Las cartas sobre la mesa - Suyo por un fin de semana - Un auténtico texano. Andrea Laurence
Читать онлайн книгу.Capítulo Cinco
La suite estaba silenciosa cuando Annie entró. Había esperado que Nate estuviera allí, pero no había señales de él. Mucho mejor. Necesitaba vestirse sin distracciones. Ya había perdido demasiado tiempo abajo, esperando que Nate terminara de ducharse y arreglarse.
Su beso en el casino había sido una excusa para que nadie descubriera lo que estaban haciendo. Sin embargo, cuando él la había tocado, el mundo había desaparecido a su alrededor. Estaba claro que la poderosa atracción que los unía era más fuerte que los miedos de ella o que el rencor de él. Nada de eso importaba cuando se tocaban.
Pronto, acabaría acostándose con él, reconoció para sus adentros. Y lo haría encantada. Pero no debía ir más lejos. No podía soñar con la reconciliación, ni con tener un futuro juntos. Ahí era donde se había equivocado la última vez.
Al entrar en el dormitorio, Annie vio el traje de Nate sobre la silla. El espejo del baño seguía empañado. Él acababa de estar allí.
Con aire ausente, comenzó a vestirse. Sacó un par de medias de encaje del cajón y unas braguitas de seda. No podía llevar sujetador con ese atuendo, así que tampoco podría llevar el micrófono. Se quitó la batería que llevaba pegada a la espalda y la dejó en la mesilla.
Cuando iba a sacar el vestido del armario, oyó un suave gemido a su espalda.
–Maldición.
Girándose, vio que Nate estaba en la puerta. Ella llevaba solo las braguitas y las medias puestas, pero no se preocupó en cubrirse. No era una persona vergonzosa. Además, él ya había visto y tocado cada centímetro de su cuerpo. Por otra parte, al dejar que viera lo que iba a llevar debajo del vestido, la desearía todavía más durante la noche.
Aunque ella también iba a sufrir lo suyo, porque Nate tenía un aspecto increíble con su esmoquin. En vez de corbata, se había puesto una camisa color marfil sin cuello con un botón negro en la parte superior. Llevaba un pañuelo a juego en el bolsillo de la solapa. Por supuesto, era un traje hecho a medida, que le quedaba como un guante.
Annie ansió apretarse contra esa camisa y enredar los dedos en su pelo rizado. Se le endurecieron los pezones solo de pensarlo. Sin embargo, no podía hacerlo. Nate debía asistir a la fiesta. Él era el anfitrión.
Fingiendo desinterés, se dio media vuelta y se dirigió al armario.
–¿No sabes llamar a la puerta?
–Es mi casa. No tengo por qué llamar.
Annie se agachó para recoger los tacones, sacó el vestido del armario y se volvió hacia él.
–¿Te gusta? –preguntó mostrándole el vestido. Era un traje corto, de color azul, con un cuello de brillantes plateados. La espalda estaba abierta y terminaba justo encima del trasero.
–Mucho –respondió él con voz tensa–. Va a juego con tus ojos.
–¿Vas a quedarte ahí mirando cómo me visto?
Nate lo pensó un momento, sin dejar de contemplarla con intensidad.
–No… Solo quería decirte que te espero abajo. Quiero asegurarme de que está todo preparado.
Annie asintió.
–Nos vemos dentro de un rato.
–¿Te pido algo de beber?
–Un refresco sin azúcar –respondió ella con una sonrisa. Lo último que necesitaba era repetir la escena de la noche anterior con el champán–. Gracias.
Nate sonrió también, tal vez pensando lo mismo que ella. La recorrió con la mirada una vez más, antes de desaparecer por la puerta.
Media hora después, bajó a la sala de baile donde iba a celebrarse la fiesta. Esa noche, estaba reservada a las personas inscritas en el campeonato. La mayoría de los asistentes iba acompañado de su pareja. Eso disminuiría el número de invitaciones a bailar que solía recibir, se dijo, aliviada.
Era un deporte dominado por los hombres y no siempre había lugar para sus mujeres en los torneos. En esa ocasión, Nate se había molestado en disponerlo todo para incluirlas. Esa noche, estaban invitadas a la fiesta, por supuesto, y los días siguientes había excursiones a la presa Hoover y al Gran Cañón. Nate era un hombre muy detallista.
En cuanto Annie entró, varios amigos se acercaron para saludarla.
–¡La Barracuda! –exclamó Benny el Tiburón, contento de verla.
El Capitán le dio un gran abrazo de oso, mientras Eli le ofrecía invitarle a tomar algo.
Annie declinó su ofrecimiento, aunque la apresaron unos momentos con su charla. Eran hombres muy ruidosos y parecían tener muchas cosas que contar, como si no se hubieran visto en Atlantic City hacía un mes. El Capitán se había puesto su mejor camisa hawaiana y los demás habían optado por trajes de chaqueta en vez de los vaqueros y camisetas que solían llevar.
La mayoría había oído los rumores de lo suyo con Nate y todos querían conocer los detalles. Aquella era la gente que mejor la conocía y, por eso, a todos les sorprendía ver una alianza en su dedo.
Annie tomó la copa que Eli le tendió para brindar por su matrimonio y charló un rato con ellos antes de excusarse e ir a buscar a Nate.
Annie vio a Tessa. Su hermana estaba muy guapa con un vestido verde de satén, sin tirantes. Llevaba el pelo suelo sobre los hombros, como una cascada de fuego. Ella siempre había tenido celos del cabello pelirrojo de Tessa. Además, con solo veintidós años, se había convertido en una mujer muy hermosa.
A su lado, un hombre la rodeaba de la cintura. Cuando el hombre giró el rostro, Annie se dio cuenta de que era Eddie Walker. Furiosa, se dijo que no podía dejar que ese bastardo tocara a su hermana.
Sin pensárselo, atravesó la pista de baile y tomó a Tessa de la muñeca.
–¡Eh! –protestó Tessa, sin moverse de su sitio, mientras Eddie seguía sujetándola de la cintura.
–Tessa, ven conmigo ahora mismo –ordenó Annie, reproduciendo sin querer el tono de su madre cuando las castigaba.
–No –negó Tessa, agarrándose con más fuerza a Eddie.
–No te pongas en evidencia, Annie. Esto es una fiesta –dijo Eddie con sonrisa de gallito–. Es mejor que no te metas.
–No me digas lo que tengo que hacer. Tessa es mi hermana y no voy a dejar que esté con un tipejo como tú –replicó Annie, lanzándole dardos con la mirada.
Entonces, Eddie soltó a Tessa y su hermana se la llevó a un rincón apartado.
–¿Qué te pasa? –se quejó Tessa, soltándose de su mano.
–¿A mí? ¿Qué te pasa a ti? ¿Qué haces con Eddie Walker?
–Mira quién habla, señora Reed –respondió Tessa con gesto desafiante.
–No me refiero a eso. Eddie es… –dijo Annie, sin poder encontrar las palabras.
–¿Maravilloso?
–No. Es un sucio y apestoso tramposo.
Tessa abrió mucho los ojos un momento, quedándose boquiabierta. Al parecer, le sorprendió que su hermana supiera lo que se traía entre manos en las mesas de juego. Quizá, él la había convencido de que su reputación estaba intacta.
–Por favor, no te mezcles con él.
–Es demasiado tarde, Annie. Llevo seis meses saliendo con él.
¿Seis meses? ¿Cómo podía haberlo ignorado durante tanto tiempo?, se preguntó Annie. Sin duda, su hermana debía de haber hecho lo imposible para ocultárselo.
–No es un buen tipo, Tessa.
–Venga ya. Lo que pasa es que estás celosa.