Educación global para mejorar el mundo. Fernando M. Reimers
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Muchos de los desafíos y oportunidades actuales de la humanidad son de naturaleza global, compartidos a través de las fronteras, el tipo de desafíos que no pueden ser afrontados exitosamente dentro de los límites de un estado nacional. Desde el cambio climático hasta el comercio, desde las pandemias hasta la seguridad, desde la labor de los gobiernos hasta el avance de la ciencia, el resolver adecuadamente estos desafíos requiere educar a todas las personas para que los comprendan, se interesen en ellos y dispongan de los conocimientos y las habilidades necesarios para abordarlos desde sus respectivas esferas de acción.
La educación global es el área de estudio y de la práctica educativa que se ocupa de ese propósito. Este campo tiene una larga historia, aunque la historia de la educación de ciudadanos globales incluye más éxitos en pequeña escala que casos de transformaciones educativas a gran escala, como, por ejemplo, una reforma educativa nacional o en todo un Estado. El análisis que he realizado de la bibliografía académica sobre la educación de ciudadanos globales y de la que describe la práctica de la educación global sugiere que hasta el momento no se han producido interacciones lo suficientemente productivas entre esos dos campos.
En momentos en los que nuestros desafíos globales hacen urgente que las personas tengan mayor capacidad de comprenderlos y de colaborar globalmente, el propósito de este libro es acercar estos dos mundos del conocimiento académico y el conocimiento práctico sobre la educación de ciudadanos globales, proponiendo un enfoque conceptual que aborda cinco perspectivas para comprender la educación global: cultural, psicológica, profesional, institucional y política. Basándome en esta teoría, analizaré un extenso cuerpo de investigación sobre la educación global, así como bibliografía basada en la práctica de la educación global.
Mi propio trabajo en el campo de la educación global comenzó de forma fortuita. Comencé mi carrera profesional haciendo investigaciones y análisis de políticas con el fin de asesorar a gobiernos en varios países en desarrollo para formular políticas educativas. Este interés en la reforma de políticas educativas me llevó al Banco Mundial, donde trabajé en el diseño de programas de mejora de la educación a gran escala.
Después de este trabajo apoyando reformas educativas, me integré como profesor en la facultad de la Escuela de Posgrado en Educación de la Universidad de Harvard para enseñar en las áreas de Política Educativa y Desarrollo Internacional. Como las escuelas de educación, al menos en Estados Unidos, suelen ser un tanto localistas en sus enfoques, más expertas en el estudio de asuntos de importancia nacional que en el análisis comparado para gestar ideas novedosas sobre la educación, pronto me encontré articulando el valor de una perspectiva comparativa, primero ante mis estudiantes y colegas y, posteriormente, ante otros líderes del mundo educativo.
Mientras abogaba por una mayor confianza en los enfoques comparativos en educación, mis intereses académicos evolucionaron desde un interés por el estudio de las condiciones educativas que apoyaban el acceso y el aprendizaje de los estudiantes con escasos recursos y marginados por otras causas, en países en desarrollo, hacia un interés por la educación para la ciudadanía. Comprendí que las competencias ciudadanas eran esenciales para que los estudiantes pudiesen ser arquitectos de sus propias vidas y que la educación para la ciudadanía era el camino lógico para empoderarlos en ese sentido.
La convergencia de ambos intereses —en la educación para la ciudadanía y la educación comparada—, me llevó a pensar en la educación global como un “nueva ciudadanía” del siglo XXI, una dimensión indispensable de la educación para la ciudadanía para participar eficazmente en un mundo cada vez más integrado e interdependiente. Lo que comenzó como un trabajo a nivel conceptual y teórico, escribiendo algunos capítulos y artículos de revistas que conceptualizaban y articulaban la importancia de esta nueva ciudadanía, de esta ciudadanía global, me llevó eventualmente a desarrollar materiales de currículo para apoyar a los docentes interesados en educar a los estudiantes en la adquisición de una conciencia global y a organizar programas de desarrollo profesional para apoyar a los docentes en esa tarea. De esta manera, llegué a ver la educación global como una manera de llevar los desafíos del mundo real a la escuela, a través de un currículo retador, riguroso y de alta calidad que ayudaría a los estudiantes a desarrollar la capacidad de comprender y participar en un mundo cada vez más interdependiente, es decir, a prepararlos como ciudadanos globales, así como al tipo de desarrollo profesional que los maestros necesitarían para educar ciudadanos globales.
Creé una metodología para elaborar un currículo vertebrado con visiones ambiciosas de un mundo inclusivo y sostenible, tal y como se articula en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas o en la Declaración Universal de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. El interés que algunos de esos materiales generaron entre los docentes y otros educadores me movió a aumentar mi participación en varios esfuerzos de educadores, de redes escolares de apoyo, y de países, por promover la educación global. Esos esfuerzos en materia de educación global se integraron en otras investigaciones en las que estaba trabajando para comprender cómo transformar los sistemas de educación pública, que son el foco de la Global Education Innovation Initiative (Iniciativa Global para la Innovación en la Educación), un esfuerzo internacional que dirijo desde la Universidad de Harvard.
Este libro es el resultado de la fusión de ambos intereses, en la educación global y en el estudio comparativo de los cambios a gran escala, para hacer que la educación sea relevante. De cara a una de las investigaciones llevadas a cabo como parte de la Iniciativa para la Innovación de la Educación Global —un ambicioso estudio comparativo de reformas de la educación en ocho países que transformaron los objetivos de la educación—, desarrollé un marco conceptual para explicar cómo habían sido abordadas esas reformas nacionales de educación.
Escribí ese marco teórico, que sirvió como capítulo introductorio de otro libro, cuando estaba concluyendo tres años de trabajo sintetizando la investigación sobre la educación global y teorizando la labor que había realizado durante más de una década apoyando a docentes a través de un currículo innovador y programas de desarrollo profesional en educación para la ciudadanía global. De manera inevitable estos dos esfuerzos se reforzaron mutuamente, y el marco que esbocé para dar cuenta del análisis comparativo de las reformas dio forma con rapidez a la arquitectura intelectual de este libro sobre la educación global, enriqueciéndola enormemente.
He aprendido de muchas personas sobre los temas que expongo en este libro, de formas más y menos amplias, influyendo en el desarrollo de las ideas que presento. Primero, mis colegas que avanzan los esfuerzos por educar ciudadanos globales en escuelas en muchos países y que, al invitarme a compartir ideas con ellos, me han enseñado más de lo que yo les he enseñado. Entre ellos se encuentran Luis Enrique García de Brigard, fundador de Envoys; Chris Whittle, Tyler Tingley y sus colegas, que fundaron la Escuela Avenues y me invitaron a diseñar el Curso Mundial; Nieves Segovia y sus colegas de las Escuelas SEK; Kate Berseth, vicepresidenta de EF; Anthony Jackson, de la Asia Society; Andreas Schleicher, de la OCDE; Vikas Pota, en la Fundación Educativa Varkey; Giovanna Barzino y sus colegas en la Rete Dialogue, en Italia; Ross Weissman, en Knovva; Joseph Carvin, en One World; Jennifer Manise, en la Fundación Longview; Veronica Boix-Mansilla, en el Proyecto Cero en Harvard; Robert Adams, en la Fundación Nacional de Educación; Jennifer Boyle y sus colegas, en Primary Source. A ellos y a todos los demás que a lo largo de la última década confiaron en mí para apoyar sus esfuerzos en educación global, mi más profunda gratitud por lo que aprendí de ellos y de nuestras colaboraciones.
Muchas de las organizaciones educativas en cuyas juntas directivas he prestado mis servicios han avanzado la educación global de muchas formas y he aprendido de ese trabajo, de su personal y de mis compañeros. Mis colaboraciones de hace años con colegas de la Unesco, desde el momento en que la organización publicó mi primer libro, hace ya tres décadas, hasta mi participación en algunas de las consultas para la preparación del conocido como Informe Delors, y mi más reciente participación como miembro de la Comisión sobre los Futuros de la Educación, han sido una fuente de estímulo intelectual e inspiración para avanzar en mi comprensión de los temas tratados en este libro.
En World Teach, mis colegas de la junta directiva,