Secretos y pecados. Miranda Lee

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Secretos y pecados - Miranda Lee


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día, sin embargo, el foco primero de su atención no fueron las fotos, sino el hombre que estaba de pie delante de las ventanas. La luz que entraba por ellas delineaba su silueta y sus rasgos quedaban ocultos en sombras. Pero Alena no necesitaba verlos para reconocerlo. Su cuerpo y sus sentidos lo habían reconocido inmediatamente. Era Kiryl.

      Capítulo 3

      Después del primer shock, que la había dejado clavada en el sitio, una sensación parecida a la que había experimentado de niña al subir por primera vez en la montaña rusa se apoderó de Alena. La excitación y el miedo la embargaron en igual medida, un miedo horrible que luchaba con la euforia mientras su corazón caía en picado y subía de nuevo a gran velocidad.

      ¿Era una coincidencia que Kiryl estuviera allí? El corazón le latía con mucha fuerza. Se dijo que debía calmarse. Pues claro que era una coincidencia. Pensar otra cosa no le haría ningún favor a la adulta que quería ser. Kiryl no era el tipo de hombre que intentara impresionar a una mujer de aquel modo. Todos sus instintos le decían que no. Tenía que ser una coincidencia.

      No sabía si decirse eso hacía que se sintiera mejor o peor. La verdad era que ya no sabía qué sentir. Ni lo que sentía de verdad. Kiryl se movió levemente, de modo que ahora la luz caía sobre él. Su expresión era inescrutable; sus ojos verdes brillaban y el movimiento de su cuerpo al acercarse recordó a Alena el acecho deliberado de un poderoso animal que se dispusiera a saltar sobre su presa.

      –Alena, te presento al señor Androvonov –dijo Dolores.

      Alena quería decir que ya lo conocía, pero Kiryl se le adelantó.

      –Señorita Demidov, gracias por sacar tiempo para verme. Se lo agradezco.

      Alena se sentía mareada, al borde del desmayo, como si su cuerpo y sus sentidos hubieran girado en un cacharro de feria gigante.

      Kiryl le tendía la mano. Ella tuvo una reacción defensiva, el deseo casi infantil de esconder las manos a la espalda para que no la tocara, tan intensa e inmediata fue su conciencia del modo en que podía afectarle cualquier tipo de contacto físico entre ellos. ¿Y aquella mañana se había jurado que podía controlar sus reacciones con él? ¡Cómo se había engañado!

      Dolores la observaba, esperando que le estrechara la mano a Kiryl. Alena tendió la suya de mala gana y al hacerlo protegió su mirada de la inspección de él, pues no quería que leyera en ella la debilidad que sentía.

      La mano de Kiryl se apoderó de la suya; sus dedos fuertes y cálidos se cerraron sobre ella, manteniéndola cautiva. El cuerpo de Alena recordó, contra su voluntad, cómo la había sujetado el día anterior buscando el pulso en la muñeca y luego…

      Tragó saliva con rapidez para reprimir la excitación sexual que corría por su cuerpo.

      –Dolores dice que está pensando convertirse en donante de nuestra fundación –consiguió decir.

      Tenía que mostrarse sensata y madura. Tenía que pensar solo en la fundación de su madre y en la deuda de responsabilidad que tenía para con ella.

      –Sí –confirmó él–. Y he pensado que podíamos hablar de eso durante el almuerzo –continuó.

      La tensión que sentía Alena aumentó aún más.

      –Yo…

      Estaba a punto de decir que tenía otro compromiso, pero vio la mirada esperanzada y complacida que le dirigía Dolores y recordó que había dicho a la presidenta que estaba libre ese día.

      –Eso me daría ocasión de aprender más cosas sobre la fundación y su trabajo… y sobre su compromiso con ella. Sería una lástima que no pudiera dedicarme ese tiempo, ya que dejaré muy pronto el país por negocios.

      ¿La ponía a prueba? ¿Se atrevía a sugerir que no estaba comprometida con la fundación?

      –Sí, por supuesto –repuso Alena–. Estoy libre para almorzar con usted.

      –Excelente. Me he tomado la libertad de esperar que aceptara y he hecho algunos preparativos. ¿Está preparada?

      ¿Preparada para qué? ¿Una comida de negocios o…? «Deja de pensar así». Tenía que considerar aquello como un ejercicio de trabajo, un medio de mostrarle a su hermano que era capaz de controlar su herencia. El hecho de que Kiryl pudiera afectarla de un modo tan peligroso, tan sensual, era una debilidad que tenía que ocultarles tanto a él como a su hermano.

      –Sí. Sí, estoy preparada –asintió.

      Dedicó a Dolores lo que esperaba que fuera una sonrisa confiada y tranquila y Kiryl abrió la puerta para ella. Alena vio que Dolores parecía aliviada de que hubiera aceptado la invitación a almorzar. La presidenta había dicho que el donativo de Kiryl probablemente fuera muy generoso y continuado en el tiempo y no podían permitirse perder algo así.

      Por supuesto, para salir por la puerta tenía que pasar delante de él. El discreto aroma de su colonia no conseguía enmascarar su olor personal… al menos ante ella. Su cuerpo reaccionó intensa e inmediatamente; sus pezones se convirtieron en botones duros de excitación sexual que empujaban impacientes contra la opresión de su bonito sujetador de raso y encaje. Por un peligroso momento, casi subió una mano para cubrir esa traición de su cuerpo. Inmediatamente a continuación se sonrojó al reconocer lo fácilmente que habría podido traicionarse.

      ¿Qué tenía aquel hombre, y solo aquel hombre, que podía afectarle de aquel modo? Sentía un deseo salvaje de conocer la respuesta a aquella pregunta, pero era también consciente de la parte mucho más cauta y conservadora de su naturaleza que la urgía a no mezclarse en una situación que el instinto le decía que no podría controlar.

      Mientras Dolores los acompañaba al ascensor, se recordó que solo había accedido a una comida. Nada más. Una comida de negocios. El hecho de que él estuviera pensando hacer un donativo a la fundación de su madre era simplemente una coincidencia.

      Pero a pesar de decirse eso, cuando se quedaron a solas en el ascensor, un impulso que no pudo controlar la llevó a preguntar:

      –¿Qué le ha llevado a elegir la fundación de mi madre para su donativo?

      La incertidumbre de su voz, combinada con el rubor que iba y venía en su rostro, complacieron a Kiryl, aunque, por supuesto, no iba a permitir que ella se diera cuenta. Confirmaban lo que su instinto masculino le había dicho, que ella era vulnerable a él como mujer. Eso le gustaba. Le gustaba mucho. Había llegado el momento de jugar un poco con ella, de ponerla nerviosa mientras lanzaba un pequeño cebo para tentarla a acercarse más.

      –Estás dando por sentado que haré un donativo, aunque estoy seguro de que tu presidenta ha dejado claro que solo estoy contemplando esa idea. ¿Eso no resulta peligroso?

      Alena, pillada con la guardia baja, solo pudo protestar.

      –No. No lo doy por sentado. Solo quería saber… Siento curiosidad por saber por qué has elegido la fundación de mi madre.

      –¿De verdad? ¿O quizá confiabas en que la hubiera elegido por tu causa? ¿Porque quería… complacerte a ti?

      –¡No!

      El ascensor se había parado y se abrieron las puertas. Alena, sonrojada, se alegró de que hubiera varias personas esperando entrar. Salió ciegamente del ascensor, con la cabeza baja, sintiéndose avergonzada y expuesta, totalmente privada de sus defensas. Tenía la impresión de que él podía leer en su vulnerable corazón. Su penetrante mirada verde era demasiado intensa y astuta. Pero probablemente habría visto a muchas mujeres tan conscientes sexualmente de él como lo era ella en aquel momento. Muchas, muchas mujeres. Para ella, sin embargo, todo aquello era nuevo… algo que la subía a las alturas para lanzarla después a las profundidades, dejándola tan alterada que corría el peligro de perder la capacidad de razonar.

      Se dirigió instintivamente a la puerta principal del edificio, pero se detuvo bruscamente cuando Kiryl le tomó el brazo con firmeza y la hizo volverse


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