Un cuento de magia. Chris Colfer
Читать онлайн книгу.inundaba por el sonido ininterrumpido y estridente de las campanas de la catedral durante diez minutos seguidos. Como los terremotos, el sonido metálico hacia retumbar la plaza del centro, al igual que las calles de la ciudad y las aldeas aledañas. Los monjes las hacían sonar de una manera frenética e irregular para asegurarse de que cada ciudadano despertara y participara del día del Señor y, una vez que despertaban a todos los pecadores, volvían a la cama.
Sin embargo, no todos se sentía afectado por las campanas de la catedral. Los monjes se habrían puesto furiosos si se enteraban que una joven de la campiña se las arreglaba para dormir a pesar del odioso estruendo.
Brystal Evergreen de catorce años de edad se despertó de la misma manera que lo hacía todas las mañanas, por el sonido de alguien que golpeaba la puerta de su habitación.
–Brystal, ¿estás despierta? ¿Brystal?
Sus ojos azules se abrieron luego de la séptima u octava vez que su madre llamó a la puerta. No era una niña que tuviera el sueño muy pesado, pero las mañanas le resultaban todo un desafío, ya que, por lo general, estaba exhausta por haberse quedado despierta hasta muy tarde la noche anterior.
–¿Brystal? ¡Respóndeme, niña!
Brystal se sentó en la cama mientras las campanas de la catedral repicaban por última vez a lo lejos. Encontró una copia abierta de Las aventuras de Tidbit Twitch de Tomfree Taylor sobre su barriga y un par de gafas sobre la punta de su nariz. Una vez más, Brystal se había quedado dormida leyendo, por lo que rápidamente se quitó las pruebas de encima antes de ser descubierta. Escondió el libro debajo de su almohada, guardó las gafas de lectura en un bolsillo de su camisón y apagó la vela que había quedado encendida toda la noche sobre la mesa de noche.
–¡Jovencita, ya pasaron diez minutos de las seis! ¡Voy a entrar!
La señora Evergreen empujó la puerta y entró con todas sus fuerzas a la habitación de su hija como un toro que acababa de ser liberado de un corral. Era una mujer delgada con rostro pálido y ojeras oscuras debajo de sus ojos. Su cabello estaba atado en un rodete firme sobre su cabeza que, al igual que las riendas de un caballo, la mantenía alerta y motivada al hacer las tareas del hogar.
–Entonces sí estás despierta –dijo levantando una ceja–. ¿Es mucho pedir una simple respuesta?
–Buenos días, mamá –dijo Brystal con un tono alegre–. Espero que hayas dormido bien.
–No tan bien como tú, aparentemente –dijo la señora Evergreen–. Honestamente, niña, ¿cómo haces para dormir con estas campanas horribles sonando todas las mañanas? Son tan fuertes que pueden levantar hasta a los muertos.
–Suerte, supongo –dijo bostezando con mucho entusiasmo.
La señora Evergreen colocó un vestido blanco a los pies de la cama de Brystal y le lanzó a su hija una mirada contundente.
–Olvidaste tu uniforme en el tendedero otra vez –dijo–. ¿Cuántas veces debo recordarte que lo vayas a buscar sola? Apenas puedo encargarme de la ropa de tu padre y tus hermanos, no tengo tiempo para lavar lo tuyo.
–Lo siento, mamá –se disculpó Brystal–. Lo iba a hacer cuando terminara de lavar los trastes anoche, pero al parecer lo olvidé.
–¡Tienes que dejar de ser tan despistada! Andar soñando despierta es la última cualidad que los hombres buscan en una esposa –le advirtió su madre–. Ahora, apresúrate y cámbiate para que me ayudes a preparar el desayuno. Es un gran día para tu hermano, así que prepararemos su comida favorita.
La señora Evergreen avanzó hacia la puerta, pero se detuvo cuando notó un aroma extraño en el aire.
–¿Eso es humo? –preguntó.
–Acabo de apagar una vela –explicó Brystal.
–¿Y por qué había una vela encendida tan temprano por la mañana? –inquirió la señora Evergreen.
–La… la dejé encendida accidentalmente toda la noche –confesó.
La señora Evergreen se cruzó de brazos y miró a su hija.
–Brystal, será mejor que no estés haciendo lo que creo que estás haciendo –le advirtió–. Porque me preocupa lo que tu padre pueda hacer si descubre que has estado leyendo otra vez.
–¡No, lo juro! –mintió Brystal–. Solo me gusta dormirme con la luz de una vela encendida. A veces, la oscuridad me asusta.
Desafortunadamente, Brystal era terrible para mentir. La señora Evergreen podía ver a través de la mentira de su hija como si fuera una ventana que acabara de limpiar.
–El mundo es un lugar oscuro, Brystal –dijo–. Eres una tonta si dejas que algo te diga lo contrario. Ahora, entrégamelo.
–¡Pero, madre, por favor! ¡Solo me quedan algunas páginas!
–¡Brystal Evergreen, no te lo estoy preguntando! –dijo la señora Evergreen–. ¡Estás rompiendo las reglas de esta casa y las leyes del reino! ¡Ahora, entrégamelo de inmediato o iré a buscar a tu padre!
Brystal suspiró y le entregó su copia de Las aventuras de Tidbit Twitch que había escondido debajo de su almohada.
–¿Y los otros? –preguntó la señora Evergreen con la palma abierta.
–Ese es el único que tengo…
–¡Jovencita, no toleraré más tus mentiras! Los libros en tu habitación son como ratones en el jardín, nunca hay solo uno. Ahora, entrégame los otros o iré a buscar a tu padre.
La postura de Brystal se hundió al igual que sus esperanzas. Se levantó de la cama y guio a su madre hacia una tabla suelta en un rincón de la habitación bajo la cual guardaba su colección oculta. La señora Evergreen tomó una bocanada de aire sorprendida cuando su hija reveló una docena de libros en el suelo. Había textos sobre historia, religión, leyes y economía, así como también obras de ficción de aventura, misterio y romance. Y a juzgar por las cubiertas y páginas gastadas, Brystal los había leído muchas veces.
–Oh, Brystal –dijo la señora Evergreen con pesadez en su corazón–. De todas las cosas que tiene una muchacha de tu edad para interesarse, ¿por qué tuviste que elegir los libros?
La señora Evergreen dijo la palabra como si estuviera hablando de una sustancia desagradable y peligrosa. Brystal sabía que estaba mal tener libros en su poder (las leyes del Reino del Sur manifestaban con claridad que los libros eran solo para los ojos de los hombres), pero como nada hacía más feliz a Brystal que leer, repetidas veces se arriesgaba a las consecuencias.
Uno por uno, Brystal besó cada libro en el lomo como si se estuviera despidiendo de una pequeña mascota antes de pasárselos a su madre. Los libros se apilaron hasta pasar la cabeza de la señora Evergreen, pero como ella ya estaba acostumbrada a tener las manos llenas, no le resultó difícil encontrar el camino hacia la puerta.
–No sé quién te los está dando, pero necesitas cortar toda relación con esa persona inmediatamente –dijo la señora Evergreen–. ¿Sabes cuál es el castigo para las niñas que son atrapadas leyendo en público? ¡Tres meses en un hospicio! ¡Y eso sería gracias a las conexiones que tiene tu padre!
–Pero, mamá –se quejó Brystal–. ¿Por qué las mujeres no tienen permitido leer en este reino? La ley dice que nuestras mentes son demasiado delicadas para ser educadas, pero eso no es verdad. ¿Cuál es la verdadera razón por la que nos mantienen alejadas de los libros?
La señora Evergreen se detuvo en la puerta y se quedó en silencio. Brystal entendió que su madre estaba pensando en ello, porque muy pocas veces se quedaba así por cualquier otra cosa. La señora Evergreen miró nuevamente a su hija con seriedad y, por un breve momento, Brystal pudo haber jurado que vio una leve chispa de empatía en