Encuentros íntimos. Kathryn Ross
Читать онлайн книгу.vaya —murmuró ella, observando que alguien había desenchufado la televisión.
—Kyle, ayúdame con las maletas de la señorita Bernard —dijo su padre.
Por un segundo, Zoë pensó que el niño iba a ignorar la orden, pero después se levantó obedientemente.
—Ha venido a cuidar de nosotros, ¿verdad? —sonrió la niña. Zoë se fijó en que llevaba el vestido al revés—. La abuela Ellen necesita descansar un poco porque le damos mucho trabajo.
—Supongo que no lo haréis a propósito.
—No. Pero Kyle es muy pesado.
—¿De verdad? —sonrió Zoë.
La niña la miró con expresión concentrada.
—¿Vives en Londres?
—Sí.
—¿Y conoces a la reina?
—Personalmente, no.
—Alice, deja en paz a la señorita Bernard. Está demasiado cansada como para aguantar un interrogatorio —dijo Callum, entrando con las maletas en la mano.
—No me importa —sonrió ella—. Y puede llamarme Zoë.
—Muy bien. Te enseñaré tu habitación —dijo Callum entonces, observando a su hijo arrastrar un enorme neceser. Aquella chica debía llevar suficientes cosméticos como para pintar la casa entera, pensó—. Por aquí.
Era una casa muy antigua y llena de personalidad. Zoë notó que las puertas eran demasiado pequeñas y Callum tenía que inclinar la cabeza.
Su dormitorio estaba en el piso de arriba y tenía una gran cama de madera. Como el resto de la casa, era una habitación preciosa, pero necesitada de algunos toques para restaurar su antiguo encanto. Una capa de pintura, algunos muebles modernos y sería un lugar muy acogedor, pensó.
—Hace calor —murmuró Zoë, poniendo una mano en el radiador.
—Aún no ha llegado la primavera y me gusta que en la casa haya una temperatura agradable, pero lo bajaré si quieres —dijo Callum, dejando las maletas en el suelo.
El paisaje desde la ventana era espectacular y Zoë pensó que quizá podría pintarlo. Había llevado con ella todo su material de trabajo.
—Voy a abrir un poco —dijo, sonriendo. Pero él no le devolvió la sonrisa—. Este es un sitio precioso. Mi madre solía traerme al lago cuando yo era pequeña.
De repente, sus enormes ojos verdes se llenaron de tristeza, pero enseguida volvió a sonreír. Zoë Bernard era una mujer que podía tener el mundo en bandeja, pensó Callum. Nunca había tenido un problema serio en toda su vida porque «papá» estaba siempre a su lado para ayudarla.
—¿Necesitas alguna cosa?
—Creo que no —contestó ella, sentándose en la cama. Era muy dura. Un poco como Callum Langston, pensó. No estaba acostumbrada a tratar con hombres que no le devolvían la sonrisa. Normalmente, en los ojos de los hombres que trataba había siempre un brillo de admiración, pero Callum parecía mirarla como si fuera una extraterrestre. Y era un hombre muy guapo. Mucho. Su amiga Honey se enamoraría de él perdidamente.
Zoë miró a los dos niños que estaban en la puerta.
—La abuela Ellen volverá pronto —dijo el niño entonces.
—Sí. Solo estoy sustituyéndola durante unas semanas —sonrió Zoë—. Así que tendréis que decirme qué debo hacer.
Kyle lanzó sobre ella una mirada de reproche que la sorprendió.
—Más tarde te explicaré cuáles son tus obligaciones. Vamos, niños, Zoë tiene que deshacer las maletas —dijo Callum saliendo de la habitación. Kyle lo siguió, pero Alice no se movió de la puerta.
—¿Te gusta la Barbie? —le preguntó a Zoë como si fuera algo de una importancia extrema.
—Me encanta.
—A mí también —sonrió la niña. Zoë se levantó de la cama y abrió uno de los armarios. Había ropa de mujer colgada de las perchas—. Era la ropa de mi mamá. Pero el otro armario está vacío.
—Gracias, Alice.
Su jefe le había dicho que Callum era viudo y Zoë se preguntaba cuándo habría perdido a su mujer. Era triste que siguiera teniendo su ropa colgada en el armario.
—¿Qué es esto?
Cuando Zoë se dio la vuelta, encontró a Alice mirando en su neceser.
—Es mi caja de pinturas. Me gusta pintar.
—A mí también —sonrió la niña. Antes de que Zoë pudiera evitarlo, Alice abrió uno de los botes y se manchó las manitas de rojo—. ¡Oh, no!
—No pasa nada. Vamos al cuarto de baño y te las limpiaré —sonrió Zoë. Alice la llevó al baño, que tenía una antigua bañera con patas de hierro y esponjosas toallas de color salmón a juego con la moqueta.
—Mi habitación es esta —dijo la niña cuando salieron de nuevo al pasillo. El dormitorio era muy acogedor, con un edredón de flores, libros y muchos juguetes en las estanterías—. Y ahora voy a enseñarte la habitación de Kyle —sonrió Alice, llevándola de la mano hasta otra habitación igualmente acogedora. Zoë se fijó en las fotografías que había al lado de la cama. Eran los niños unos años antes, con una guapa mujer de pelo oscuro y ojos alegres—. Es mi mamá.
—Es muy guapa —dijo Zoë.
—Ahora está en el cielo —explicó Alice. Zoë sintió una punzada de tristeza mientras estudiaba a la mujer de ojos risueños que abrazaba a sus hijos—. Y aquí es donde duerme mi papá.
La niña la llevó hasta una habitación al fondo del pasillo. Había un montón de libros sobre la mesilla, al lado de una enorme cama con dosel. Frente a la ventana, un escritorio lleno de papeles.
—¿Qué estáis haciendo aquí? —escucharon la voz de Callum.
—Alice me está enseñando la casa.
—No hace falta que entres en mi habitación —dijo él, aparentemente irritado.
—Lo siento —murmuró Zoë, sorprendida por su actitud.
Aquel hombre se tomaba a sí mismo demasiado en serio, pensó, molesta. Como si ella tuviera interés en ver su habitación.
En cuanto salieron, Callum tomó una carta que había sobre el escritorio y la guardó en el cajón. Era una carta del padre de Zoë en la que le rogaba que intentara retenerla en su casa durante algo más de dos semanas.
¿Qué esperaba que hiciera para retenerla, atarla?, se preguntaba Callum. Era absurdo. Ojalá no hubiera aceptado tomar parte en aquella farsa. Dos semanas era todo lo que iba a darle a Francis Bernard. Además de los inconvenientes de tener a una extraña en casa, estaba seguro de que Zoë Bernard iba a ser un problema.
Capítulo 2
CUANDO Zoë bajó a la cocina eran casi las siete y Alice estaba coloreando sobre la mesa.
—Tengo que salir —dijo Callum sin ningún preámbulo—. ¿Puedes encargarte de la cena y de que los niños terminen sus deberes?
—Sí —contestó ella—. Pero me hubiera gustado que me dijeras qué tengo que hacer y…
—Hablaremos más tarde. Alice suele acostarse a las ocho y Kyle a las ocho y media —la interrumpió él, alcanzando una chaqueta de la percha—. Podrás hacerte cargo de los niños, ¿verdad?
—Por supuesto. Soy una excelente cocinera y tengo un diploma en enseñanza. Para eso me pagas, ¿no? —preguntó, sorprendida—. Supongo que mi jefe, Martin