Estrés Y Trauma En Tiempos De Pandemia. Paul Valent
Читать онлайн книгу.natural tratar de conceptualizar este peligro sin precedentes para la vida de acuerdo con lo que ya sabíamos de otras circunstancias similares que han afectado a poblaciones enteras. También era natural rellenar la falta de datos científicos con pensamientos mágicos. En este capítulo abordaremos otras circunstancias que ponen en riesgo la vida de la población comparadas con la crisis actual.
Muertes por accidentes de tráfico
Alrededor de 40.000 personas mueren implicados en accidentes de tráfico en los Estados Unidos anualmente, y 1,25 millones mueren en todo el mundo. Además, 50.000.000 de personas sufren lesiones de gravedad por esta causa en todo el mundo. En cierto sentido, los fallecimientos a causa de accidentes de tráfico son una pandemia crónica de bajo grado.
Las muertes como consecuencia de los accidentes de tráfico son un excelente ejemplo de evitación y denigración de los aspectos psicológicos de las catástrofes. Históricamente, los sobrevivientes que se quejaban fueron acusados de neurosis de compensación, mientras que los factores psicológicos entre los causantes de accidentes fueron casi totalmente ignorados.
De hecho, un examen minucioso tanto de las víctimas como de los causantes de accidentes de tráfico revela una amplia variedad de disfunciones físicas, psicológicas y sociales (Valent, 2007).
Desastres naturales
Los desastres naturales como incendios, inundaciones y terremotos suelen ser eventos circunscritos a zonas localizadas que no amenazan al resto de la población y en donde la ayuda llega rápidamente desde fuera para socorrer a las víctimas.
Tal vez estos tipos de desastres han sido las situaciones traumáticas masivas más estudiadas científicamente, así se ha llegado a demostrar que los eventos traumáticos manifiestan diferentes fases: pre-impacto, impacto, post-impacto, recuperación y reconstrucción. Las respuestas ante desastres se amplían a las víctimas secundarias, como en el caso del personal de rescate y los niños, y pueden extenderse incluso a través de generaciones.
Generalmente, la mortalidad y la morbilidad de todo tipo de enfermedades aumentan en proporción a la gravedad y duración de tensiones y traumas específicos, teniendo en cuenta que la naturaleza de lo que experimentan los sobrevivientes, las víctimas secundarias y las comunidades varía mucho según los escenarios físicos, psicológicos y sociales.
Los primeros investigadores encontraron, por ejemplo, síntomas propios del Trastorno por Estrés Postraumático como el revivir las situaciones sufridas durante el desastre, pero también confusión, apatía, dolor, depresión, culpa por parte de los sobrevivientes, vergüenza, desesperanza, alienación y lucha por el significado.
Valent (Valent, 1984, 1998b) después de los incendios producidos en el miércoles de ceniza en Australia, fueron clasificadas estas respuestas de acuerdo con las manifestaciones biológicas, psicológicas y sociales de los supervivientes mostrando cómo sus consecuencias trascienden a través del tiempo y de las personas, y que incluso afecta desde los instintos hasta las dimensiones espirituales. Por ejemplo, un hombre creía que un ángel aparecía en las llamas y sus alas estaban a punto de envolverlo. Un niño creía que su madre enojada era una bruja y tomó una píldora mágica para protegerse de su maldad.
Los desastres han puesto de relieve el hecho de que los cuerpos de intervención generalmente se ven afectados, especialmente si sus esfuerzos de rescate fracasaron, así pueden empatizar con la angustia de las víctimas o sentir culpa y vergüenza por no haber podido ayudarlos.
En realidad, los traumas de las víctimas afectan no sólo al personal de rescate, sino también a los miembros de la familia y de la comunidad, y pueden trascender a través de generaciones.
Guerras
Las guerras, más que los accidentes de tráfico, han demostrado por un lado la ocultación de los datos relativos a la salud de las tropas, así como la falta de consideración de los síntomas psicológicos entre los soldados donde sus quejas fueron tratadas como cobardía.
Sin embargo, cientos de miles, sino millones de soldados, se “rompieron”, muchos de ellos condecorados, lo que demuestra que el estrés extremo y el trauma potencialmente causan estragos en la mente de todos.
Aunque se han registrado consecuencias psicológicas del combate desde los antiguos griegos, fue sólo en el siglo XVII que Hofer compiló los síntomas que encontró en las tropas suizas, que incluía nerviosismo, abatimiento, emociones de desesperanza, problemas gastrointestinales y síntomas depresivos, en lo que se denominó melancolía.
Este concepto de neurosis de guerra duró 150 años. En la Guerra Civil Americana, el anhelo del hogar y la falta de disciplina fue denominado nostalgia, lo que se añadió a los síntomas de la melancolía.
En la Primera Guerra Mundial, después de cierta resistencia, inicialmente se reconocieron los síntomas de estrés físico, principalmente asociados al sistema cardíaco donde se observaba la presencia de “corazón irritable”, astenia neurocirculatoria y síndrome de esfuerzo. A lo que se añadió la neurosis de guerra que se cree que se debe a explosiones que causan un daño cerebral mínimo. Posteriormente la enfermedad psicológica tuvo que ser reconocida debido a la enorme cantidad de secuelas psicológicas entre los soldados.
El principal trabajo que surgió de la Primera Guerra Mundial fue realizado por Abram Kardiner (Kardiner, 1941) denominado The Traumatic Neuroses of War.
Kardiner describió una gran variedad de síntomas que se relacionan con eventos traumáticos y que podrían ser revividos en pesadillas y flashbacks que podrían aparecer con otras neurosis y síntomas físicos. Igualmente, este autor hizo hincapié en que todos los síntomas eran significativos en términos de traumas anteriores, incluso si estos traumas eran inconscientes.
Curiosamente, en la llamada pandemia de gripe española de 1918 que mató a 50 millones de personas en todo el mundo y también arrasó contra combatientes de la Primera Guerra Mundial, no fueron mencionados entre las víctimas de guerra a ambos lados del conflicto, con el fin de no revelar la vulnerabilidad militar. Este fue un ejemplo de cómo las fuerzas políticas pueden influir en el reconocimiento y el tratamiento de las pandemias. Veremos ejemplos de esto más adelante en la pandemia actual.
En la Segunda Guerra Mundial, las lecciones de la guerra anterior tuvieron que ser reaprendidas. Al igual que el trauma en sí, las neurosis traumáticas fueron reprimidas. Esta es una advertencia de que las lecciones de la pandemia actual no deben olvidarse.
Una vez que se reconocieron las consecuencias psicológicas en los combatientes, investigaciones revelaron nuevas características. En primer lugar, las consecuencias psicológicas se asociaron con la intensidad de la amenaza de muerte, la duración de la exposición al combate y el número de camaradas muertos. En unidades severamente estresadas, todos los soldados supervivientes finalmente se rompieron psicológicamente. Así aprendimos que, aunque las personas variaban en sus fortalezas y vulnerabilidades, todos eran finalmente frágiles.
En segundo lugar, la Segunda Guerra Mundial reveló la importancia de la moral. La moral era el antídoto contra la ansiedad de la aniquilación. La moral consistía en motivación para lograr metas importantes y confianza en la capacidad de hacerlo. También consistía en formar parte de un grupo, que fue concebido como más importante que uno mismo. El grupo era el cuerpo, el líder su cabeza, y uno mismo una extremidad, una parte del cuerpo.
Con el abandono de las metas, la confianza y los ideales, y la pérdida de camaradas y amigos, la desmoralización aumentó, afectando con ello al espíritu de grupo lo que a su vez provocó una pérdida de fe en la causa y en los líderes. Una sensación de abandono en un mundo peligroso, y la exposición a la muerte sin una buena razón hizo que los soldados se resintiesen profundamente. La disciplina colapsó, se produjeron atrocidades y los oficiales fueron asesinados por sus hombres.
Los hallazgos de Kardiner de una amplia gama de respuestas en la Primera Guerra Mundial fueron validados en la Segunda Guerra Mundial por Grinker y Spiegel (Grinker & Spiegel, 1945) en donde se refirieron a la “ruptura” del combatiente como “un desfile pasajero