Los años setenta de la gente común. Sebastián Carassai
Читать онлайн книгу.pan dulce o una sidra, o mandarme un juguete, no. Sin que nadie me lo hubiera inculcado, yo de chica siempre pensé que uno tiene que tener la posibilidad de tener. Eso nació conmigo. O de rebelde, ¿qué sé yo? […] Y sí me acuerdo de un libro de mi hermano, el más chico, que decía “Mamá me ama. Papá me ama. Yo amo… a Perón”. Eso me molestaba muchísimo […] ¿Cómo yo le voy a enseñar a mi hermano que leyera eso? […] Acá en casa tenemos nuestras ideas: suba quien suba y baje quien baje, jamás logramos algo por política. Nada. Fue todo con esfuerzo. ¿Viste cuando vos no le debés nada a nadie? Será porque yo amo a la libertad…
Los fragmentos citados aluden a tres de los cuatro tipos de memorias antiperonistas. Luis recuerda memorias que corresponden al tipo fascista, como la obligación de rendir culto a los símbolos del régimen (arrodillarse en la iglesia por Eva Perón, o ser suspendido en el trabajo por ausentarse de una misa recordatoria). Linda invoca memorias tanto fascistas (los libros de adoctrinamiento) como inmorales (los regalos “tirados” por Eva Perón a la población) y anticulturales (el obtener mediante favores lo que debería lograrse por mérito). Lo que ellos perciben como incompatible con su modo de ser es, en todos los casos, la anulación de la autonomía individual. En 1973 Luis no votó al peronismo porque esas memorias que le habían transmitido “a [él] no [l]e gustaban”, porque bajo el peronismo “no había libre pensamiento”. Tampoco lo hizo Linda, porque los “gobiernos totalitarios” o el hecho de que le “quisieran dirigir el pensamiento” chocaban contra su naturaleza de “ir en contra de”. Según Linda, esta tendencia a rechazar todo lo que vulnera su independencia de criterio “nació con ella”. Su “amor por la libertad” apareció asociado a su antiperonismo cuando, en nuestro siguiente encuentro, dijo: “Yo te digo: yo no fui, no soy peronista. Yo fui libre”. Libertad y peronismo aparecen como términos incompatibles.
Algo similar sucede con las ideas de educación y cultura. Cuando en nuestra primera entrevista pregunté a los tucumanos Ángela y Sergio Caballero (nacidos en 1940 y 1935, respectivamente) si provenían de una familia peronista, respondieron:
Sergio: No, mi papá era técnico azucarero, y mi mamá era doctora en farmacia y bioquímica, profesora en la universidad.
Ángela: En mi casa siempre se ha sido, digamos, librepensador. En mi casa no hubo… Antiperonista sí fuimos. Pero, te cuento, mi padre, cuando el primer gobierno de Perón [1946-1952], mi padre era peronista a rabiar. Claro, porque él decía “¡Qué buen tipo!, que va a reivindicar a la gente trabajadora, que las vacaciones, el aguinaldo” y todo lo demás. Y después, cuando vino el segundo gobierno, él dijo: “Me engañó, porque todo esto que hizo Perón fue el medio para llegar a un fin y no lo está manteniendo”. O sea, “no hay una línea de conducta”, y ahí se volvió antiperonista. Porque realmente Perón cambió totalmente en la segunda presidencia [1952-1955].
Algunos antiperonistas como Ángela tuvieron parientes mayores que fueron originariamente peronistas. Esos familiares, en muchos casos obreros, adhirieron al peronismo porque experimentaron las mejoras concretas que produjo el régimen en el mundo del trabajo, especialmente durante los primeros años (1946-1949). En la medida en que hacia la segunda mitad de los años cuarenta algunas familias se consolidaron en o ascendieron a la clase media, sus hijos fueron adquiriendo una sensibilidad antiperonista (un recorrido inverso al que se producirá en los años setenta con las nuevas generaciones). Ángela, formada en la universidad, fue antiperonista porque en su casa se era “librepensador”. Su marido suma una cuestión importante, también evidente en varias entrevistas. No respondió qué simpatía política había en su casa; en su lugar, mencionó las profesiones de sus padres. Su madre no era peronista, era “doctora en farmacia y bioquímica, profesora en la universidad”. Educación y cultura se perciben como conceptos reñidos con esa identidad política.
Como ya se mencionó, el testimonio de quienes vivieron como jóvenes o adultos el primer peronismo tiende a ser más contundente que el resto en su condena a lo que dicho régimen significó. En el relato de Jorge van der Weyden, doce años mayor que Ángela, puede notarse cómo el peronismo fue experimentado como una amenaza a esta autopercepción de librepensadores. Nacido en los años veinte, Jorge cursó sus estudios de grado en la Universidad de Buenos Aires bajo el régimen peronista. Luego de ver la primera parte del documental (1969-1974), se generó el siguiente diálogo:
Le preguntaba por Cámpora. ¿Qué recuerdo tiene de él?
Un mequetrefe. Cámpora es como si le dijera [nombra a un funcionario del actual gobierno peronista al que describe como obsecuente]. El peronismo funciona así: hay uno arriba, se llame como se llame, el de abajo chupamedias, todos, y el que más lame es el que más cerca está. Es el peronismo en su pura esencia […]. Pero eso nace de esa mentalidad militar que él [Perón] impuso. El peronismo es “conducción”. “Fulano conducción”, un intendente de cuarta: “[nombra a un intendente actual] conducción”. ¿A qué conduce? ¡Yo no necesito ser conducido! ¡Yo soy un ser pensante! ¿Cómo “conducción”? ¿Me llevan de la oreja, así? Y a los peronistas les gusta eso. Una unidad básica es un cuartel; los [centros partidarios] del partido socialista eran bibliotecas; hay una diferencia.
La indignación que produce en estos sectores sociales la pérdida de autonomía y la renuncia a la libertad que ellos asocian al peronismo no es primeramente política. En otra parte de la entrevista, Jorge subraya de manera explícita que a él no lo distancia del peronismo un problema político-ideológico (“Con el programa peronista que Perón tomó del socialismo puedo estar 99% de acuerdo”). El problema, en cambio, es moral: “Es muy triste ver cómo usan a estos esclavos humanos; los usan y los tienen para que vengan, vayan, vayan, vengan”. Jorge siente que la habitual apelación de los líderes justicialistas a la idea de la “conducción” ofende su condición de ser pensante y degrada su capacidad autónoma.
Resumiendo, el peronismo representó un atentado contra este elemento de corte iluminista tan caro a las clases medias. No es de poca relevancia que ese mismo elemento vuelva a aparecer al momento de explicar por qué estos sectores medios no se sumaron a la militancia en los años setenta.
La paradoja de esta valoración extrema de la libertad de pensamiento y de la autonomía de la voluntad es que, tanto en los años cincuenta como en los setenta, fue compatible con el apoyo a quiebres del orden constitucional (o con la indiferencia ante ellos). Por oponerse al fascismo, al autoritarismo, a la inmoralidad o al anticulturalismo del régimen, en 1955 estas clases medias antiperonistas quedaron posicionadas del lado golpista. Resistieron casi diez años un régimen que juzgaban dictatorial, y se libraron de él mediante el apoyo a una dictadura de hecho y de derecho. Veintiún años después, cuando en 1976 las fuerzas armadas depongan el gobierno de Isabel Perón (a cargo de la presidencia tras la muerte de su marido en 1974), será fundamentalmente el anhelo de orden, pero también la necesidad de terminar con la inmoralidad, la corrupción y la indecencia de esa gestión, lo que volverá a acercarlas a la vereda militar. En ambos casos, aquella sensibilidad antiperonista, vivida o heredada, favoreció la idea de que nada podía ser peor que la prolongación del despotismo de Perón, en 1955, o del decadentismo de Isabel, en 1976. Si buena parte de las clases medias apareció aliada explícita o silenciosamente a esas revoluciones militares, la razón no debe buscarse en su militarismo ni en su gusto por los uniformes o el mando jerárquico (algo más fácil de encontrar en las filas peronistas), sino en lo que mediante esas revoluciones pretendieron impugnar. En otras palabras, estas clases medias no fueron –ni en 1955 ni en 1976– promilitares, sino antiperonistas.
Izquierda, peronismo y clases medias
Durante los años sesenta, un conjunto de hechos –entre los que sobresalieron la inscripción de Cuba en el campo socialista, la muerte del Che Guevara en 1967, el Mayo francés al año siguiente y muy pronto los estallidos sociales locales– fue para muchos un indicador de que el mundo viraba hacia la izquierda. En paralelo, el prolongado exilio de Perón, la proscripción de su partido, la lealtad del movimiento obrero a su líder y la naturaleza de algunos de sus enemigos crearon condiciones para revisar el juicio admonitorio que pesaba sobre el peronismo. Sin embargo, el fenómeno de izquierdización y/o peronización comenzado hacia finales de los años sesenta no afectó