Maestros de la Poesia - César Vallejo. Cesar Vallejo

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Maestros de la Poesia - César Vallejo - Cesar  Vallejo


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jueves y los huesos húmeros,

      la soledad, la lluvia, los caminos...

      Piensan los viejos asnos

      Ahora vestiríame

      de músico por verle,

      chocaría con su alma, sobándole el destino con mi mano,

      le dejaría tranquilo, ya que es un alma a pausas,

      en fin, le dejaría

      posiblemente muerto sobre su cuerpo muerto.

      Podría hoy dilatarse en este frío,

      podría toser; le vi bostezar, duplicándose en mi oído

      su aciago movimiento muscular.

      Tal me refiero a un hombre, a su placa positiva

      y, ¿por qué no? a su boldo ejecutante,

      aquel horrible filamento lujoso;

      a su bastón con puño de plata con perrito,

      y a los niños

      que él dijo eran sus fúnebres cuñados.

      Por eso vestiríame hoy de músico,

      chocaría con su alma que quedóse mirando a mi materia...

      ¡Mas ya nunca veréle afeitándose al pie de su mañana;

      ya nunca, ya jamás, ya para qué!

      ¡Hay que ver! ¡qué cosa cosa!

      ¡qué jamás de jamases su jamás!

      Pienso en tu sexo...

      Pienso en tu sexo.

      Simplificado el corazón, pienso en tu sexo,

      ante el hijar maduro del día.

      Palpo el botón de dicha, está en sazón.

      Y muere un sentimiento antiguo

      degenerado en seso.

      Pienso en tu sexo, surco más prolífico

      y armonioso que el vientre de la sombra,

      aunque la muerte concibe y pare

      de Dios mismo.

      Oh Conciencia,

      pienso, si, en el bruto libre

      que goza donde quiere, donde puede.

      Oh escándalo de miel de los crepúsculos.

      Oh estruendo mudo.

      ¡Odumodneurtse!

      Poema

      De todo esto yo soy el único que parte.

      De este banco me voy, de mis calzones,

      de mi gran situación, de mis acciones,

      de mi número hendido parte a parte,

      de todo esto yo soy el único que parte.

      De los Campos Elíseos o al dar vuelta

      la extraña callejuela de la Luna,

      mi defunción se va, parte mi cuna,

      y, rodeada de gente, sola, suelta,

      mi semejanza humana dase vuelta

      y despacha sus sombras una a una.

      Y me alejo de todo, porque todo

      se queda para hacer la coartada:

      mi zapato, su ojal, también su lodo

      y hasta el doblez del codo

      de mi propia camisa abotonada.

      Poema para ser leído y cantado

      Sé que hay una persona

      que me busca en su mano, día y noche,

      encontrándome, a cada minuto, en su calzado.

      ¿Ignora que la noche está enterrada

      con espuelas detrás de la cocina?

      Sé que hay una persona compuesta de mis partes,

      a la que integro cuando va mi talle

      cabalgando en su exacta piedrecilla.

      ¿Ignora que a su cofre

      no volverá moneda que salió con su retrato?

      Sé el día,

      pero el sol se me ha escapado;

      sé el acto universal que hizo en su cama

      con ajeno valor y esa agua tibia, cuya

      superficial frecuencia es una mina.

      ¿Tan pequeña es, acaso, esa persona,

      que hasta sus propios pies así la pisan?

      Un gato es el lindero entre ella y yo,

      al lado mismo de su tasa de agua.

      La veo en las esquinas, se abre y cierra

      su veste, antes palmera interrogante...

      ¿Qué podrá hacer sino cambiar de llanto?

      Pero me busca y busca. ¡Es una historia!

      1892

      Romería

      Pasamos juntos. El sueño

      lame nuestros pies qué dulce;

      y todo se desplaza en pálidas

      renunciaciones sin dulce.

      Pasamos juntos. Las muertas

      almas, las que, cual nosotros,

      cruzaron por el amor,

      con enfermos pasos ópalos,

      salen en sus lutos rígidos

      y se ondulan en nosotros.

      Amada, vamos al borde

      frágil de un montón de tierra.

      Va en aceite ungida el ala,

      y en pureza. Pero un golpe,

      al caer yo no sé dónde,

      afila de cada lágrima

      un diente hostil.

      Y un soldado, un gran soldado,

      heridas por charreteras,

      se anima en la tarde heroica,

      y a sus pies muestra entre risas,

      como una gualdrapa horrenda,

      el cerebro de la Vida.

      Pasamos juntos, muy juntos,

      invicta Luz, paso enfermo;

      pasamos juntos las lilas

      mostazas de un cementerio.

      Setiembre

      Aquella noche de setiembre, fuiste

      tan buena para mí... hasta dolerme!

      Yo no sé lo demás; y para eso,

      no debiste ser buena, no debiste.

      Aquella noche sollozaste al verme

      hermético y tirano, enfermo y triste.

      Yo no sé lo demás... y para eso,

      yo no sé por qué fui triste... tan triste...!

      Solo esa noche de setiembre dulce,

      tuve a tus ojos de Magdala, toda

      la distancia de Dios... y te fui dulce!

      Y también fue una tarde de setiembre

      cuando sembré en tus brasas, desde un auto,

      los charcos de esta noche de diciembre.


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