Las cartas sobre la mesa - Suyo por un fin de semana - Un auténtico texano. Andrea Laurence

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Las cartas sobre la mesa - Suyo por un fin de semana - Un auténtico texano - Andrea Laurence


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cierto orgullo. Seguía admirando a Annie por haber llegado tan lejos en un terreno dominado por hombres como el Capitán.

      El Capitán era famoso en el mundo del póquer por su gorra blanca de oficial de la marina y sus camisas hawaianas. Pretendía hacerse pasar por oficial retirado, aunque una vez había admitido en secreto delante del abuelo de Nate que se había comprado la gorra en una tienda de segunda mano en 1979.

      Como jugador, el Capitán era irritante y excéntrico, pero muy bueno. En los últimos treinta años, había ganado cuatro campeonatos y llegaba casi siempre a la final. Era conocido por agobiar a sus oponentes hablando. No paraba de contar viejos cuentos de sus días como marino, aburriendo a todo el mundo con anécdotas del mundo de la navegación.

      Su estrategia, sin embargo, funcionaba bien. Sus oponentes perdían la concentración cuando se topaban con él. Les pasaba lo mismo a los jugadores que se enfrentaban a Annie, aunque por razones muy diferentes. Ella era capaz de acelerar el pulso de cualquier hombre y hacerle olvidar cómo jugar.

      Nate podía comprenderlo. Era una mujer irresistible. La verdad era que no sabía cómo había podido estar tanto tiempo con ella con nada más que un beso. Esa semana iba a ser una tortura para los dos.

      Tragando saliva, se removió en su asiento, incómodo por la excitación que Annie siempre le causaba. Solo de verla le daban ganas de tocarla. Y cada vez le costaba más fingir indiferencia ante ella.

      La deseaba. No quería seguir casado con ella, ni vivir con ella. No quería sentir nada, solo necesitaba tocarla y saciar su hambre. Quizá, no pasaría nada si lo hacía. Solo era sexo. La última vez que se habían acostado juntos, había sido increíble. ¿Por qué no recuperar aquella conexión física antes de volver a separarse? Seguro que podía acostarse con ella sin perder la cabeza.

      Esa noche se celebraba la fiesta de bienvenida del campeonato. Habría mucha bebida, iluminación suave y música sensual para calentar motores para la semana.

      Por supuesto, llevar a Annie a su lado hacía que la fiesta le resultaba mucho más atractiva. Al imaginársela con un vestido ajustado a su voluptuoso cuerpo, riendo mientras sorbía su copa… Quizá, podría rodearle la cintura con el brazo y llevarla a la pista de baile. Luego, la apretaría contra su pecho y le daría un suave beso en el cuello…

      Haciendo un esfuerzo, Nate trató de concentrarse en los monitores.

      Afilando la mirada, meneó la cabeza. Tessa era malísima. No tenía ninguna intuición. Al parecer, Annie no estaba aprovechándose de su hermana, ni la estaba machacando en el juego como podría hacerlo.

      –Annie parece muy incómoda –señaló Nate. Por lo general, estaba a sus anchas en la mesa de juego, pero esa noche, no. Estaba pálida, se movía mucho en su asiento, tenía los hombros caídos y los músculos tensos. No dejaba de mirar a su alrededor a los otros jugadores.

      –Quizá está nerviosa por estar espiando –opinó Gabe–. Puede ser mucha presión para ella. Y si… –comenzó a añadir, pero se interrumpió, mirando al panel de control con el ceño fruncido.

      –¿Qué pasa?

      –El micrófono está fallando. Hemos perdido conexión. Debe de haberse desconectado.

      Nate se alegró de que estuvieran haciendo la prueba antes del campeonato.

      –Iré a por Annie para ajustarlo.

      Cuando se acercó a la mesa de póquer, Tessa había terminado de jugar. Estaba sentada junto a su hermana, observándola con atención. Al verlo llegar, Tessa se giró hacia él y lo miró de arriba abajo con hostilidad. ¿Qué le habría contado Annie a su hermana para que lo odiara tanto sin ni siquiera conocerlo?

      Para llamar la atención de Annie, Nate pegó el pecho en el respaldo de su banqueta. Ella se puso rígida antes de darse cuenta de quién era.

      –Me preguntaba dónde te habías metido –dijo ella, echándose hacia atrás.

      Su olor a perfume especiado y a champú envolvió a Nate, haciendo que le subiera la temperatura.

      –Cuando termines esta mano, necesito verte en privado –indicó él, y se acercó a su oído para que Tessa no pudiera escucharlo–. Para hacer unos ajustes.

      Annie asintió y, cuando le llegó el turno, echó su carta con rostro impasible, haciendo que el jugador que tenía enfrente se removiera nervioso en su asiento.

      Entonces, Nate se inclinó y posó un suave beso en la oreja de su mujer.

      –¿No vas a presentarme a tu hermana? –le susurró él.

      Al instante, Annie se puso tensa. Esperó unos segundos más a que el otro jugador mostrara sus cartas, se llevó lo que había ganado y se giró hacia él.

      –Nate, esta es mi hermana pequeña, Tessa. Tessa, este es… –comenzó a decir Annie e hizo una pausa, esforzándose en pronunciar la palabra–. Mi marido, Nate.

      Nate le tendió una mano que Tessa aceptó sin mucho entusiasmo.

      –Un placer conocer por fin a alguien de la familia de Annie.

      –Pues no esperes conocer a mi madre pronto. Puede que solo me conozcas a mí antes de que lo vuestro termine.

      –Bueno, nos vemos en la fiesta, Tessa –señaló Annie, levantándose–. Nate y yo tenemos que ocuparnos de unos asuntos.

      –De acuerdo. Yo me voy arriba para prepararme para esta noche.

      –Lo siento –se disculpó Annie, cuando su hermana se hubo ido–. Ella creyó que me había vuelto loca cuando nos casamos. La idea de que haya vuelto contigo le parece inconcebible.

      –No me preocupa lo que piense. Vayamos a algún sitio privado.

      –¿A la habitación?

      –No, tengo que hacer un par de cosas aquí antes de ir arriba a ducharme –contestó él, la tomó de la mano y la llevó al pasillo que conectaba la zona de juegos con la parte más antigua del casino. Era una zona donde apenas iban los clientes, más interesados en las mesas de cartas.

      Apoyando a Annie contra pared, deslizó la mano tras su espalda para comprobar la batería. La luz roja estaba encendida y el cable conectado.

      –Debe de ser el micrófono.

      –Eso está… entre mis pechos –dijo ella, abriendo mucho los ojos.

      –Quizá lo está pisando tu sujetador –señaló él y le metió la mano debajo del jersey, deslizando un dedo por su estómago, hasta el borde del sujetador–. No estoy seguro dónde…

      Por el rabillo del ojo, Nate percibió que alguien se acercaba. Sin titubear, se inclinó hacia delante, la besó y posó la mano en su pecho.

      Annie se sobresaltó ante el repentino movimiento, pero le siguió la corriente. Le rodeó el cuello con los brazos y se apoyó contra él.

      Enseguida, la persona que había pasado a su lado desapareció, pero el beso no hizo más que crecer en intensidad. Ella le mordisqueó el labio, mientras él la penetraba con su lengua, saboreándola.

      Sin poder contener un gemido, Nate se dijo que debía tener cuidado, si no quería terminar tomándola sobre la mesa más cercana. Se obligó a apartarse, rompiendo la poderosa conexión que había entre ellos.

      –Cielos –murmuró él.

      –Sí. ¿Crees que ahora ya funciona el micrófono?

      Gabe respondió por el receptor que Nate llevaba en la cintura.

      –Todo bien. No tan bien como vosotros dos.

      Annie se apartó, se colocó la blusa y se limpió el carmín de los labios.

      –Me voy –dijo ella y comenzó a caminar con paso incierto hacia la caja para cobrar las fichas que había ganado.

      Tomando aliento, Nate se giró


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