Ciudadanía global en el siglo XXI. Rafael Díaz-Salazar

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Ciudadanía global en el siglo XXI - Rafael Díaz-Salazar


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manera de ver, entender y vivir el mundo, empezando por el propio ser y continuando con los demás, de manera horizontal, formando red, dando confianza, seguridad y autoridad a las personas y a las sociedades, intercambiándose mutuamente, superando desconfianzas, ayudando a movilizarlas y a superar sus diferencias, asomándose a la realidad del mundo para alcanzar una perspectiva global que, después, pueda ser compartida por el mayor número de personas posible (Fisas, 1998).

      Esto requiere modificar la forma de concebir el conocimiento. En un mundo caracterizado por su complejidad, la rapidez de los cambios y la imprevisibilidad es muy importante superar la compartimentalización del conocimiento en áreas estanco —matemáticas, sociales, lengua, etc.— para abordarlo de manera global. La escuela debe proporcionar las categorías conceptuales que permitan seleccionar, organizar y valorar las distintas fuentes de información. Debe fomentar una forma de pensar a escala planetaria. Se trata de entender el conocimiento en un sentido amplio que incluya la capacidad de valorar la realidad local-global y aquellos aspectos más relevantes que afectan a la existencia humana. La educación debe promover la toma de conciencia de que se vive en un mundo interrelacionado cuyo dinamismo no puede aprehenderse de forma local, sino como un sistema global de conocimientos, aptitudes y valores en cambio constante. Esto supone redefinir los contenidos de manera que posibiliten la comprensión crítica del fenómeno de la globalización y de la violencia. En segundo lugar, reafirmar el vínculo entre paz, desarrollo, justicia y equidad a nivel local y global (Fien, 1991).

      Desde el punto de vista metodológico, se utilizan enfoques que promuevan una visión global y la capacidad para establecer conexiones e interrelaciones entre lo local y lo global. Procedimientos que potencien la capacidad para el encuentro y la aceptación de la diversidad, el respeto por el medioambiente; que incorporen la perspectiva de género y la transformación pacífica de los conflictos. Los métodos han de ser coherentes con los contenidos y valores que se proponen y, por ello, han de ser horizontales, participativos e incluyentes.

      En el ámbito de los valores y actitudes, se trata de impulsar el sentido de la ciudadanía global, la igualdad de derechos, el respeto, la tolerancia y la apreciación de la diversidad, en definitiva aquellos valores relacionados con la responsabilidad global.

      Por último, tiene que ser una educación orientada a la acción en estrecha relación con las ONG, con los movimientos sociales y con las organizaciones de la sociedad civil que integran redes internacionales y que promueven una creciente conciencia de “ciudadanía global” y, a partir de ella, definen pautas de participación y acción ciudadana frente a estas dinámicas. Existen múltiples iniciativas ciudadanas que se están desarrollando en todo el mundo, desde el pacifismo, el feminismo, la ecología y los derechos humanos.

      Educar las capacidades para la paz y la no violencia

      En tiempos de globalización, la educación para la paz, la no violencia y la ciudadanía global se convierte en un poderoso instrumento de transformación social que afecta a las instituciones sociales, estatales y también en el plano internacional, y que permite avanzar hacia la resolución pacífica de los conflictos.

      En el plano social, formado por las personas, grupos y comunidades, el papel de la educación es primordial en la promoción de una cultura de paz. La educación juega un papel relevante como una educación para el conflicto, para la solidaridad y la ciudadanía global, en la que la incorporación de estas cuestiones es primordial, que no se reduce solo al ámbito escolar, sino que se extiende a otros ámbitos de formación. Se trata de profundizar en las capacidades para la paz. Incluso durante la guerra hay elementos que conectan a la gente que lucha para sí. La construcción de paz busca identificar los elementos que provocan tensiones y los que ofrecen oportunidades para la paz.

      En el plano estatal, se trata de la defensa de los valores democráticos y del buen gobierno a partir, entre otras medidas, de la promoción de una política educativa que contemple las capacidades para la paz, relacionadas con el diálogo, la empatía, la escucha activa y la construcción de consensos. Se debe promover un currículo que favorezca una mayor comprensión de las raíces de la violencia, aportando claves para entender el mundo actual. Para ello será necesario mejorar la formación del personal docente, los planes de estudio, el contenido de los manuales y de otros materiales pedagógicos como las nuevas tecnologías de la educación.

      En el plano internacional, los organismos multilaterales deben promover programas educativos que incorporen la Agenda 2030 y, en particular, el Objetivo de Desarrollo Sostenible 16, relacionado con la paz y la justicia. En este ámbito, la Unesco ha jugado un papel muy relevante en la promoción de una Cultura de Paz, a partir de la Declaración y Programa de Acción sobre una Cultura de Paz, adoptado por las Asamblea General en octubre de 1999 (Resolución de Naciones Unidas A/RES/53/243).

      Capítulo cinco

      Migraciones y refugiados. Hacia una nueva ciudadanía global

      Gonzalo Fanjul, Juan Iglesias y Violeta Velasco

      Las migraciones internacionales se dividen tradicionalmente en dos flujos diferentes. Por un lado, se habla de migración económica, protagonizada por migrantes cuya principal motivación es la mejora de sus condiciones de vida. Por otro, se habla de migración forzosa para destacar un tipo de desplazamiento provocado por una causa de fuerza mayor que obliga a huir o salir de la comunidad de origen. En la migración forzosa, a su vez, se diferencia entre refugiados, que son aquellos que se mueven internacionalmente por alguna de las causas de movimiento forzoso recogidas en la Convención de Ginebra; desplazados, que son aquellos que se mueven forzosamente dentro de las fronteras de un mismo país; y otros migrantes forzosos, que son los que se ven obligados a desplazarse por otras causas primarias de fuerza mayor que no son recogidas en la Convención: migración climática, desplazamiento por grandes construcciones o proyectos de desarrollo, etc. Estos últimos tipos de migración se están incrementando en los como consecuencia de los desequilibrios ecológicos y económicos globales (Acnur, 2019; Idmc, 2019; Iglesias, Fanjul y Manzanedo, 2016; Migration Data Portal, 2020; OIM, 2020).

      Las principales tendencias de las migraciones internacionales en el mundo actual

      La primera tendencia que hay que destacar es el progresivo incremento y diversificación de los flujos migratorios internacionales. Un proceso relacionado con diversos factores entre los que destacan dos: por un lado, el proceso de globalización actual ha ampliado, de forma creciente, el reclutamiento de trabajadores extranjeros por parte de las economías centrales. La migración laboral internacional, principalmente aquella que se dirige desde países periféricos a países en desarrollo, se ha convertido, así, en un insumo central para los procesos de crecimiento de las economías centrales. Una migración, y es necesario recordarlo, que se produce, sobre todo, por la constante demanda de trabajo migrante mayoritariamente más barato y flexible, de dichas economías con el fin de ganar competitividad y rentabilidad global.

       Por otro lado, el constante crecimiento de los flujos migratorios forzosos está asociado, fundamentalmente, a las nuevas inestabilidades e inequidades políticas, socioeconómicas y climáticas que el actual proceso de globalización está creando en determinados países y comunidades periféricas.

      En el año 2019 se alcanzaron los 272 millones de migrantes internacionales en todo el mundo, lo que representa un 3,3% de la población mundial (Migration Data Portal, 2020). Una cifra que representa un claro incremento con respecto a los 155 millones de migrantes estimados en el año 2000 (2,8% de la población mundial), y los 84 millones del año 1970 (OIM, 2020). Unas cifras elevadas, pero que evidencian que la mayoría de la población mundial no migra y sigue viviendo en sus países de origen. Los números relativos se mantienen estables entre el 3% y el 4% de la población mundial desde 1960.

      La mayoría de los migrantes internacionales, un 72%, se encuentra en edad de trabajar, 18-64 años. Un 52% son hombres y un 48%, mujeres que han dejado de migrar “pasivamente” como parte de procesos de reagrupación familiar, y que se han convertido en protagonistas de los flujos migratorios internacionales, asociadas, especialmente, a la demanda de sectores laborales precarizados.

      En 2015, Europa y Asia acogieron aproximadamente


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