E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan Mallery

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E-Pack HQN Susan Mallery 2 - Susan Mallery


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se echó a reír.

      –¡Qué equivocado estás! Y lo verás en cuanto te cuente lo que ha pasado hoy.

      Dante le explicó que había estado en los juzgados, que había conseguido encandilar al juez y que, una vez más, había hecho todo lo posible para asegurarse de que la compañía no solo ganara, sino que destrozara a la oposición.

      –Impresionante –dijo Rafe, y bebió un sorbo de cerveza.

      En vez de prestar atención a aquellos detalles que le harían ganar millones, se descubrió pendiente de los sonidos del interior de la casa. Del suave murmullo de las conversaciones y de la música de presentación del concurso favorito de su madre. Heidi había subido a su habitación al terminar de cenar. ¿Volvería a bajar?

      Excepto para alabar la lasaña de su madre, Heidi había permanecido en silencio durante la cena. No le había mirado una sola vez y había eludido todos sus intentos de mantener una conversación. May se había quedado muy preocupada por ella, temía que no se encontrara bien. Pero Rafe sospechaba que la actitud de Heidi estaba más relacionada con lo que le había dicho el día anterior que con cualquier problema de salud.

      ¿Cuándo habría empezado a pensar en la posibilidad de que se acostaran? Curiosamente, aunque le parecía estupendo que hubiera decidido no acostarse con él, aquel anuncio había tenido en él el efecto contrario. No era capaz de pensar en otra cosa.

      –No me estás escuchando.

      –No exactamente.

      –¿Es por culpa de una mujer?

      –¿Tienes algún otro asunto del que hablarme? –preguntó Rafe.

      –Eso es un sí. No será la chica de las cabras, porque no es tu tipo.

      –¿Qué se supone que significa eso?

      –Desde que te divorciaste, has salido con mujeres muy diferentes. Todas ellas muy guapas, pero incapaces de reconocer un sentimiento auténtico aunque les estuviera pellizcando el trasero. Heidi es diferente.

      –¿Desde cuándo te has convertido en un experto en mujeres?

      –Solo es un comentario.

      –Voy a colgar.

      Rafe pulsó un botón para poner fin a la llamada y guardó el teléfono en el bolsillo de la chaqueta. Bebió otro sorbo de cerveza pensando que Dante tenía razón. Heidi no era como las otras mujeres que habían entrado y salido de su vida. Era una mujer con los pies en la tierra. Además, su plan consistía en asegurarse de que su madre se quedara con el rancho. Otro motivo más para evitarla.

      Se abrió en ese momento la pantalla de la puerta y la mujer en la que estaba pensando salió al cada vez más frío aire de la noche. Avanzó hacia el porche, pero se detuvo en seco en cuanto le vio.

      –¡Oh, lo siento! –se disculpó y dio media vuelta.

      –Espera –Rafe se apartó para hacerle sitio–, siéntate conmigo.

      –No quiero molestar.

      –No estoy haciendo nada.

      Heidi escrutó el porche con la mirada, como si estuviera buscando una excusa para negarse, pero al final, suspiró y avanzó hacia él.

      Se sentó muy tensa. Su aroma a vainilla llegaba hasta Rafe. Por primera vez desde que la conocía, llevaba la melena suelta y no recogida en dos trenzas. Iba vestida con una camiseta de manga larga, unos vaqueros y unas botas. No era un atuendo particularmente sexy o excitante. No había nada en ella que tuviera por qué resultarle atractivo. Y, sin embargo, se descubrió siendo extraordinariamente consciente de ella y preguntándose lo que sentiría si se acercara a Heidi y ella se reclinara contra él.

      –La cerca está quedando muy bien.

      –Pareces sorprendida.

      Heidi le miró y desvió la mirada hacia delante otra vez.

      –Tienes más aspecto de director que de trabajador.

      –¿Quieres decir que se me da mejor dar órdenes que recibirlas?

      Heidi curvó los labios en una sonrisa.

      –Los dos sabemos que es cierto.

      –Sí, lo reconozco, pero también sé colocar una cerca si tengo que hacerlo.

      Heidi no llevaba ni una gota de maquillaje, advirtió Rafe mientras la observaba. Su piel tenía un aspecto suave, al igual que su boca. Bajó la mirada hacia sus manos. Uñas cortas y algunos callos. Era una mujer que trabajaba con las manos.

      –May me ha dicho que has encontrado a alguien que se hará cargo del ganado –comentó Heidi.

      Rafe levantó la cerveza y bebió un sorbo.

      –Van a pagar un precio que considero justo. Dentro de un par de días vendrán a buscarlo.

      –Y terminarán en el plato de alguien, ¿verdad?

      –¿Eso te preocupa?

      Heidi suspiró.

      –No quiero que sufran, pero tampoco quiero tenerlas aquí. A lo mejor se las podrían llevar a algún zoológico.

      Rafe, que estaba tragando en ese momento, comenzó a toser. Heidi le observó preocupada hasta que se recuperó.

      –¿Estás bien?

      Rafe asintió y se aclaró la garganta.

      –¿Quieres donar las vacas a un zoológico?

      –No quiero pensar que van a matarlas y después se las comerán.

      –¿De dónde crees que salen los filetes?

      –Eso es diferente. A esas vacas no las conozco.

      –A estas tampoco las conoces mucho. Además, te dan miedo. Heidi, se trata de una cantidad de dinero importante.

      Se dijo a sí mismo que no debería recordárselo otra vez. Al fin y al cabo, hasta el último céntimo que ganara estaría destinado a devolvérselo a su madre. Y si al final conseguía suficiente dinero, quizá pudiera convencer a la jueza.

      –Pensaré en ello. Si me prometieran no matarlas, estaría completamente de acuerdo.

      –¿Y qué se supone que tienen que hacer con tu ganado?

      –No lo sé. Lo único que yo quiero es ocuparme de mis cabras y no tener nada que ver con otros animales. Por lo menos, con otros animales que se puedan comer.

      –Las cabras también se comen.

      –Las mías no.

      –Tus cabras van a disfrutar de una vida muy agradable.

      Heidi se dijo a sí misma que la nueva conciencia que parecía haber cobrado del momento se debía a la belleza que la rodeaba y a la tranquilidad del anochecer. Las cabras ya estaban en el establo, los pájaros en sus nidos y los grillos cantando. Heidi se sentía una con la naturaleza. Estaba tranquila.

      Rafe giró en ese momento en la escalera y Heidi se sobresaltó. El corazón comenzó a latirle con tanta fuerza que le sorprendió que los grillos no salieran gritando aterrorizados, asumiendo, claro, que los grillos fueran capaces de emitir algún otro sonido que el habitual.

      Era una situación demasiado complicada como para mantener la calma.

      Pero la culpa no era suya, se dijo a sí misma. Era de lo que le había dicho sobre que no iba a acostarse con él. Después de aquella declaración, Rafe sabía que había estado pensando en aquella posibilidad. Aquel hombre tenía un ego del tamaño del Gran Cañón. Probablemente pensaba que estaba desesperada por acostarse con él cuando la verdad era que solo había estado considerando el sexo como una manera de convencerle de que no le quitara el rancho. Una idea bastante ridícula, sobre todo teniendo en cuenta que ella no tenía suficiente experiencia en el sexo como para convencer a un hombre de nada.


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