Los años setenta de la gente común. Sebastián Carassai

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Los años setenta de la gente común - Sebastián Carassai


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esa heterogeneidad no ha sido siempre la misma. Los datos socioeconómicos muestran que durante el período estudiado en este libro, las clases medias argentinas, de por sí heterogéneas, comparadas con las décadas venideras o con la etapa de su formación, fueron relativamente homogéneas. A comienzos de la década de los ochenta, la Argentina no conocía todavía ni altos índices de desocupación, ni el empobrecimiento pronunciado de sus clases medias, ni el desmantelamiento de su modesto estado de bienestar (que garantizaba aceptables niveles de educación y salud para una mayoría de la población).[8] Los censos nacionales muestran que, durante los años setenta, la clase media prosiguió una fase de ampliación que había comenzado en los años cuarenta. De constituir un 40,6% en 1947 y un 42,7% en 1960, pasó a representar un 44,9% en 1970 y casi la mitad de la población en 1980 (47,4%).[9] Una comparación entre los censos de 1970 y de 1980 indica que, durante esos diez años, la composición de la clase media se mantuvo estable: en líneas generales, el 26% era autónoma y el 74% asalariada.

      En conclusión, puede afirmarse que en los años setenta, aunque hayan comenzado allí algunos procesos de largo alcance que terminaron por modificar la estructura social, esta no se alteró de manera significativa. Esto permite considerar a las clases medias conjuntamente, y a la vez invita a explorar heterogeneidades que suelen pasarse por alto, como las vinculadas con la edad (a qué generación se pertenece), el gremio (si se pertenece o no al ambiente universitario) y, menos decisivamente, la zona geográfica (un pueblo, una ciudad mediana, o la Capital Federal). Socioeconómicamente, las clases medias terminaron la década del setenta pareciéndose bastante más a lo que eran diez años antes que a lo que serían diez o veinte años después. La transformación más profunda que esa década arrojó, destinada a perdurar hasta nuestros días, fue la vinculada a la cuestión de la violencia y su relación con la política, a cuyo análisis dedico este libro.

      En su primera versión, este libro fue una tesis doctoral. Fondos del Bernardo Mendel, del CLACS y del Departamento de Historia de la Universidad de Indiana financiaron una parte de la investigación. Su finalización fue posible gracias a la beca College of Arts & Sciences McNutt Dissertation Year Research Fellowship. Mi ingreso a la carrera de investigador en el Conicet, en 2011, fue crucial para la escritura de este libro. La Universidad de Buenos Aires, mediante el subsidio UBACyT 2012-2015 otorgado al grupo que dirijo, posibilitó ampliar esta investigación a nuevos temas. En diferentes momentos, María Sol Alato, Laura Smit y Verónica Cortiñas colaboraron realizando tareas de archivo. Silvina Cancello editó el material que utilicé para confeccionar el documental COMA 13. Del Cordobazo a Malvinas. Trece años de historia en imágenes. Todo hubiera sido más difícil sin la ayuda de Mauro Gatti, Luis Abrach y Pancho Nadal, en Tucumán, y de Cacho y Nancy Galdo en Correa. Marilyn Milliken, del Roper Center for Public Opinion Research de la Universidad de Connecticut, colaboró con la identificación de estadísticas hasta hoy no procesadas. Nathaniel Birkhead, de la Universidad de Indiana, me ayudó a descifrarlas.

      Actores, consultores de opinión, dirigentes políticos, dramaturgos, escritores, historiadores, humoristas, intendentes, jueces, locutores, miembros de organismos de derechos humanos, militantes, músicos, periodistas, poetas, profesores universitarios, referentes culturales y sociólogos cedieron su tiempo en entrevistas y me facilitaron el acceso a archivos. Entre ellos: Abrasha Rottemberg, Arturo Álvarez Sosa, Arturo Blatezky, Carlitos Balá, Carlos Páez de la Torre, Carmen Zayuelas, Chicha Chorobik, Dardo Nofal, David Lagmanovich, Enrique Alé, Enrique Fogwill, Frederick Turner, Miguel “El Griego” Frangoulis, Harry García Hamilton, Héctor Pessah, Horacio González, Humberto Rava, Inés Aráoz, José Enrique Miguens, José María Roch, Juan Carlos Altare, Juan Carlos Gené, Juan José Sebreli, Juan Tríbulo, Julio Ardiles Gray, Mario Rodríguez, León Rozitchner, Pablo Cribioli, Ricardo Monti, Roberto Pucci, Ruth Andrada, Santiago Varela, Vides Almonacid y Walter Ventroni. Una deuda mayor tengo con las personas pertenecientes a las clases medias objeto de mi estudio. Mucho de lo que me confiaron ha quedado afuera del texto. Casi nada, sin embargo, hice a un lado al momento de escribirlo.

      Jeffrey Gould, Peter Guardino, Arlene Díaz y Alejandro Mejías-López estuvieron entre los primeros lectores de este trabajo. Mejorado gracias a sus comentarios, luego me beneficié de la cuidadosa lectura de Carlos Altamirano, Mark Healey y Matthew Karush. Entre 2011 y 2013, secciones específicas fueron discutidas en reuniones con estudiantes y colegas. En los Estados Unidos y Canadá, debo gracias a Eric Sandweiss, Patrick Dove, John Bodnar, Eva-Lynn Jagoe y, especialmente, Kevin Coleman. En la Argentina, a Hugo Vezzetti, al Seminario Abierto que coordina Lila Caimari en la Universidad de San Andrés, y a mis compañeros del Centro de Historia Intelectual, que dirige Adrián Gorelik, en la Universidad Nacional de Quilmes. Menos formalmente, conversé también con mis amigos Ariel Lucarini, Cecilia Derrigo, Jack Nahmías, Lisandro Kahan y Rodrigo Daskal. Más deudas: María Paula Ansolabehere creyó que podría llevar adelante este proyecto incluso cuando yo dudaba. Mis padres, Helvecia y Hugo, incondicionales y presentes también en la distancia. Lynn Di Pietro, mi joven madre en Norteamérica. Mi deuda mayor será siempre con Daniel James, mi director de tesis y amigo. Como un ladrón, aproveché el botín de sus inconfortables preguntas, su incisiva lectura, su talento intelectual y cierta imperturbable disposición a conversar pródigamente sobre historia y sobre todo lo demás.


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