Si el tiempo no existiera. Rebeka Lo

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Si el tiempo no existiera - Rebeka Lo


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en la casa de mi abuela en el pueblo y los restos de los capiteles del antiguo pórtico de la iglesia me tenían fascinada. Aquellas figuras desgastadas por el paso de siglos y que yo jugaba a intentar descifrar. Había hojas, un animal mordiendo a una figura humana que me valió no pocas pesadillas, alguna representación demoníaca y las típicas escenas de caza. Pero lo que a mí realmente me impresionaba era el león. Aquel magnífico león con su pata derecha levantada desplegando todo su poder.

      La voz de Bernal interrumpió mis fantasías:

      —Ese lugar se encuentra fuera de las murallas.

      Un pequeño desliz, tenía que ser más prudente o dar datos más generales para resultar creíble. Por la puntualización de Bernal el juego debía de estar ambientado en un momento temporal en que Gijón se limitaba a la península de Cimadevilla circundada por la muralla romana, así que el resto serían praderías y pequeños y dispersos poblados.

      —Sí, eso es. Quise acercarme a la villa, mi familia procede de aquí y sentía curiosidad por volver a visitar los lugares de mi infancia. Me escabullí mientras dormían. Fue fácil, fray Norberto tiene el sueño profundo y si los demás se enteraron de que me iba les dio igual. —Tomé aire antes de proseguir—: Tuve que caminar bastante hasta llegar aquí. Cuando pensaba en regresar la marea comenzó a subir y me quedé atrapado, sin poder cruzar.

      —¿Me estás diciendo que lograste pasar el cerco, cruzar la muralla y llegar al centro de la villa tú solo?

      —Eso parece…

      Se quedó pensativo supongo que valorando si creerme o no.

      —Está bien, muchacho. Puede que nadie haya reparado en ti. Son momentos de confusión y estarán más distraídos o… —Hizo una pausa remarcando la última letra y apretó la mandíbula—: puede que me estés mintiendo.

      Me estremecí, resultaba muy convincente en su papel. Dejó pasar unos segundos que se me hicieron eternos y, sin previo aviso, me palmeó la espalda en señal de confianza.

      —Aunque si lo haces tendrás tus motivos. —No debí de parecerle peligrosa y, sin duda, estaba acostumbrado a juzgar a las personas—. Esta noche dormirás en los establos, con los mozos, y mañana te ayudaré a volver al convento.

      —¡No! —No quería irme a ninguna parte antes de ser capaz de asimilar dónde estaba o lo que estaba ocurriendo. Hasta ahora todo eran hipótesis, pero lo cierto es que no tenía ni idea de qué trataba todo aquello.

      Me miró sorprendido por mi reacción.

      —¿No?

      —No puedo volver al convento, seguramente ya hayan partido.

      —¿Dejándote atrás? ¡Valientes peregrinos cristianos!

      —Es que… —balbucí— no deseo volver con los monjes, no estoy hecho para la vida monástica y esta es mi oportunidad de empezar una nueva.

      Enarcó una ceja.

      —Sea pues —dijo poniendo su poderosa mano sobre mi hombro izquierdo. Pesaba como el hierro—. Un hombre debe poder elegir su destino.

      Solté todo el aire contenido en un prolongado suspiro, ahora mismo el cansancio me abrumaba y la cabeza había vuelto a dolerme. Ya me daba igual pasar la noche en un establo o donde narices fuera, pero tenía que dormir un rato para poder tener la mente despejada.

      Capítulo 3

      LOS SUEÑOS

      Los establos no estaban muy alejados de las dependencias que rodeaban el alcázar donde don Alfonso Enríquez, a la sazón conde de Gixón y Noronha e infante de Castilla, tenía fijada su residencia.

      Había una torre situada en un extremo del conjunto, era una impresionante estructura de piedra de cuatro alturas rematada con almenas. Anexo a la torre estaba el edificio principal de tres pisos.

      Para cuando llegamos yo ya había desechado definitivamente la idea de que una empresa de entretenimiento hubiera montado un escenario en Gijón al estilo de los estudios Cineccitá. Aquel despliegue era demasiado impactante y Bernal resultaba demasiado creíble para ser un simple aficionado a las series históricas jugando a recrear una. Además, los juegos no duraban días, sino unas horas, y a estas alturas todo el mundo debería estar ya volviendo a casa y a su propia y caliente cama con un buen montón de fotos en el móvil en lugar de andar deambulando por establos. Y yo no había visto un solo móvil en escena desde que me había llevado el porrazo. Nadie haciéndose un selfie, ni un solo coche, y desde luego aquellas casas no se parecían en nada a los edificios de Gijón. No, no podía ser un juego de rol ni nada por el estilo. Hipótesis 1: rebatida. Hipótesis 2: en estudio, sigo inconsciente y estoy viviendo un sueño sorprendentemente real.

      Dejé que me guiara hasta los establos sin fijarme en el camino. Solo deseaba poder dormir un rato, si es que no lo estaba haciendo ya y en realidad lo que deseaba era despertarme. Noté el característico dolor asociado a la tensión sobre las cejas y me masajeé las sienes.

      —Aquí estarás bien, es caliente y tranquilo.

      Se oyó un relincho al fondo del establo. Efectivamente parecía un sitio agradable donde poder descansar. Un bulto en una esquina se removió. Era uno de los mozos de cuadras. Por lo que Bernal me había contado el resto de los empleados tenían casa en la villa o dormían en una casa de servicio junto a la casa principal. Solo se quedaban en las cuadras si era necesario como por ejemplo cuando una yegua estaba a punto de parir.

      Me dio una manta con olor a heno seco y a animal y me condujo a un lugar resguardado. Me eché sobre la paja e inmediatamente sentí todo el peso del cansancio. Estaba a punto de quedarme dormida cuando un perro que pasaba por delante de los establos me vio y decidió entrar. Los caballos debían de estar acostumbrados a su presencia porque no se movieron. Tenía un pelaje brillante y gris y las patas blancas como la nieve. Los ojos dorados y el cuerpo de un atleta, imponente, regio. Si no fuera por su tamaño le hubiera confundido con un lobo. Me olisqueó con interés y se acomodó en la curva de mi vientre. Me encantan los perros, así que su calor terminó por calmarme y solo alcancé a musitar un desvaído gracias hacia Bernal mientras me aferraba al animal. Estaba convencida de que en cuanto abriera los ojos todo estaría de nuevo en su lugar. A no ser que… pero no, esa opción era descabellada.

      —Felices sueños, muchacho —musitó Bernal mientras me pasaba la mano por los despeinados rizos y fruncía el ceño preguntándose por qué mi desaliñado aspecto le despertaba tanta ternura.

      Estaba en un campo plagado de margaritas, era una tarde cálida de septiembre. Lo sabía por la luz, dorada y acogedora, y por la tibieza del sol que me acariciaba el rostro. Oía la voz de mi madre, dulce pero enérgica, llamándome.

      Mi relación con mi madre había sido atípica, o puede que no tanto, pero a mí, siendo la hija, me lo parecía. No conocí a mi padre ni ella quiso desvelarme su identidad, eran muy jóvenes y yo fui el resultado de una relación fugaz, para qué remover el pasado. En ocasiones, mi abuela nos decía que yo parecía la madre y mi madre la hija, en el fondo tardó más que yo en crecer. Cuando yo tenía quince años se casó y se mudó a otro país, tardé en perdonarle lo que veía como una traición. Me sentí abandonada por quien se supone que más debe preocuparse por ti. Con el tiempo comprendí que necesitaba volar y ese era su momento de hacerlo. Las madres también tienen derecho a vivir su propia vida. Comprendí que lo hizo lo mejor que supo y que eso también es amor.

      Mi abuela, con la que había vivido desde que mi madre se fue, falleció un par de años después dejándome desolada y con una pequeña herencia que me permitió terminar mis estudios, aunque pronto fue necesario buscar trabajo. Era duro, pero era libre, dueña de mis decisiones y de sus consecuencias. Hacía unos meses que mi madre y yo habíamos retomado el contacto, aprendiendo a conocernos como mujeres adultas y dejando atrás nuestros roles pasados.

      De repente, el trajín a mi alrededor me hizo despertarme. ¿Quién estaría montando semejante escándalo? Mis vecinos eran un matrimonio


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