La primera generación. Estudiantes que inauguraron la Facultad de Medicina de Bilbao en 1968. vvaa

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La primera generación. Estudiantes que inauguraron la Facultad de Medicina de Bilbao en 1968 - vvaa


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de semana).

      A las cinco de la tarde de un lunes de enero, dos aguerridas auxiliares, con jabón, toallas y otros artilugios no identificados, entraron en mi habitación, retiraron la sábana, me expusieron como Dios me trajo al mundo y me fregaron a conciencia, sin olvidar nada, con profesionalidad y respeto. Por estos mismos trances debían de pasar mis pacientes antes de entrar en la sala de cateterismo, pensé.

      Seguidamente, un celador me condujo sobre una camilla, en cueros y tapado únicamente con una sábana, por pasillos interminables y desiertos, doblando numerosas esquinas hasta tener la sensación de que nuestro destino podría estar en las proximidades de Arrankudiaga.

      Ya en quirófano, una vez sentado al borde de la mesa para mejor exponer la columna lumbar, una anestesista joven, fuerte (por no decir gorda), y con muy mal genio, consiguió practicarme una eficaz anestesia raquídea tras un pinchazo y una estocada que por fortuna no requirió descabello.

      Por lo demás, la intervención transcurrió durante casi una hora y media. En principio no sentí nada más que el hablar quedo y breve del trauma y sus ayudantes, bastante tranquilizador; pero de repente empezó el escándalo: unos agudos martillazos me hicieron sentir que mi propio fémur era el yunque de la fragua de Vulcano. No sólo vibraba mi cadera, sino también la caja torácica y hasta el cráneo: sentí que se me desencuadernaría la osamenta toda de un momento a otro, temiendo por el corazón, gracias al cual me he ganado el sustento toda mi vida, y espantado ante la posibilidad de que mis neuronas se reblandecieran tanto que podrían constituir un excelente plato de cocina de autor.

      Afortunadamente, todo fue bien, y hoy en día sigo siendo un jubilado feliz y andarín, viviendo definitivamente la Medicina desde el otro lado de la mesa de consulta.

      No sé si la nostalgia es lo más adecuado a mi edad, pero no cabe duda que los hechos de entonces marcaron de alguna manera la madurez de ahora.

      Recuerdo el primer año de Medicina. Se utilizaron como aulas las de la antigua Escuela de Náutica de Deusto, allí empezamos bajo la sombra de un enorme mástil de barco, que años después desapareció. En dicho lugar nos juntamos jóvenes que querían ser físicos, matemáticos, químicos y médicos. Era el primer año de Ciencias en Bilbao con un montón de asignaturas comunes, la única que recordaba vagamente a la Medicina era la Biología. Fue un año decepcionante. nunca entendí por qué tenía yo que saber la distancia del recorrido parabólico de una bala de cañón.

      El siguiente año fue sin duda más trascendente; para complicar las cosas me independicé de mis padres, no comprendían mis horarios ni mis amistades filorojas. Me mal ganaba la vida dando clases particulares y compartía un piso alquilado con amigos. Invadimos la casa, con una cría de pato como mascota, que fastidió el suelo para desgracia de los dueños. Comíamos de mala manera, por caridad una pescatera del barrio nos regalaba los mojojones; la limpieza y el orden destacaban por su ausencia.

      Mis convicciones en aquellos años eran las de la absoluta certeza sobre la caída del franquismo y de que alcanzaríamos la democracia, todo gracias a la presión revolucionaria de estudiantes y obreros.

      Sin embargo, Franco murió en la cama y de viejo, aunque la sociedad sí despertaba a la democracia gracias al aumento del nivel de vida y de la cultura.

      El bienestar tenía que traer las libertades. Así fue. Se pactó una transición pacífica: comunistas, socialistas y franquistas.

      La Universidad colaboró con sus manifestaciones huelgas y protestas.

      Los sindicatos, más activos que nunca, añadieron fuerza a la lucha por las libertades.

      En ese periodo de los últimos coletazos de la dictadura, la represión aumentó.

      Recuerdo el segundo año en un edificio nuevo del Hospital de Basurto, una casa prefabricada metálica con una sola aula, una sala de prácticas de Anatomía, varios despachos y unas bañeras donde se depositaban los cadáveres para estudio anatómico, estos sumergidos en formol. Eso hoy habría provocado una alarma social y un despliegue mediático exagerado.

      La experiencia académica del segundo año era más acorde con nuestra vocación.

      Aprender Anatomía en latín me parecía un toque artístico adherido a la ciencia. Así, latissimus dorsi tenía cien veces más encanto que dorsal ancho. La pena es que solo duró un año; al siguiente, cambió el profesor e iniciamos el aprendizaje de Anatomía en castellano.

      Yo seguía volcado en la revolución, militaba en un Partido Comunista, y en la Universidad tenía que aportar algo que moviera conciencias. Se me ocurrieron un par de cosas que ahora, en la distancia, me parecen ingenuas.

      Una era una obra de teatro, de fondo anticapitalista y antirreligioso. Por supuesto recurrí a la técnica del mínimo esfuerzo, así que escogí “teatro leído”. Solo hacían falta un par de ensayos, vestirse de negro o de luto, no recuerdo muy bien, gesticular mucho e impostar la voz.

      Éramos seis personas amantes del teatro, con buena voluntad. La representación consiguió un lleno total con alumnos y algunos profesores. La obra era nefasta; la interpretación, mejor no recordar; pero como dice mi hijo, “eso es lo que hay”.

      Ahora me pregunto cómo se puede ser tan atrevido; teníamos veinte años, eso lo explica todo.

      Realizamos varias sentadas, alguna manifestación, acudíamos a recitales de Raimon, a asambleas en la Universidad de Deusto, en la de Sarriko; el ambiente era explosivo, la policía infiltraba agentes camuflados en las universidades, uno célebre era Amedo que pasaba por estudiante en Sarriko, o eso creía él. Personaje de nuevo célebre más tarde con el tema del GAL.

      Desde el no nos moverán, a cruzar coches contra las cargas policiales de los llamados grises entonces, eran actividades habituales en un ambiente de búsqueda de las libertades.

      Realizamos algún escrache, que se diría hoy, contra un profesor de Fisiología, lo que le obligó a huir por una ventana.

      Editamos de forma artesanal, en una multicopista, una revista de información y discusión, dentro de la Facultad de Medicina

      Recuerdo haber escrito un artículo de carácter antirreligioso y ateo, solo haciendo referencia a biblias apócrifas. Posteriormente, grupos cristianos filocomunistas me propusieron una reunión para discutir el tema del artículo. Fue una autentica encerrona, con su superioridad intelectual me atosigaron, pero no pasó de ahí la cosa.

      Colaboré en la edición de panfletos, acudí a asambleas y a reuniones de formación ideológica, hoy lo llamaría de lavado de cerebro. Desde luego puse pasión en todo lo relatado, menos en estudiar.

      Por necesidades del partido y en interés del pueblo y la clase obrera colaboré en el robo de una multicopista, capaz de imprimir cien hojas en medio minuto, (nada que ver con mi impresora artesanal que exigía imprimir folio a folio,) a un colegio religioso. No me siento especialmente orgulloso de esa acción.

      En otro plano, emocional, intenté conquistar a alguna compañera de la Facultad. Salí con un par de jóvenes que aún recuerdo con cariño, personas estupendas, pero mis intereses revolucionarios me impedían ahondar en esas relaciones

      Llegué a matricularme en tercero de Medicina, pero a mitad de curso abandoné la carrera y me pasé a la Escuela de Maestría de Achuri. Pensé que en un ambiente más proletario mis objetivos serían más fáciles de alcanzar. Me convalidaron un montón de asignaturas y en dos años ya era un flamante fresador.

      Conseguí trabajo en un importante taller de Bolueta donde permanecí dos años, llegando a oficial de primera, lo que no estaba mal.

      Tanto en la Escuela de Maestría como en los talleres, mi actividad seguía siendo de agitador. Pronto fui conocido por la policía. Un día, tras salir del taller me detuvieron. Mientras me conducían a la Jefatura de Policía de Indautxu me angustiaba que descubrieran un teléfono que tenía anotado en una libreta, conseguí arrancar la hoja y comérmela.


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