Ciudadanía global en el siglo XXI. Rafael Díaz-Salazar
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Algunos aprendizajes para el mundo educativo
Todos los resultados muestran que hay una profunda segmentación étnica y de clase en los resultados educativos. Con el fin de superar esos resultados es necesario construir una escuela pública, que no tiene por qué ser solamente estatal, que ofrezca igualdad de oportunidades y de resultados para todos, pero especialmente en los nuevos barrios populares étnicamente diversos. Una tarea que, al menos, necesita de tres elementos: inversión pública y dotación de medios, nuevas metodologías de trabajo que integren escuela y comunidad, y gestión de la diversidad. En España hay ejemplos prácticos y maravillosos de este tipo de escuelas que podrían servir de inspiración.
A su vez, se hace necesario que los programas educativos cuenten y normalicen el fenómeno migratorio, su nativismo y sus potencialidades, incorporando una perspectiva migratoria (Aja et al., 2000). Asignaturas como Historia, que normalmente no se estructuran en torno a este fenómeno, podrían hacerlo con plena legitimidad.
Capítulo seis
Mujeres, feminismo y ciudadanía global. Repensar la igualdad, los cuidados y la vida
Carmen Magallón
Enriquecer la igualdad con los legados femeninos
La igualdad formal entre hombres y mujeres está recogida como principio jurídico en la legislación internacional, siendo el hito más reseñable la aprobación, en 1979, de la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (Cedaw, en sus siglas en inglés), por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas. En 1983, España ratificó esta convención. Ahora bien, ¿cuál o más bien quién es medida y referente de esa igualdad? ¿Es igualdad entre o igualdad a? Hoy por hoy, lo que predomina no es la igualdad entre, sino la igualdad a, tomar al hombre como medida. Ante lo que nos preguntamos: ¿Puede el universo femenino insertarse en lo universal si lo universal está concebido en masculino? ¿Pueden las mujeres tener un lugar si los hombres lo ocupan todo? Radicalmente, no. Ser igual al hombre no es suficiente. Es preciso reestructurar el marco normativo y de relación, social, político, económico y simbólico, desmontar el reduccionismo de tomar como universal la experiencia y saberes masculinos.
Alimentados por la noción aristotélica, se sigue pensando que las mujeres son hombres deficitarios, se pregunta qué les pasa a las mujeres, por qué no entran más en la política, por qué no están en determinados lugares, por qué hay tan pocas en la ciencia. ¿Acaso les falta algo a las mujeres? Desde luego, les falta ganar igual salario por igual trabajo, romper el techo de cristal para llegar a los puestos de poder en la misma proporción, en suma, eliminar la desigualdad construida sobre su diferencia. ¿Qué igualdad de género concebir para no dejar atrás la riqueza de una diferencia que constituye, de hecho, un legado histórico?
Para una ciudadanía global la igualdad no puede ser la que se concibe como homogeneización, sino la que respeta la diferencia, va más allá de la igualdad de derechos y opciones, exige un aprendizaje mutuo y una reestructuración de la universalidad del modelo humano. Solo lograr derechos, también sería igualdad, pero una igualdad muy chata. Se trata de remover estructuras y lógicas y de sustituir valores caducos. La igualdad ha de tener como meta la construcción de un mundo que valore lo mejor de la experiencia vital de ambos sexos. Me gusta hablar de una igualdad construida con los mejores ladrillos de la experiencia de mujeres y de hombres. Para lograrlo, hay que producir y airear discursos que permitan la construcción de identidades más libres, enriquecidas con la experiencia humana plural, y reestructurar las instituciones y normas que las distintas culturas, y ahora el mundo globalizado, construyeron bajo la hegemonía masculina. Dejar atrás la biodiversidad humana sería una pérdida irreparable.
Para construir el mundo que queremos, también las mujeres han de ser referentes, sus vidas, conocidas, y escuchadas sus aportaciones en todos los campos. No hay que olvidar que son los grupos excluidos quienes tienen la motivación y el deseo de cambiar las cosas y que las mujeres están en todos los grupos excluidos; les toca liderar y, junto a los hombres, hacer del mundo un mejor lugar para todos. Defiendo un liderazgo de mujeres y la inclusión de su plural legado en el referente de igualdad.
Pensemos en lo que nos perdemos si nuestras políticas de igualdad hacen de las mujeres un hombre más y borran de la universalidad los saberes y las prácticas femeninas desarrolladas por ellas en la historia. Pongamos el caso del conocimiento instituido. La corriente principal de la tradición científica ha transmitido los “saberes de hombres”, falta transmitir los “saberes de mujeres”, teniendo en cuenta, eso sí, que la construcción de un saber integral demanda algo más que añadir mujeres.
De los muchos ejemplos que podrían traerse a colación mostraré dos inspiradores episodios de una genealogía femenina que se piensa como paradigma propio, holístico e inclusivo.
Uno me lleva a la imagen de las 1.136 mujeres reunidas en el Congreso de La Haya, en 1915. En medio de la I Guerra Mundial, mientras los hombres de sus países se estaban matando, ellas debatían y consensuaban las condiciones necesarias para lograr una paz permanente y las leyes internacionales que habrían de respaldarlas. Remarcaban la necesidad de un ordenamiento jurídico y un foro internacional que permitiera dirimir los conflictos sin recurrir a la guerra, proponían la libertad de comercio, la educación para la paz, mejoras significativas y positivas para toda la población, e incluían la reclamación del sufragio femenino como derecho y como parte de la democratización de las políticas internacionales. En el Congreso de La Haya se pondrían las primeras piedras del orden internacional que dio origen a la Sociedad de Naciones y, más tarde, a las Naciones Unidas. En él nacería la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad (Wilpf en sus siglas en inglés), la organización de mujeres por la paz más antigua del mundo (Magallón, 2014).
La otra imagen es más cercana en el tiempo. Es febrero de 2011 y un millón de personas llena la Piazza del Poppolo en Roma en una manifestación convocada bajo el lema: Se non ora, quando? (Si no es ahora, ¿cuándo?). Su objetivo: protestar contra los desaguisados y escándalos del todavía gobernante Berlusconi, que dimitiría en noviembre de 2011. En aquel escenario, las palabras de la filósofa Alexandra Bochetti, llamando a las mujeres a entrar en política a partir de su propia experiencia, sacuden la inercia de todos:
Cada mujer sabe de la vida más que cualquier hombre porque ha visto siempre al género humano de cerca, desde el nacimiento hasta la muerte y conoce el esplendor y la miseria de los cuerpos. El cuidado de los cuerpos ha sido a lo largo de la historia nuestra servidumbre, pero ha sido también la fuente de grandes conocimientos. Así nuestra fuerza radica en la necesidad de nacer, comer, dormir, saber llorar, reír y saber morir. Es una fuerza grandísima. Y ahora más que nunca debemos emplearla.
Bocchetti, 2011.
Alessandra Bocchetti es un magnífico referente del pensamiento que defiende la diferencia de la experiencia de las mujeres como riqueza de la humanidad. Es fundadora del Centro Cultural Virginia Woolf de Roma y en su texto Lo que quiere una mujer pueden leerse los contenidos sustantivos de su filosofía, una joya cuyas enseñanzas tenemos muy presentes. Para Bochetti, la política es amor y cuidado del bien común y arte de estar juntos, accede a ella, dice, a través del ser mujer:
El ser mujer como lo que tengo, no como carencia, no como esperanza, no como proyecto, sino como lo que ya tengo. Por consiguiente, mi actitud es qué puedo verdaderamente dar, yo mujer, y no qué lograré tomar (…). Partir de la condición de carencia no conduce verdaderamente a la política, sino a una ilusión de política que solo permite gestos limitados, como pueden ser, por ejemplo, reivindicaciones o peticiones de justicia; conduce tan solo a esperar siempre algo de los otros. No hay acceso a la política a partir de lo que carecemos, en cambio hay acceso a la política a partir de lo que tenemos.
Bochetti, 1996, 313.
Escuchando y glosando sus palabras encuentro sentido a la noción de igualdad entre hombres y mujeres, una igualdad enriquecida, una igualdad que parta de lo que poseemos, unos y otras, no desde las carencias. Esta idea de igualdad me parece una gran contribución feminista