E-Pack HQN Sherryl Woods 2. Sherryl Woods

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E-Pack HQN Sherryl Woods 2 - Sherryl Woods


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Estaba saliendo de allí cuando Elliott la vio y se la quedó mirando asombrado.

      —Ey, hermanita, ¿qué haces aquí?

      —Me he apuntado —le dijo pensando que le haría ilusión que por fin hubiera dado ese paso que tanto tiempo llevaba recomendándole—. Y Jeff va a trabajar conmigo.

      Elliott frunció el ceño.

      —Si hubiera sabido que estabas interesada, te habría incluido en mi agenda gratis.

      —No quería eso.

      Él sonrió.

      —¿Es que tu hermano pequeño te asusta?

      —Tienes reputación de torturador, pero no ha sido por eso.

      —¿Entonces por qué?

      —Me daba miedo que te diera pena de mí y me dejaras salirme con la mía cuando no me apeteciera hacer algo. He pensado que si pago a Jeff, le escucharé. Necesito alguien que me lo ponga difícil.

      —Bien pensado. Y Jeff sabe lo que se hace —la miró con preocupación—. ¿Te importaría decirme qué ha provocado esto? ¿Ernesto no te habrá dicho nada sobre tu peso, verdad?

      —Últimamente, Ernesto no me dice nada —dijo antes de poder evitarlo y se estremeció al ver la inmediata expresión de enfado de Elliott. Alzó una mano antes de que él pudiera responder—. No me hagas caso. Tenía una mala mañana y he decidido que quería hacer algo positivo. Eso es todo.

      —¿Tengo que...?

      —¿Hablar con mi marido? —terminó interrumpiéndolo—. Rotundamente no.

      —Pero si te está faltando al respeto...

      —Los dos sabemos que lo está haciendo y que no va a cambiar. Solo tengo que pensar en lo que voy a hacer al respecto. Y ahora, por favor, vamos a dejar el tema, ¿vale?

      —Solo digo que...

      De nuevo, ella lo interrumpió, en esta ocasión dándole un beso en la mejilla.

      —Entendido. Gracias por ofrecerte a ayudarme, pero voy a enfrentarme a esto sola.

      Aunque a él no parecía hacerle mucha gracia, cedió.

      Ella forzó una sonrisa.

      —He oído que Karen, los niños y tú os fuisteis el domingo a pasar el día a la playa. Mamá estaba encantada, por raro que parezca. No se quejó ni una vez de que no fuerais a comer.

      —Creo que entendía que lo necesitábamos. La próxima vez deberíais venir los niños y tú. Estar al aire libre bajo el sol fue único. Daisy y Mack se lo pasaron genial.

      —Eso le ha contado a Selena.

      —¿Selena no se habrá molestado, verdad?

      —No. Es más, vino a casa encantada porque Daisy le dijo que la próxima vez podía ir con vosotros. Me ha hecho darme cuenta de que tengo que empezar a mirar por mis hijos. Creo que me preocupo mucho de ellos, pero con todo lo que ha estado pasando en casa... —se encogió de hombros—. Tiene que estar pasándoles factura, aunque por ahora la única que parece estar enterándose es Selena. Está furiosa y me preocupa lo que pueda hacer. Ya sabes lo rebelde que es. ¿Y si algún chico muestra interés por ella y comete alguna locura para llamar la atención?

      La expresión de Elliott volvió a llenarse de preocupación. Como único hombre de los hermanos, consideraba su deber cuidar no solo de sus hermanas, sino también de sus hijos, tal como habría hecho su padre si siguiera vivo.

      —¿Has hablado con ella del tema?

      —No exactamente, pero le he dicho que no puede pensar en el sexo hasta que tenga, al menos, treinta —dijo sonriendo—. Sé que es ilusorio, pero a lo mejor si lo digo muy a menudo entenderá lo serio que es. Está claro que yo no lo entendí.

      —¿Crees que te habrías casado con Ernesto aunque no te hubieras quedado embarazada?

      Adelia pensó en la pregunta cuidadosamente.

      —Es más que probable. Estaba loca por él. No tenía ni idea de que las cosas acabarían así.

      Estaba claro que por entonces, Ernesto no había sido un infiel en serie o, si lo fue, lo había ocultado muy bien, aunque eso no era algo que Adelia quisiera compartir con su protector hermano. Probablemente, Elliott ya sabía todo lo que estaba pasando, aunque ella no iba a confirmárselo, porque entonces se vería obligado a hablar con Ernesto y nada bueno podía salir de eso.

      —Nos vemos mañana —le dijo a su hermano—. Y puede que quieras advertir a Jeff de que en gimnasia soy un pato.

      Él sonrió.

      —¿Sabes una cosa? Dentro de un mes serás adicta.

      —¡Y tú, querido hermano, eres un soñador!

      Tendría suerte si no caía agotada después de la primera sesión y no volvía a aparecer por allí.

      Karen estaba empezando a acostumbrarse a las visitas diarias de Raylene. Nunca duraban más de unos minutos, lo suficiente para una taza de café y una rápida conversación, pero por primera vez en su vida sentía que tenía una amiga de verdad. Y, lo mejor de todo, había descubierto que tenían mucho en común.

      Las dos habían tenido relaciones problemáticas con sus madres. En el caso de Raylene, su madre se había marchado y, tal como ella entendía ahora, había dado muestras de la misma agorafobia que ella había sufrido y que la había tenido confinada en casa. La madre de Karen había sido alcohólica y se había negado a ver el devastador efecto que la bebida estaba teniendo en ella y en su hija.

      Las dos vivieron en familias con hijos de matrimonios previos, aunque la situación no era la misma. Y las dos habían superado serios problemas psicológicos y habían luchado por llegar a tener vidas plenas y normales.

      —Cuando echas la mirada atrás un año, ¿te puedes creer todos los cambios que ha habido en tu vida? —le preguntó Karen a Raylene mientras troceaba unas verduras para un estofado del menú del día.

      Raylene se rio.

      —¡Qué va! Cada vez que salgo por la puerta de casa y voy al pueblo, lo considero un milagro. Y además está Carter. Después del desastre de mi primer matrimonio, es como un príncipe de un cuento de hadas, amable, considerado y sensible —una pícara sonrisa cruzó sus labios—. ¡Y muy, muy, sexy!

      Karen se rio.

      —Yo también he encontrado uno de esos. No hay comparación entre mi primer marido y Elliott. Es bueno conmigo, es responsable y es genial con mis hijos.

      Raylene la observó por encima del borde de la taza.

      —¿Te importa que te haga una pregunta personal?

      —Lo que quieras.

      —¿Habéis vuelto a hablar del tema de la adopción?

      —Hemos hablado del tema —dijo Karen, aunque fue consciente de cierta tirantez en su voz al hablar.

      Y Raylene también la captó.

      —¿Entonces sigue siendo un asunto delicado?

      Karen asintió.

      —La verdad es que he logrado evitarlo. No puedo decidirme.

      Raylene la miró atónita.

      —¿Por qué? Como ya te he dicho, creo que sería genial para los niños saber que Elliott los quiere tanto. Tal vez sería distinto si Ray... ¿se llama así?... estuviera cerca, pero no lo está. ¿Crees que podría aparecer? ¿O cree Helen que sería difícil hacerle renunciar a sus derechos como padre?

      Karen se sonrojó de vergüenza.

      —Ni siquiera he hablado con ella. Ray renunció a sus derechos cuando nos divorciamos, así que no sería un problema.

      —Pues


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