Luna azul. Lee Child

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Luna azul - Lee Child


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esperar. Nos hicieron firmar un formulario. Decía que nosotros pagaríamos los gastos si la aseguradora no respondía. Decían que era solo un formalismo. Decían que hay problemas en los sistemas todo el tiempo. Decían que todo se iba a arreglar.

      —Imagino que no fue así —dijo Reacher.

      —Llegó el fin de semana, lo cual eran dos sesiones más, y después ya era lunes, y entonces nos enteramos.

      —¿Se enteraron de qué? —preguntó Reacher, aunque tuvo la sensación de que lo podía adivinar.

      La señora Shevick negó con la cabeza y suspiró y agitó la mano frente a su cara, como si no pudiera formar las palabras. Como si ya hubiera terminado de hablar. Su marido se inclinó hacia delante, con los codos en las rodillas, y siguió el relato.

      —El tercer año —dijo—. Cuando los inversores se pusieron nerviosos. Era incluso peor de lo que sabían. Era peor de lo que nadie sabía. Había cosas que el jefe no contaba. A nadie, incluida Meg. Detrás de bastidores todo se estaba viniendo abajo. No estaba pagando las cuentas. Ni un centavo. No renovó el plan de salud de la empresa. No pagó las cuotas. Simplemente las ignoró. El número de Meg daba error porque la póliza estaba cancelada. En su cuarto día de tratamiento nos enteramos de que no estaba asegurada.

      —No era su culpa —dijo Reacher—. Sin ninguna duda. Fue una especie de fraude o incumplimiento del contrato. Tiene que haber un remedio.

      —Hay dos —dijo Shevick—. Uno es un fondo de responsabilidad objetiva del gobierno, y el otro es un fondo de responsabilidad objetiva de la industria de seguros, los dos creados por este motivo en particular. Naturalmente nos fuimos directos hacia allí. De inmediato se pusieron a trabajar en cómo repartirse las responsabilidades, y apenas eso esté decidido van a reintegrarnos todo lo que hemos gastado hasta el día de hoy, y después se van a encargar de todo lo demás de ahí en adelante. Estamos esperando que llegue una decisión en cualquier momento.

      —Pero no pueden detener el tratamiento de Meg.

      —Necesita mucho. Dos o tres sesiones por día. Quimioterapia, radioterapia, cuidado y alimentación, escaneos de todo tipo, cuestiones de laboratorio de todo tipo. No puede acceder a beneficios públicos. Técnicamente todavía está en relación de dependencia, técnicamente con un buen salario. A ningún medio le interesa el caso. ¿Cuál es la historia? Hija necesita algo, sus padres están dispuestos a pagar. ¿Cuál es el gancho? Quizás no deberíamos haber firmado ese papel. Quizás se habrían abierto otras puertas. Pero lo firmamos. Ya es demasiado tarde. Obviamente el hospital quiere que le paguen. Esto no es algo de la sala de emergencias. No se puede condonar. Las máquinas cuestan un millón de dólares. Tienen que comprar cristales físicos de material radiactivo de verdad. Quieren el dinero por adelantado. Es lo que sucede en casos como este. Pago inmediato. Antes del pago no hay nada. No podemos hacer nada al respecto. Lo único que podemos hacer es aguantar hasta que aparezca alguien. Podría suceder mañana por la mañana. Tenemos siete oportunidades antes de que la semana se termine.

      —Necesitan un abogado —dijo Reacher.

      —No nos lo podemos permitir.

      —Probablemente hay un principio importante por ahí en algún lado. Probablemente podrían conseguir alguien que no les cobre.

      —Ya tenemos tres de esos —dijo Shevick—. Están trabajando a favor del interés público. Un grupo de chavales. Son más pobres que nosotros.

      —Siete oportunidades antes de que termine la semana —dijo Reacher—. Suena como una canción de música country.

      —Es lo que tenemos.

      —Supongo que casi cualifica como plan.

      —Gracias.

      —¿Tienen un plan B?

      —No como tal.

      —Podrían intentar no hacerse ver demasiado. Yo me voy a haber ido hace rato. La foto que sacaron no les va a servir.

      —¿Te vas a haber ido?

      —No me puedo quedar en ningún lado más de una semana.

      —Tienen nuestro apellido. Estoy seguro de que nos pueden rastrear. Todavía debe de haber papeles viejos dando vueltas. Un nivel por debajo de la guía telefónica.

      —Cuéntenme de los abogados.

      —Están trabajando gratis —dijo Shevick—. ¿Cuán buenos pueden ser?

      —Suena como otra canción de música country.

      Shevick no respondió. La señora Shevick alzó la mirada.

      —Son tres —dijo—. Tres hombres jóvenes y agradables. De un proyecto pro bono. Haciendo lo correcto. Con buenas intenciones, estoy segura. Pero la ley se mueve despacio.

      —El plan B podría ser la policía —dijo Reacher—. De aquí a una semana, si lo otro todavía no ha sucedido, podrían ir a la comisaría y contarles la historia.

      —¿Cuánto nos protegerían? —preguntó Shevick.

      —Supongo que no mucho —dijo Reacher.

      —¿Y por cuánto tiempo?

      —No mucho —dijo Reacher otra vez.

      —Estaríamos quemando las naves —dijo la señora Shevick—. Si lo otro todavía no sucedió, entonces nosotros a esa gente la necesitamos más que nunca. ¿A quién más podemos recurrir cuando llegue la próxima factura? Ir a la policía nos dejaría sin acceso a nada.

      —Vale —dijo Reacher—. Nada de policía. Siete oportunidades. Siento lo de Meg. De verdad. De verdad espero que salga bien de todo esto.

      Se puso de pie, y se sintió grande en el pequeño espacio cuadrado.

      —¿Te vas? —dijo Shevick.

      Reacher asintió.

      —Voy a ir a un hotel en el centro —dijo—. Quizás me doy una vuelta por la mañana. Para despedirme, antes de ponerme en marcha. Si no lo hago, fue un placer conocerles. Les deseo la mejor de las suertes con sus problemas.

      Los dejó allí, sentados en silencio en el cuarto medio vacío. Llegó solo hasta la puerta delantera y salió, y recorrió el sendero estrecho de cemento hasta la calle, y más allá, pasando junto a coches aparcados y casas silenciosas y oscuras, y cuando llegó a la calle principal dobló en dirección al centro.

      DIEZ

      En el lado oeste de la calle Center había una manzana específica que tenía en un lateral dos restaurantes, uno al lado del otro, y un tercer restaurante en su lado norte, y un cuarto restaurante en el lado sur, y un quinto atrás, que daba a la calle siguiente. Los cinco funcionaban bien. Estaban siempre concurridos. Siempre animados. Siempre se hablaba de esos restaurantes. Eran el circuito gourmet de la ciudad, allí mismo, todos juntos. A los camiones de reparto de alimentos y a los servicios de limpieza les encantaba. Una parada, cinco clientes. Las entregas eran fáciles.

      Lo mismo con las recaudaciones. Era una manzana ucraniana, dado que estaba al oeste de la calle Center. Pasaban a buscar el dinero por la protección otorgada puntuales como un reloj. Una parada, cinco clientes. Les encantaba. Pasaban al final del día, cuando las cajas estaban llenas. Antes de que pagaran a cualquier otro. Entraban al local, siempre dos tipos, siempre juntos, trajes oscuros y corbatas negras de seda y caras pálidas e inexpresivas. Nunca se decía nada. Técnicamente habría sido difícil demostrar la ilegalidad. De hecho nunca se había dicho nada, ni siquiera al principio, muchos años antes, salvo por una opinión estética subjetiva, y después un murmullo preocupado y solidario. Qué bonito que es el restaurante. Sería una lástima si le pasara cualquier cosa. Una conversación educada. Después de la cual se ofreció un billete de cien dólares, pero fue recibido diciendo que no con la cabeza, hasta que se añadió otro billete de cien, que fue recibido con un asentimiento. Después del primer encuentro el dinero por lo general se lo dejaban en un sobre, por lo general en


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