Las cartas sobre la mesa - Suyo por un fin de semana - Un auténtico texano. Andrea Laurence
Читать онлайн книгу.y castigarme por haberte dejado. No puedo creerme que quieras estar casado conmigo después de todo lo que ha pasado.
Annie no tenía ni idea de si su andanada iba a servir a favor de su causa o en contra. Sin embargo, no pudo contener las palabras, tras tres años de silencio.
–Lamento que confundiéramos el deseo con el amor y nos metiéramos en este lío. Pero quiero cerrar este capítulo de mi vida y dejarlo atrás. No quiero más jueguecitos, por favor –añadió ella.
Nate dio un paso atrás con una sonrisa burlona en el rostro.
–¿Piensas que va a serte tan fácil? ¿Crees que solo con mirarme con tus enormes ojos azules vas a hacerme cambiar de idea?
Annie se puso tensa. Quería acabar con aquello cuanto antes. Y no quería volver a tener nunca más ni una sola razón para estar en la misma habitación que Nate. Era peligroso. Ella era demasiado vulnerable a sus encantos, por eso, cuanto más lejos estuvieran, mejor.
–¿Qué cobra tu abogado por hora, Annie? Si rechazas mi oferta, veremos quién se queda sin dinero primero.
Annie sabía que eso tenía todas las de perder, a pesar de sus fabulosas ganancias como jugadora profesional.
–Por favor, Nate –rogó ella, con la mirada baja–. No puedo cambiar lo que pasó entre nosotros en el pasado, pero no me obligues a poner en jaque mi futuro. Si alguien descubre que estoy espiando para ti, mi carrera habrá terminado. Seré la mujer más odiada del mundo del póquer.
Annie se quedó esperando, sin levantar la vista. No podía decir nada más. Había puesto sus cartas sobre la mesa, pero no tenía muchas esperanzas de conseguir nada con ello. Intuía que Nate se había propuesto vengarse y arruinarle la vida, bien en el juzgado o bien en la mesa de juego. Después de tres años, él la tenía donde quería.
–Estas son mis condiciones –afirmó él con voz fría–. ¿Quieres el divorcio o no?
Claro que lo quería. Pero…
–Es un chantaje.
Nate sonrió. Era obvio que estaba disfrutando al verla acorralada.
–No me gusta esa palabra. Prefiero llamarlo un acuerdo de mutuo beneficio. Yo capturo a los estafadores y me aseguro el torneo durante diez años. Tú consigues el divorcio sin arruinarte. Muy fácil.
Para Annie, no tenía nada de fácil.
–¿Por qué yo?
–Necesito a alguien de su mundo. Tú eres una excelente jugadora. Tienes muchas probabilidades de llegar a la final. Es perfecto.
No tan perfecto, pensó ella, y respiró hondo un momento. Quería desaparecer de allí cuando terminara el campeonato y no volver a ver a Nate nunca más. Aun así, el precio era alto. Tenía que espiar para él y, para colmo, fingir que estaban felizmente casados.
Pero el torneo solo duraría una semana. Si todo iba bien, podía jugar, darle a Nate un par de pistas y, con suerte, salir de allí como una mujer libre y soltera.
–¿Puedo confiar en que mantendrás tu palabra si cumplo mi parte del trato?
–Annie, sabes bien que soy de confianza –aseguró él, arqueando una ceja–. Si aceptas, llamaré a mi abogado y le diré que envíe los papeles.
No le quedaba elección, caviló ella, mirándolo a los ojos.
–De acuerdo, Nate. Trato hecho.
Capítulo Dos
Annie se arrepintió de sus palabras en cuanto salieron de su boca, pero no podía echarse atrás.
Nate la observó con incredulidad. Se enderezó, mientras digería su victoria.
–Bien –dijo él al fin–. Me alegro de que seas razonable –añadió, dejando el vaso sobre la mesa–. ¿Te has registrado en el hotel?
Annie no se había molestado en hacerlo. Sabía que él enviaría a sus agentes de seguridad a echarla en cuanto fuera a entrar en su habitación.
–No, aún, no. Quería jugar un poco primero.
–De acuerdo. Llamaré para que traigan tu equipaje. Lo has dejado en recepción, ¿verdad?
Annie abrió la boca para protestar, aunque él ya había empezado a dar órdenes por teléfono.
A pesar de que tenía su casa en Henderson, Nate solía quedarse a dormir en el Sapphire cuando estaba trabajando, lo que ocurría siempre. Tal y como ella recordaba, su suite tenía cocina, salón y comedor… pero solo una cama.
Frunciendo el ceño, se reprendió a sí misma por no haber hablado de todos los detalles antes de cerrar el trato.
–¿Dónde voy a dormir?
–En el dormitorio –contestó él.
–¿Y tú? –insistió ella, incómoda. Debía dejar ese punto claro cuanto antes.
–No duermo nunca, ¿recuerdas? –replicó con una sonrisa.
Eso era casi verdad. Nate tenía la habilidad de sobrevivir con solo tres o cuatro horas de sueño al día.
–Necesitas una cama, de todas maneras.
–Nos preocuparemos por eso cuando llegue el momento –señaló con una sonrisa todavía más radiante.
Sin embargo, su sonrisa no bastaba para engatusarla. Él estaba evadiéndose del tema a propósito, adivinó Annie, y miró el reloj. Eran más de las siete. Aunque se acostara tarde, el momento llegaría antes o después.
–He aceptado tu plan porque no me has dado elección. Pero no voy a acostarme contigo.
–No había planeado seducirte –repuso él, arqueando las cejas. Entonces, se acercó a ella y la rodeó con los brazos.
Annie se echó hacia atrás en el sofá, incapaz de escapar. Mientras su aroma la envolvía, recordó que ese mismo olor había impregnado sus almohadas en esa misma suite. En aquel tiempo, Nate había tenido la habilidad de tocar su cuerpo como un experto músico tocaba un instrumento. Ningún hombre le había dado nunca tanto placer. La química entre ellos había sido explosiva.
Cuanto más cerca estaba Nate, más dudaba ella que esa misma química se hubiera desvanecido con los años.
–Pero, si lo hiciera… –susurró él, mirándola de arriba abajo–. ¿Qué tendría de malo? No es un crimen acostarte con tu marido, Annie.
Al escucharle susurrar su nombre, Annie se sintió recorrida por una corriente eléctrica. Lo había dicho en el mismo tono bajo y sensual con el que solía decírselo al oído cuando hacían hecho el amor.
–Además, no recuerdo que tuvieras ninguna queja a ese respecto –continuó él.
Annie se pasó la lengua por el labio inferior. Después de todo ese tiempo, seguía deseando a Nate. No había duda.
–Eso fue hace mucho –consiguió decir ella, casi sin aliento.
–Ya veremos –repuso él, y se incorporó, rompiendo el hechizo de inmediato. Apartándose, le dio un último trago a su vaso y lo dejó sobre la mesa, dándole la espalda a Annie.
Parecía tan calmado y frío como si estuviera cerrando un trato de negocios, observó Annie. Entonces, lo comprendió. El objetivo de Nate no era solo capturar a los tramposos, había otras formas de lograr eso sin que tuvieran que fingir estar casados. Y sin que fuera necesario que él la tocara.
No, Nate quería hacerle pagar, adivinó ella. Estaba dispuesto a usar todas las armas de su arsenal, desde la seducción a la indiferencia, para asegurarse de que se sintiera incómoda y fuera de juego. Conseguiría el divorcio, pero la próxima semana sería un infierno. Además, sus probabilidades de ganar el torneo acababan de esfumarse, pues su concentración