Novios por una semana. Lindsay Armstrong
Читать онлайн книгу.es una cosa por la otra.
—¡No! —exclamó Vivian—. ¿Cómo puedo saber en lo que me estoy metiendo? Usted podría ser… ¡podría ser cualquier cosa!
—Efectivamente, pero no lo soy. Permítame que le cuente unos cuantos detalles más. Mi hermana va a casarse. La semana antes de la boda va a haber un frenesí de fiestas y cosas por el estilo en la finca de mi familia. Mi madre estará allí, lo mismo que muchas otras personas… Si no quiere, no tendrá que estar a solas conmigo. Y mi madre, es un pilar de la sociedad, créame.
—¿Es así como lo hacen los ricos y famosos? —comentó ella.
—¿Acaso no es así como lo hace todo el mundo?
—No en la «finca de la familia», créame señor Dexter.
—Será muy divertido, Vivian.
—Pero no podremos decir que estamos comprometidos sin demostrarlo en alguna ocasión —objetó ella.
—Estaría dispuesto a respetar tus deseos de no hacer demostraciones de afecto en público. Podríamos decir que, todavía, no es oficial —dijo él, apartando el plato ligeramente para demostrar que había terminado de comer.
—¿Y su madre y su hermana? ¿Cómo van a reaccionar cuando usted les presente una prometida, de la que no habían oído hablar, aunque todavía no sea oficial?
—Mi madre y mi hermana, generalmente, me siguen la corriente.
—¡Eso me lo imagino! Sin embargo, me parece que tiene que haber algo más detrás de todo esto.
—Claro que lo hay. He descubierto que me apetece la idea de hacer que tengas mejor opinión de mí.
Vivian masticó cuidadosamente el último bocado y luego dejó el cuchillo y el tenedor a un lado del plato vacío. A continuación, tomó un sorbo de agua. Deseaba retrasar todo lo posible el momento en el que tendría que mirar los azules ojos de aquel hombre. Aquellas palabras parecían haberle afectado de un modo extraño, provocándole un escalofrío por la espalda. ¿Qué significaba aquello? No podía ser que se sintiera atraída por él.
—Si es así, ¿qué tienen de malo las formas tradicionales de impresionar a una chica, señor Dexter? —dijo ella, por fin—. Creo que son mejores que el soborno.
—Hay dos razones, Vivian. Me gustan los desafíos… y, además, tengo el presentimiento de que a ti no te gustarían las tácticas tradicionales. Sin embargo, lo que podrías llegar a hacer para conseguir un contrato para tu agencia es otro asunto.
—¿Se trata de un trato honrado, señor Dexter? ¿Julianna Jones y los vinos Clover solo por pasar una semana fingiendo ser su prometida? —preguntó ella. Lleyton asintió—. Trato hecho.
—Vivi, ¿cuántos años tienes? —preguntó Stan Goodman, socio mayoritario de Goodman & Asociados a la mañana siguiente.
—Veinticinco, Stan, casi veintiséis… ¡Ya lo sabes!
—¿No te parece que ya eres mayorcita para caer en este tipo de trucos?
—No pude evitarlo —replicó Vivian—. Además, mira lo que va a suponer para la agencia.
—¿Y qué ocurre si no solo te haces pasar por su prometida, sino que acabas en su cama, hablando en plata? —preguntó Stan, mirando por encima de las gafas.
—No hablamos de eso, pero si crees que no me puedo resistir a un hombre durante una semana, Stan, estás muy equivocado.
—No estamos hablando de un hombre cualquiera, Vivi.
—De acuerdo, tiene muchos alicientes, pero se las arregló para caerme mal desde el momento en que puse los ojos en él. De hecho, tal vez Lleyton Dexter no sepa en lo que se está metiendo conmigo.
—No, por favor. Si no puedo convencerte para que no te metas en esto, prométeme que no harás la tontería de hacerle pagar lo que está haciendo.
Vivian dudó. Sabía que Stan nunca le haría aceptar aquel asunto, pero también sabía que la agencia necesitaba desesperadamente tanto el contrato del champú como el del vino. Uno de los socios mayoritarios se había marchado a otra agencia solo unos días antes llevándose algunas de las cuentas más importantes. Aquella era la razón por la que no se había marchado del despacho de Lleyton Dexter aunque hubiera estado descalza. Sabía que Stan y la agencia estaban contra la pared en aquellos momentos.
—Stan, me temo que se merece que alguien lo haga. Sin embargo, puedes confiar en mí. No lo haré de un modo que nos haga perder esos dos contratos.
—¿Y Ryan Dempsey?
Vivian sufrió un momento de incredulidad. Se había olvidado completamente de Ryan, que también trabajaba para Goodman & Asociados.
—Nosotros… es decir, Ryan y yo hemos terminado, como ya sabes. Lo dejamos hace mucho tiempo —dijo Vivian. Stan levantó una ceja—. Sé lo que estás pensando. Que me rompió el corazón. Pues no fue así.
Stan, que tenía cincuenta años, miró a Vivian y suspiró. Conocía a Vivian Florey desde niña y sabía, por lo menos eso le parecía, algunas veces más de ella que ella misma.
Richard Florey, el padre de Vivian, había sido un buen amigo suyo. La madre de Vivian murió cuando ella tenía seis años, y su padre había sufrido mucho. Nunca había vuelto a casarse y, debido a su profesión de ingeniero, se había pasado mucho tiempo en lugares remotos, llevándose a Vivian cuando era posible. En otras ocasiones, la había dejado en un internado, aunque Stan e Isabelle, su esposa, solían llevársela a casa los fines de semana.
En cierto modo, aunque no le había gustado estar alejada de su padre, aquel hecho había creado en Vivian un cierto temor al compromiso. El sentimiento de pérdida que su padre se había llevado a la tumba le había transmitido a su hija el miedo a permitir que alguien se le acercara, por si acaso lo perdía. Su padre murió cuando ella tenía dieciocho años. La única relación que Stan le recordaba había reforzado su miedo al compromiso cuando Ryan Dempsey la dejó.
—Vivi —dijo él, lentamente—, ¿te has parado a pensar alguna vez que sueles mantener la distancia con las personas y, especialmente, con los hombres?
—Yo… sí, Stan. Y creo saber por qué. El modo en que crecí, lo de papá y Ryan… Y te agradezco que te preocupes por mí —respondió ella, más decidida que nunca a conseguir aquellos contratos para la agencia. Stan Goodman había sido como un padre para ella—. Supongo que siempre he creído que eso sería algo de lo que se encargaría el tiempo y estoy segura de que así será pero, sinceramente, no me preocupa demasiado.
—En cualquier caso, no me gustaría verte sufrir otra vez y esto… esto es jugar con fuego.
—¿Por qué? ¡No puede ser tan irresistible! —exclamó ella. Stan se limitó a mirarla fijamente—. Bueno, creo que sé a lo que te refieres. Si no me intrigara un poco, no habría aceptado pero, ¿no te das cuenta? Es parte de ello, Stan. Él… él jugó conmigo como si fuera un pez en el anzuelo y ahora, probablemente, cree que me tiene en el cesto. Pero no es así y pienso hacer que se entere de por qué.
—¿Cuándo te vas? —preguntó Stan, resignado.
—Dentro de tres días. Todo está preparado para divertirnos un poco en la finca familiar. Oh. Se me olvidó preguntarle dónde está.
—Yo te lo puedo decir. Está en el Hawkesbury. Creo que tiene como unos trescientos acres, con pistas de tenis, una piscina, establos, un embarcadero privado, un campo de croquet. Tiene tres casas, la principal es de dos plantas, pintadas de amarillo y blanco y está construida a imitación de una casa de plantación sureña con doce dormitorios. La finca se llama Harvest Moon.
—Stan —dijo Vivian, echándose a reír—. Si estabas intentando abrumarme, hay algo sobre mí que tal vez no sepas. Sé jugar al croquet. Me enseñaron en uno de mis internados. A eso, a jugar al tenis y a montar a caballo.
Sin