E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan Mallery

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E-Pack HQN Susan Mallery 2 - Susan Mallery


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bien.

      –¡No estoy preocupada por ti! –respondió exasperada–. Estoy preocupada por May. Y no sabes si las cosas van a salir bien o mal. Si haces sufrir a May, se presentará ante la jueza y lo perderemos todo. ¿No has pensado en ello?

      Glen pareció perder su buen humor.

      –Heidi, sobre el amor no se manda. Si algo has podido aprender de mí, es que el corazón es imprevisible. Lo que ha ocurrido con May ha sido algo completamente inesperado. Y a lo mejor es precisamente eso lo que he estado necesitando durante todo este tiempo.

      –Muy bien, pero por bonitas que sean tus palabras, sé que no estás enamorado. Tú no crees en el amor. Lo has dicho miles de veces. Te gusta divertirte y pasar a otra cosa. May perdió a su marido hace muchos años. No tiene mucha experiencia en hombres. ¡Y estás poniendo en peligro nuestra casa!

      –No, eso no es así, te lo prometo. Aprecio a May y no quiero perderla, Heidi. Y no lo haré. Confía en mí. Solo te pido que confíes en mí, jovencita.

      Y sin más, se marchó.

      Heidi le observó marcharse pensando que le estaba pidiendo demasiado. Le quería, pero no podía confiar en él.

      Estuvo trabajando durante un par de horas más, hasta que oyó pasos en el zaguán. Entonces, apagó el ordenador y se dirigió a la cocina. Encontró a Rafe en el fregadero, bebiendo agua. Había dejado el sombrero en una silla al lado de la mesa y se había subido las mangas de la camisa. El sudor le oscurecía la camisa y tenía los pantalones cubiertos de polvo. Parecía salido de un anuncio de algo viril y vagamente sexy.

      Terminó de beber y volvió a servirse agua de la jarra que había sacado de la nevera.

      –Ya se han ido. Ahora puedes pasear tranquilamente por todo el rancho sin miedo a que te ataquen las vacas.

      –Gracias por haberte ocupado de eso.

      –De nada –bebió rápidamente el segundo vaso y se volvió hacia ella–. ¿Qué te pasa?

      –Estoy preocupada por tu madre.

      –¿Por qué?

      –Está empezando a involucrarse sentimentalmente con Glen. Y te aseguro que de ahí no puede salir nada bueno.

      Rafe se echó a reír.

      –Glen tiene más de setenta años. ¿Qué es lo peor que podría pasar?

      –No le subestimes por tener la edad que tiene. Glen lleva años encandilando a las mujeres. Le encuentran irresistible. No es un hombre de relaciones largas y eso significa que tu madre podría terminar sufriendo.

      La risa de Rafe se convirtió en una sonora carcajada.

      Heidi cruzó los brazos.

      –No me estás tomando en serio.

      –No puedo. ¿Glen y mi madre?

      –Tu madre estuvo ayer en el dormitorio de Glen y oí cómo se reían.

      –Probablemente le estaba llevando la colada.

      –Se estaban acostando.

      Rafe cambió inmediatamente de expresión.

      –Imposible.

      –He hablado con Glen, pero no quiere hacerme caso. Tienes que hablar con tu madre. Glen no es un hombre capaz de sentar cabeza. Si es eso lo que May espera de él, no va a suceder.

      –No voy a hablar con mi madre sobre su vida personal.

      –¿Prefieres que le rompan el corazón?

      –Glen y ella no tienen ninguna relación personal.

      –¿Cómo lo sabes?

      –Sencillamente, lo sé.

      Heidi gimió.

      –Así es como funcionas tú, ¿verdad? ¿Si no te gusta algo te limitas a fingir que no existe?

      –No sé de qué estás hablando.

      –¿Qué me dices de Clay? Es tu hermano, pero nunca hablas de él.

      Rafe endureció la mirada.

      –Eso no es asunto tuyo.

      –Te comportas como si fuera un delincuente. Lo único que hace es anunciar ropa interior. Probablemente hasta gane más dinero que tú. ¿Ese es el problema?

      –Podría haber hecho algo importante con su vida.

      –Y lo ha hecho.

      –No ha hecho nada de lo que pueda sentirse orgulloso.

      Heidi le miró con los brazos en jarras.

      –Eres un puritano. Te avergüenzas de lo que hace Clay y por eso no hablas de ello.

      –No es cierto.

      –Tampoco quieres reconocer lo que hace tu madre. ¿Es que tienes algún problema con el sexo?

      –No tengo ningún problema con el sexo –gruñó.

      –Pues seguro que tienes algún problema con algo.

      –Ahora mismo, contigo –dejó la jarra de agua y se volvió hacia ella–. Trabajé como un animal cuando era niño para hacerme cargo de mi familia. Pasaba hambre y trabajaba como un hombre cuando solo tenía diez años. Así que creo que tengo derecho a decidir si mi hermano está desperdiciando su vida o no. Y lo mismo digo de mi hermana.

      Aquello la confundió.

      –Yo pensaba que tu hermana era bailarina.

      –Solo Dios sabe lo que es. Se fue de... –negó con la cabeza–. No voy a hablar de ella.

      –Fuiste tú el que la crió.

      Heidi pensó en todo lo que sabía sobre Rafe y sobre su pasado. Sobre lo dura que había sido su infancia. Había conseguido ir a la universidad gracias a una beca y había levantado un emporio. ¿Pero cuánto conservaría todavía de aquel niño asustado y hambriento?

      –El hecho de que Clay se haya convertido en modelo no quiere decir que no aprecie lo que hiciste por él.

      –No intentes meterte dentro de mi cabeza. No lo vas a conseguir.

      –Lo único que estoy diciendo es que a lo mejor deberías presionarle menos.

      –Y supongo que ese consejo lo das a partir de la experiencia que tienes con tu enorme familia.

      Heidi alzó la barbilla.

      –Crecí rodeada de familiares. A lo mejor no era una familia tradicional, pero sé perfectamente lo que es vivir con mucha gente en un espacio reducido –alzó las dos manos–. Muy bien. Dejaremos a Clay en paz. Pero, por favor, habla con tu madre.

      –No.

      –Para ser un hombre que ha estado casado, no sabes mucho de mujeres. No me extraña que necesites contratar a alguien para que te busque pareja. Muy bien. No hables con May, pero después no digas que no te lo advertí.

      Heidi empujó el vaso vacío hasta el final de la mesa. Miró a su alrededor esperando a que Jo apareciera. Cuando la camarera arqueó las cejas, Heidi señaló su vaso y asintió.

      Sí, muchas gracias, quería otra margarita, y a lo mejor otra más después de aquella.

      –Tengo un presupuesto de ciento cinco mil dólares –estaba diciendo Annabelle–. Espero conseguirlo por unos ochenta o noventa y el resto lo emplearé en libros y en muebles.

      –¿Una biblioteca ambulante? –preguntó Charlie.

      Annabelle asintió.

      –Tenemos mucha gente en el pueblo que no puede ir a la biblioteca. En la última recaudación de fondos se terminó el centro de comunicaciones, y eso es genial. Además, si conseguimos un par de ordenadores portátiles y una conexión inalámbrica,


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