E-Pack HQN Sherryl Woods 2. Sherryl Woods
Читать онлайн книгу.que deberíamos ir dentro, si no os importa. Tengo que sentarme.
—Claro —dijo Karen de inmediato, agarrándola del brazo y yendo hacia el edificio.
Elliott le pidió la llave y abrió.
—¿Quieres un vaso de agua? —le preguntó al entrar en casa.
—Sí, y hay galletas en la encimera —dijo intentando compensar su lapsus de memoria jugando a la perfecta anfitriona.
Se sentó en el sofá con Karen a su lado agarrándole la mano como si le diera miedo soltarla. Solo cuando Elliott volvió con tres vasos de agua y un plato de galletas, la joven la miró directamente a los ojos.
—Frances, ¿puedes decirnos qué ha pasado? —le preguntó con mucho tiento, como si temiera que esa simple pregunta pudiera ser demasiado para la anciana—. ¿Dónde has estado?
Dadas las circunstancias, Frances entendía su cautela y le dio una reconfortante palmadita en la mano.
—He hecho las galletas para los niños, como le he dicho a Elliott que haría. Después he decidido llevarles unas pocas a Flo y a Liz —respiró hondo antes de admitirlo—. Podría mentiros y deciros simplemente que he perdido la noción del tiempo, pero no es así. Me he olvidado por completo de que tenía que recoger a los niños. No lo he recordado hasta que os he visto tan nerviosos delante de casa. ¿Están bien?
—Están en casa de mi hermana y están perfectos. No les ha pasado nada.
Frances era consciente de que Karen estaba observándola fijamente.
—No es la primera vez, ¿verdad? ¿Has olvidado otras cosas?
Frances asintió, al no verle sentido a mentirle a una joven que se había portado con ella tan bien como si fuera su propia hija.
—¿Has ido a ver al médico? —le preguntó Elliott con una expresión tan preocupada que a Frances le entraron ganas de llorar. Eso era exactamente lo que no había querido, que la gente se preocupara y sintiera pena por ella. Aceptarlo de Flo y Liz era una cosa, pero que esos dos jóvenes encantadores, que ya tenían tantas preocupaciones, añadieron eso a su lista no estaba bien.
—Aún no he ido al médico. Una parte de mí no quiere saber qué me está pasando. Si le preguntáis a la mayoría de la gente de mi edad, el Alzheimer es una de las cosas que más temen —se sintió orgullosa de poder pronunciar la palabra en alto.
—Pero Frances, podrían ser otras cosas —dijo Elliott—. A lo mejor no es tan grave como el Alzheimer. Puede que sea algún desequilibrio químico que se pueda corregir fácilmente. A lo mejor tus medicinas están interactuando negativamente.
—Tienes que averiguarlo —dijo Karen y añadió con decisión—: Yo misma llamaré al médico y te acompañaré.
—Los dos iremos contigo.
Las lágrimas salpicaron las mejillas de Frances.
—Sois unos cielos por preocuparos tanto por mí.
—No digas tonterías. Es lo mínimo que podemos hacer después de todo lo que has hecho por mí, por nosotros —dijo Karen—. O, si lo prefieres, puedo llamar a alguno de tus hijos, contarles lo que ha pasado para que te acompañen ellos.
—Rotundamente no. Me meterían en un asilo corriendo. Y yo quiero manejarme sola todo el tiempo posible. Hasta ahora ni he quemado la casa ni me he perdido de camino al centro de mayores.
Su intento de darle un toque de humor a la situación resultó en vano. Es más, Karen parecía estar al borde del llanto. Frances le dio un apretón de mano.
—Deja de mirarme como si fuera el fin del mundo —le ordenó—. Liz y Flo saben lo que está pasando y se encargarán de que no cometa ninguna tontería. Tengo intención de seguir aquí mucho, mucho tiempo y, con suerte, con mi cabeza intacta.
—¡Pero es tan injusto! —susurró Karen—. Has hecho mucho por mucha gente. No deberías tener que enfrentarte a algo así.
—Todos tenemos cruces que llevar —la consoló Frances. Y, por extraño que pareciera, vio que intentar reconfortarla calmó su propio miedo, aunque no podía imaginar por qué, ya que el incidente de aquel día era una indicación clara de que tenía que obtener respuestas lo antes posible.
Karen se acurrucó contra ella. Costaba ver quién estaba consolando a quién.
—Quiero ir al médico contigo —repitió—. Sé que tienes a Liz y a Flo, pero para mí eres como una madre, Frances. Quiero hacer lo que pueda por ayudarte.
—Trátame como lo has hecho siempre. Quiero aferrarme al último hilo de dignidad durante todo el tiempo posible.
Vio a Karen mirar a Elliott, aunque no supo interpretar bien qué se estaban diciendo. También se fijó en que él asintió.
—Esta noche me quedo aquí —le dijo Karen en voz baja aunque con decisión—. Y mañana iremos al médico.
—No creo que nos den cita tan pronto —protestó Frances, que aún no estaba preparada para oír el veredicto médico.
—Nos verán. Se lo diré a Liz, y nadie le dice no a Liz cuando se le mete algo en la cabeza.
A pesar de su nerviosismo, Frances se rio.
—Es verdad. De acuerdo, iremos mañana, pero no hace falta que te quedes esta noche.
—Puede que tú no necesites que me quede, pero yo sí necesito quedarme.
—Y yo estoy de acuerdo —añadió Elliott.
Frances esbozó una débil sonrisa.
—Pues supongo que está decidido —miró a Elliott con gesto de disculpa—. Siento haberos estropeado los planes de esta noche.
—Nos importas mucho más que una cita —le aseguró él—. Eres parte de nuestra familia. Y ahora será mejor que vaya a casa a por las cosas de Karen, y después iré a recoger a los niños. ¿Quieres que los traiga para que os den las buenas noches o sería demasiado?
—Oh, por favor, tráelos. Seguro que se están preguntando qué habrá pasado. Tengo que disculparme y puede que tengan que ver que estoy bien.
Karen asintió.
—Me parece una gran idea.
—Pues hecho —dijo Elliott, dándole un beso a Frances en la frente antes de besar a su mujer.
Aunque se sentía fatal por haberles arruinado la noche, Frances no podía evitar sentirse agradecida de que Karen fuera a quedarse allí. A pesar de su intento de disimular lo que había pasado, el incidente la había impactado más que ninguno de los otros lapsus que había tenido. Estando los niños de por medio, las cosas podrían haber sido mucho peores. Esa noche tendría que dar gracias a Dios por haberlos mantenido a salvo en el colegio. Sabía que en algunas ciudades con unos empleados de colegio menos atentos, podrían haberlos dejado salir solos, y entonces, ¿quién sabía lo que podría haber pasado?
Karen no durmió nada aquella noche. Aunque Frances no había mostrado más signos de falta de memoria, a Karen la había impactado mucho que hubiera olvidado ir a recoger a los niños. Tanto si era Alzheimer como otra cosa menos grave, el lapsus no era buena señal y la idea de ver a su amiga sumida en una lenta y larga decadencia le partía el corazón.
Después de una noche agitada en la habitación de invitados, terminó por quedarse dormida casi al amanecer y se despertó con el olor a beicon frito y café. En la era de los microondas y las cafeteras eléctricas, los dos aromas mezclados a la antigua usanza le hicieron la boca agua.
Encontró a Frances en la cocina, ya vestida y oliendo a lirios del valle, su perfume favorito.
—Parece que has dormido bien —le dijo Karen.
—Sí —admitió Frances—. Mejor que en mucho tiempo —miró a Karen