Aquellos sueños olvidados. Amy Frazier

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Aquellos sueños olvidados - Amy Frazier


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las herramientas que tengas a tu disposición. Y últimamente he estado creando páginas web en Internet.

      Hank agitó la cabeza.

      –Ya sé que soy de otra época, ¿pero Internet?

      Para él los ordenadores eran los juegos que tenían los Russell y la cosa esa que usaba para llevar la contabilidad del rancho. Punto.

      –Es natural –continuó ella–. Cualquiera que tenga acceso a un ordenador y una conexión a Internet puede saber acerca de esos niños por medio de las fotos y descripciones.

      –Pero eso no es como ir de compras a una tienda. Son niños vivos –dijo él genuinamente preocupado.

      Esperaba que ella los viera igual que él, no como cualquier otro producto.

      –Créeme, no hacemos esto como si lo fuera. Muy a menudo, este es el último recurso para encontrar buenas casas. Después de que hayamos explorado todas las demás opciones. Nuestra motivación es la creencia de que todos los niños se merecen un hogar donde sean queridos.

      –Has dicho que algunos de los niños tienen necesidades especiales.

      –Sí. Y el navegante de la Red que sea más que un simple curioso, puede encontrar en ella los perfiles de los niños. Pueden conocer sus problemas o situaciones especiales. Le proporcionamos unas referencias muy extensas. Por supuesto, las identidades reales de los niños están bien protegidas. Los posibles padres han de pasar por nuestra agencia o por la gubernamental antes de conocer al niño en cuestión. Nuestra principal preocupación es siempre el bienestar de los niños.

      Maldición. Resultaba que la delicada y encantadora chica que tenía al lado estaba hecha de una pasta mucho más fuerte de lo que se había imaginado. Y vaya una coincidencia, ella hacía con los niños lo que él hacía con su arca de Noé de animales. La naturaleza comprometida de ella hacía que le resultara más difícil todavía luchar contra la atracción que sentía. Ese fin de semana no estaba resultando en absoluto como se había imaginado.

      Neesa vio cómo a Hank le cambiaba el color de los ojos, de un color azul noche a un cobalto más cálido. Parecía genuinamente interesado en su trabajo. En los niños.

      Estaba interesado, sí. ¿Pero lo seguiría estando cuando supiera lo que le iba a pedir?

      –¿Y qué haces tú? –le preguntó alegremente, como si no lo supiera.

      Entonces una gran pelota de playa amarilla apareció de la nada y le cayó a ella en el regazo. Casey llegó corriendo, sin respiración.

      –¡Hank! Estamos jugando a una cosa y necesitamos a alguien muy grande para hacer de poste.

      Hank se rio.

      –¡Qué halagador!

       No se necesita ninguna habilidad, solo estar quieto como un poste.

      Casey agarró la pelota.

      –¿Lo harás?

      –¿Por favor?

      –Bueno, por favor.

      –Vale –dijo él y se levantó de la tumbona, dejó el sombrero en ella y tomó a Casey de la mano para seguirla luego hasta el final de la piscina.

      Neesa suspiró. ¿Le diría él alguna vez que tenía un rancho? Se sentía incómoda. A lo mejor, incluso, su información era equivocada y él ni siquiera era ranchero.

      Tal vez estaba allí arriesgándose a una insolación y, lo que era peor, a que sus hormonas la traicionaran, por un hombre atractivo que no le podía ofrecer nada profesionalmente y solo lo que ella no quería personalmente. Ni siquiera sabía si estaba casado. No le había visto una alianza, pero eso no significaba nada.

      Se puso de nuevo las gafas de sol y se tumbó en la hamaca.

      Tenía que admitir que ese tipo era irresistible. Se percató de que varias de las madres que había por allí, de repente, mostraban mucha más atención con sus hijos que estaban en el agua.

      Hank, con sus fuertes brazos y pecho amplio y bronceado que indicaba largas horas de trabajo al sol, era todo un espectáculo. Además, estaba mostrando una paciencia con los niños que Neesa no se podía creer.

      Cuando el interés de los críos en ese juego pareció esfumarse, él los ayudó a pensar en otro. Y luego en otro. Y otro.

      En medio de todos esos niños no parecía un vaquero solitario. En vez de eso, parecía un hombre destinado a tener una gran familia.

      Tal vez ya la tuviera.

      El corazón le dio un salto cuando pensó eso.

      –¡Neesa! –la llamó él entonces, sorprendiéndola–. Necesitamos otro jugador mayor.

      Miró en su dirección y declinó la oferta con un gesto de la cabeza. Los niños gritaron decepcionados.

      Hank se acercó a ella por el agua, apoyó los brazos cruzados en el borde de la piscina y la miró fijamente.

      –Por favor –dijo–. Hazlo por los niños.

      Ese hombre sabía las teclas que debía pulsar.

      –No creo que importe mucho el número de jugadores que haya en ese juego –dijo ella.

      –Bueno, técnicamente no –respondió él sonriendo–. Pero los niños quieren hacer de tiburones y perseguir ballenas realmente grandes. Así que me estaba sintiendo un poco superado por el número.

      A ella empezaron a fallarle las defensas.

      –Todo trabajo y nada de diversión… –añadió él.

      Sabía que, si se metía en el agua y empezaba a jugar con él y los niños, se estaba buscando problemas. Problemas emocionales. Y no se lo podía permitir.

      Mientras seguía tratando de resistirse, los niños con quienes había estado jugando él se agruparon a su lado y la miraban con cara triste.

      –Neesa –dijo Chris–. Siempre es más divertido cuando podemos atrapar a un adulto.

      Eso despertó su durmiente naturaleza competitiva.

      –¿Y quién dice que me podéis atrapar? –dijo riendo–. Yo nadaba en el equipo de mi instituto.

      Al final no fue ese reto lo que la hizo meterse al agua, sino darse cuenta de que había ido a la piscina para hacer un trabajo. Para conocer mejor a Hank Whittaker, para que, cuando él le hablara por fin de su rancho, ella se sintiera cómoda hablándole de su proyecto. Y no lo podría hacer si él seguía en el agua y ella fuera.

      –¡Muy bien! –dijo, se levantó y se quitó el top de seda.

      –¡Bien! –exclamaron los niños y salieron del agua.

      Hank permaneció dentro y Neesa lo miró suspicazmente.

      –Creía que necesitabas refuerzos. Me pareces bastante tiburón.

      –La chica es lista –dijo él guiñándole un ojo a los niños.

      –Y será mejor que seas rápida, Neesa –le dijo Casey–, si no Hank te atrapará enseguida.

      Neesa se estremeció.

      –¿Podemos empezar ya?

      –¡Sí! –gritaron los niños.

      –Cuando quieras –dijo Hank mirándola con cara siniestra.

      Luego se dirigió al centro de la piscina y empezó a nadar en círculos, sin dejar de mirar a su presa y tarareando la música de Tiburón.

      Los niños estaban muy agitados en el borde de la piscina.

      –¡Ya! –gritó alguien y una docena de cuerpos cayeron al agua.

      Neesa mantuvo a la masa de niños entre ella y Hank, se sumergió y salió sin esfuerzo al otro lado de la piscina. Cuando salió se dio cuenta de que Casey tenía razón.


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