GB84. David Peace

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GB84 - David  Peace


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Mecánico apaga los faros. Sale de la carretera principal…

      Atraviesa un polígono industrial.

      Vince señala al frente.

      Hay una valla con una puerta y un viejo letrero de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos. Un Escort rojo aparcado.

      El Mecánico para al lado del Escort. Apaga el motor.

      El Mecánico se vuelve hacia Vince en el asiento del pasajero.

      —Bueno, ¿dónde está Leslie? —pregunta.

      —Yo qué coño sé —dice Vince.

      El Mecánico agarra la cara gorda de Vince Taylor con la mano derecha. Estruja fuerte sus carrillos pálidos. Le hace girarse hacia el asiento trasero…

      —¿Sabes quién es esa? —pregunta el Mecánico a Vince.

      Vince asiente con la cabeza.

      —Es la mujer que amo —le dice el Mecánico—. Así que no hables así delante de ella.

      Vince asiente otra vez con la cabeza.

      El Mecánico empuja la cabeza de Vince contra la ventanilla lateral. Lo suelta.

      Vince se toca la cara.

      —Perdona, Dave —se disculpa.

      —Está bien —dice el Mecánico—. Vamos a buscar a Leslie.

      Los tres salen a la oscuridad. El frío y la lluvia.

      —¿Nos separamos? —pregunta Vince.

      El Mecánico enciende la linterna. Enfoca con ella la cara de Vince…

      Vince levanta otra vez la mano.

      —Vince —dice el Mecánico—. Separarse siempre es un error.

      Echan a andar hacia el campo de aviación y una vieja torre de control.

      Vince forma una bocina con las manos y se las lleva a la boca.

      —¡Leslie! —grita—. ¡Soy yo, Vince!

      Nada.

      —¡Leslie! Soy yo, Vince —vuelve a gritar—. Dave y Jen están aquí conmigo.

      —Allí —dice Jen. Señala una luz que se enciende y se apaga más adelante.

      Agitan las linternas hacia la señal. Se dirigen a la luz.

      Leslie se encuentra delante de un pequeño cobertizo. Está temblando. Cae de rodillas. Los mira…

      —Fue el gilipollas de Julius —explica sollozando—. Fue a guardar las putas bragas. Le dije que no lo hiciera, pero él creía que volverías a hacerle daño. Entró, y entonces ella llegó a casa. Fui a ayudarle, pero…

      Forman un semicírculo. Miran a Leslie.

      Él vuelve a alzar la vista…

      —Se le fue la olla.

      —¿Dónde están ahora, Leslie? —le pregunta el Mecánico.

      —No lo sé. Lo juro. En serio. No lo sé. Subí al piso de arriba. No quería saber nada del asunto. Volví al coche. No sabía qué hacer. Entonces Julius salió con ella. Se la llevó en el coche de ella. Fue la última vez que lo vi. A los dos.

      El Mecánico se agacha junto a Leslie. Toma el rostro de Leslie entre sus manos…

      El Mecánico lo sostiene contra el suyo…

      El pequeño Leslie llora.

      El Mecánico seca las lágrimas de Leslie. Lo mira a los ojos.

      —Te juro que es todo lo que sé —dice Leslie.

      El Mecánico suelta la cara de Leslie. Se levanta.

      Vince mira fijamente al Mecánico.

      El Mecánico asiente con la cabeza.

      Vince escupe al suelo.

      —¿Qué? —dice Leslie—. ¿Vince? ¿Qué pasa?

      —Vosotros dos esperad aquí —dice el Mecánico a Vince y Leslie.

      El Mecánico coge a Jen de la mano. Vuelven andando al Rover.

      —Cierra las puertas con seguro —le dice el Mecánico—. Pon la radio.

      Jen asiente con la cabeza. Sube al vehículo. Cierra las puertas con seguro. Pone la radio. Alta.

      El Mecánico se dirige a la parte trasera del Rover. Abre el maletero…

      Saca la pala.

      Terry Winters recorría los pisos y los pasillos de St. James’s House. Escuchaba las voces acercando el oído a las puertas. Los teléfonos que sonaban. Las máquinas de escribir…

      Terry era ahora el jefe. El pez gordo…

      El presidente lo había dejado al mando. El presidente estaba visitando las cuencas mineras. El presidente estaba asegurándose de que habían aprendido la lección. De que gracias a la firme unidad y con mayor apoyo sindical, se podían salvar minas y empleos. Resistir a la legislación antisindical de los conservadores. De que ya no era el momento de votar. Ya no era el momento en que los ricos podían impedir que los pobres lucharan para salvar sus hogares y sus comunidades. Sus empleos y sus minas…

      Hubo ovaciones de pie. Se cantaron canciones en su honor…

      Autógrafos para esposas y niños. Para Terry Winters era una gran responsabilidad ocupar su puesto…

      Terry convocaba reuniones. Solicitaba sesiones informativas. Terry exigía noticias de última hora. Análisis.

      El presidente llamaría. El presidente querría saber…

      Mañana, no. Hoy. Ahora.

      Terry Williams estaba sentado muy erguido detrás de su mesa bajo el gran retrato del presidente. Terry esperaba a que sonara el teléfono. A que el presidente llamara…

      A las cinco en punto sonó.

      Terry lo cogió. Clic, clic.

      —Al habla el director —dijo Terry.

      —Hola, director —contestó ella—. A ver si adivinas quién soy.

      Terry tragó saliva.

      —¿Diane? —dijo.

      —Qué chico más listo.

      —¿Cómo has conseguido este número?

      Ella hizo una pausa.

      —Bueno, si te vas a poner en ese plan… —dijo.

      Terry se levantó detrás del escritorio.

      —No, espera —pidió por el teléfono.

      —Tú me lo diste —dijo ella—. ¿Te acuerdas?

      Terry asintió con la cabeza.

      —Claro —respondió.

      —¿Sabes qué? —dijo ella—. Tengo un regalo para el director.

      —¿Para mí?

      —Pero tienes que adivinar qué es —repuso ella soltando una risita.

      —Yo…

      —Ahora mismo estoy mirándolo. Estoy tocándolo.

      —Yo…

      —Te daré otra pista —susurró ella—. Está mojado y está esperándote.

      —¿Dónde estás?

      —Es un secreto —contestó ella riendo.

      —¿Dónde? —gritó él.

      —Estoy sentada en el bar del hotel Hallam Towers, con tu vodka con tónica en la mano.

      Terry


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