Novios por una semana. Lindsay Armstrong

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Novios por una semana - Lindsay Armstrong


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tonos amarillo limón y verdes para decorar aquella parte de la casa tenía dos cómodos sofás tapizados en tonos similares y una mesa de hierro forjado, junto a la que se detuvo.

      Golpeó suavemente el cristal de la mesa e, inmediatamente, pensó en otra mesa con la parte superior de cristal. ¿De verdad estaba siendo lo suficientemente estúpida como para participar en aquella farsa? ¿Debería haberlo anulado todo?

      Entonces, se dio la vuelta y fue a acurrucarse encima de uno de los sofás, recordando lo mucho que Stan le había aconsejado que no lo hiciera, no solo por Lleyton Dexter sino por su propio estado mental. Desde que tenía dieciocho años, era una persona muy solitaria. No es que no tuviera amigos, pero no había ningún vínculo emocional y eso, por supuesto, se refería principalmente a los hombres.

      Por otro lado, podría ser que el hombre perfecto no hubiera aparecido todavía en su vida. Ryan… bueno, en su momento había creído que era él el elegido. Recordó cómo había bajado la guardia con él, cómo había permitido que él le hiciera olvidarse de sus miedos, haciéndole creer que podría haber un compromiso entre ellos. Más tarde, descubrió que el hombre al que había amado no tenía los mismos planes.

      A pesar de que aquello le había dolido mucho en su momento, tendría que ser la lección que la protegiera contra Lleyton Dexter si, por algún giro inesperado del destino, él resultaba ser el hombre adecuado para ella. Seguramente, aquella experiencia le haría darse cuenta de que estaba jugando con fuego.

      ¿Cómo iba a ser él el hombre adecuado para ella? Evidentemente, estaba desencantado con el amor lo suficiente como para recurrir al soborno. Se lo había dicho claramente. Había utilizado el soborno para hacer que ella picara el anzuelo. Saber todo esto, tenía que ser más que suficiente para apagar las sensaciones físicas que el tremendo atractivo de aquel hombre producía en ella y darle causas más que suficientes para despreciarlo.

      A pesar de todo, no había nada que le impidiera echarse atrás, aún en aquellos momentos. Stan le había dejado bien clara su postura: no pensaba obligarla a hacer aquello solo por llevar un nuevo cliente a la agencia. Además, tenía un número al que llamar a Lleyton Dexter, que él le había dado por si surgía algún imprevisto.

      Todavía tenía aquel número en su agenda, en el bolso beige, que, por casualidad, se encontraba en la mesa de al lado del sofá, en la que estaba el teléfono. Entonces, alcanzó el bolso, sacó la agenda, buscó entre las páginas. Acababa de tomar el teléfono cuando este empezó a sonar.

      —¿Sí? Vivian Florey al aparato.

      —Soy Lleyton Dexter, Vivian.

      —Oh —dijo ella. Se había olvidado de lo profunda que resultaba aquella voz—. ¡Hola!

      —Solo quería asegurarme de que nuestro trato seguía en pie. Si te has echado atrás, es el momento de decírmelo.

      Vivian guardó silencio durante unos segundos, sintiendo que sus emociones se apoderaban de ella. No le gustaba que él hubiera asumido que podría tener dudas pero, por otro lado, le hubiera gustado decirle sencillamente que, efectivamente, así era…

      —No, Lleyton. Supongo que no te importa que te llame por tu nombre de pila. No voy a echarme atrás. ¿Y tú?

      —Bien —dijo él, sin responder—. Mira, ha habido un ligero cambio de planes. Estoy en Brisbane y pienso ir a casa en avión mañana por mañana desde aquí en vez de desde Coolangatta. Pensé que sería una buena idea que cenáramos esta noche para que te pueda dar detalles de mi familia. También puedo pasar a recogerte mañana por la mañana y llevarte al aeropuerto.

      —Me parece… bien —contestó ella—. Todavía tengo que hacer la maleta, así que, ¿qué te parece un lugar cercano a mi casa, como Riverside?

      —De acuerdo —replicó él, dando el nombre de un restaurante, uno de los favoritos de Vivian, con una terraza que daba al río—. Digamos a las seis y media. Hasta luego.

      Entonces, colgó el teléfono. Vivian se quedó mirando el auricular, sintiendo la tentación de arrojarlo al suelo. Sin embargo, descubrió que cualquier pensamiento de no darle a aquel hombre algo de su propia medicina se desvanecía en el aire.

      Cuando Vivian entró en el restaurante y se abrió paso entre los comensales que disfrutaban de las hermosas vistas, él ya la estaba esperando.

      Al contrario que en la primera ocasión que lo había visto, estaba vestido con mucha formalidad. Llevaba un traje gris, camisa blanca y corbata azul marino. Ella, por el contrario, iba mucho más informal, con unos pantalones blancos, una blusa blanca bordada de caracolas que le llegaba justamente a la cintura, unos mules rosas y un bolso de rafia a juego. Como siempre, su cabello lucía en un revuelo de rizos y no llevaba ni maquillaje, ni laca de uñas ni joyas.

      A medida que avanzaba, Lleyton la vio. En cuanto ella se detuvo al lado de la mesa, los dos se miraron fijamente durante un rato.

      A Vivian le llamó la atención que no reflejaba expresión alguna en los ojos pero que, en cambio, la boca parecía llena de dureza. Parecía una nueva versión del Lleyton Dexter que había conocido dos días atrás. Aquella nueva imagen era todo lo que se podía esperar del director de una empresa tan grande. No era alguien con el que se pudiera jugar. Sin embargo, también había algo más.

      Volvía a haber aquella intensidad entre ellos, a pesar de la mirada tan fría. Algo parecido a electricidad estática flotaba en el aire, haciendo que ella permaneciera en silencio a pesar de que las miradas eran casi palpables. Ella reconoció enseguida una pura atracción física entre ellos, del tipo que hace que un hombre y una mujer se sientan intrigados el uno por el otro. A pesar de todo, a Vivian le resultó imposible romper el contacto visual. Tuvo que ser él quien lo hiciera.

      Se levantó y sonrió, algo secamente, antes de separar una silla de la mesa para que ella pudiera sentarse.

      —Tienes aspecto de estar ya de vacaciones, Vivian.

      —Gracias —dijo ella, sentándose—. No puedo decir lo mismo de ti.

      —He estado muy ocupado. Ya me relajaré mañana. ¿Te apetece algo de beber?

      —Si vas a pedir vino, tomaré solo eso.

      Lleyton hizo una seña al camarero y le entregó a ella un menú. Vivian escogió gambas al estilo criollo y una ensalada griega. Después de un momento, él pidió lo mismo. Cuando el camarero se hubo marchado, Lleyton sacó una caja de terciopelo gris del bolsillo de su chaqueta y se lo puso encima de la mesa.

      —¿No será un anillo de compromiso?

      —Es un anillo de alguna clase.

      Vivian consiguió controlar la respiración para no mostrar abiertamente lo enojada que estaba. Entonces, tomó el pequeño estuche y lo abrió. Era un aro de platino con diamantes incrustados todo alrededor. En el centro, había un diamante de color rosa, no demasiado grande, pero asombroso por su color y su fuego.

      —Bueno, es muy bonito, Lleyton —dijo ella—, pero, dado que no es oficial, me lo pondré en la mano derecha —añadió, colocándose el anillo, que encajaba a la perfección, en el dedo—. ¿Cómo supiste qué medida comprar?

      —Me la jugué. También mencioné la talla de calzado que utilizas, lo que pareció ayudar. Sin embargo, preferiría que te lo pusieras en la mano izquierda.

      —Los pobres, no escogen —murmuró ella—. Tómelo o déjelo, señor Dexter.

      —¿Se debe eso a que estás reservando la mano izquierda para el verdadero?

      —Efectivamente.

      —¿Te lo ha sugerido alguien, Vivian?

      —¿Te refieres a que si me han propuesto matrimonio? No, pero eso no significa que no ocurrirá. ¿Y tú? ¿Se lo has propuesto a alguien alguna vez, Lleyton?

      —No, pero no eso no significa que yo no haya recibido algunas… sugerencias al respecto.

      —Qué pena no saber


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