoción de amor,

       deja que me azote,

       como un pecador.

      Piedra negra sobre una piedra blanca

      Me moriré en París con aguacero,

      un día del cual tengo ya el recuerdo.

      Me moriré en París -y no me corro-

      tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

      Jueves será, porque hoy, jueves, que proso

      estos versos, los húmeros me he puesto

      a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,

      con todo mi camino, a verme solo.

      César Vallejo ha muerto, le pegaban

      todos sin que él les haga nada;

      le daban duro con un palo y duro

      también


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