Nirvana. La última pesadilla. Osho

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Nirvana. La última pesadilla - Osho


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Se suelta. Una vez comprendido, se suelta. No es cuestión de preparación. No digo que te prepares para soltarlo. Si te preparas para soltarlo, puedes devenir humilde, más humilde y más humilde, pero el ego se ocultará tras tu humildad. Y empezarás a pensar: «Soy el hombre más humilde del mundo. Soy el hombre más humilde del mundo». Ese “soy” sigue siendo el mismo.

      El ego puede tornarse pío; puede hacerse religioso. El ego puede santificarse, pero eso no implica ninguna diferencia. Si el veneno se torna piadoso no implica diferencia alguna. Un veneno purificado puede llegar a ser más venenoso, y un ego purificado es ciertamente más ponzoñoso que un ego normal.

      Fíjate en la gente religiosa: tienen un ego muy sutil, muy pulido, cultivado y refinado. Es difícil verlo, es más resbaladizo que los egos ordinarios; sus métodos son más sutiles, sus engaños más astutos, está más protegido, más seguro. Incluso tu hablar de divinidad puede no ser más que uno de sus escondites.

      No, tú no puedes soltarlo. Comprende que se cae por sí mismo. De repente lo ves resbalando de tus manos. No es necesario soltarlo. Si no te apegas a él una sola vez, se cae. Al no apegarte, se cae. ¿Qué necesidad hay de prepararse cuando entiendes que estás sosteniendo una serpiente venenosa?

      No, estoy hablando de preparativos. Si me has entendido, déjalo caer. Si no has entendido, por favor, no te prepares. Es mejor así. No lo decores. Lo adornarás y emperifollarás, y entonces será más difícil dejarlo caer. Se tornará más preciado.

      A un hombre de carácter le resulta más difícil soltar su ego que a un hombre sin personalidad. Un moralista tiene más dificultades a la hora de soltar su ego que un inmoral. El ego del inmoral ya está herido, enfermo. El ego del moralista está decorado de medallas. El ego del moralista sigue dando buenos réditos. El ego del moralista se parece más a una flor y menos a una espina. Resulta más difícil soltarlo.

      A veces ha sucedido –parece paradójico, pero ha sucedido en incontables ocasiones– que los pecadores han alcanzado la divinidad con más facilidad que los llamados santos. Sí, claro, no aparece muy documentado, porque todas las evidencias han sido obra de santos. Los pecadores no se han preocupado de documentar e historiar esto y lo otro.

      Un rabino se murió –un hombre muy religioso, muy moral, un moralista–, y ese mismo día también murió un pecador. El rabino no podía creérselo: ¡le habían enviado al infierno! Montó un escándalo. Dijo:

      –Pero ¿qué está pasando aquí? Yo, un santo, ¡y me envían al infierno! Y este pecador al que he conocido durante toda mi vida, que vivía enfrente de la sinagoga, ¡lo mandan al cielo! Aquí hay un error.

      Montó tanto escándalo que llevaron a ambos ante Dios. Y el rabino dijo:

      –Lo sabes muy bien: me he pasado la vida rezando y rezando, repitiendo tu nombre. Y a este tipo, que nunca ha rezado, que nunca ha acudido al templo y que se ha dedicado a hacer todo tipo de canalladas, el hombre más inmoral de la ciudad, van y le dan el cielo; ¡y a mí me envían al infierno! ¡Esto es una injusticia! ¡Exijo una explicación!

      Y Dios dijo:

      –Sí, ya lo sé, pero él nunca me fastidió. Tú no hacías más que molestarme. Incluso me resultaba difícil poder dormir por la noche a causa de tus invocaciones.

      Se requiere inocencia, pues en la inocencia es donde desaparece el ego. Se necesita simplicidad, y la simplicidad no es algo que se cultive. Cuando desaparece todo cultivo y desaparecen las complejidades, uno se torna simple. Puedes ir o no ir al templo… No importa. Puedes rezar o puedes no rezar… Es irrelevante.

      Pero inocencia, simplicidad, una profunda entrega… Ése ya no es un hacedor, ya no piensa en sí mismo como en un “Yo”… Es alguien que ha entregado ese “Yo”, alguien que ha dejado de ser como una isla, alguien que pasa a fomar parte del continente, uno que ha dicho: «Que viva el todo; desaparezco en él». Entonces todo lo que te sucede está bien. Deja que el todo viva a través de ti, y eso es moralidad.

      La moralidad no es algo que debas hacer ni practicar. Es algo cuando tú desapareces y el todo puede existir a través de ti, cuando fluyes con el río, cuando no vas a contracorriente. Recuérdalo. Si has entendido, observa resbalar a tu ego. No te aferres a él, eso es todo. Permite que caiga y se haga añicos.

      En una ocasión conocí a un hombre. Era profesor, una persona muy ilustrada. Vino a verme. Estaba muy triste, así que le pregunté:

      –Parece usted muy deprimido. ¿Qué le sucede?

      Él dijo:

      –Mi psiquiatra dice que estoy enamorado de mi paraguas, y que ése es el origen de mis problemas.

      –¡Enamorado de su paraguas! –me sorprendió un tanto.

      –Sí –dijo él–. ¿No es una ridiculez? Me gusta mi paraguas, lo respeto y disfruto de su compañía, pero ¿enamorado…?

      Puedes que creas que no amas a tu ego, pero lo amas. Puedes decir: «Me gusta mi paraguas, lo respeto y disfruto de su compañía, pero ¿enamorado…?». Pero cambiar las palabras no cambia las cosas. ¡Lo amas!

      Sea cual sea el drama que te proponga, sigues queriéndolo. Sean cuales sean los problemas que provoque, sigues queriéndolo. A pesar de todos los infiernos que crea, lo amas.

      Y cuando llegas hasta mí y me preguntas cómo soltarlo, me sorprende, no puedo creerlo. Si el propio ego no te ha convencido de hacerlo al crear y meterte en tantos infiernos, en tantas miserias, no te ha convencido de que no vale la pena cargar con él, entonces nadie podrá hacerlo. El ego ha hecho todo lo posible para dañarte, para herirte. Es como un cáncer. Te estás muriendo de él, pero sigues apegándote. Debe existir alguna profunda razón para ello.

      La razón profunda es que temes no-ser. Si el ego desaparece, entonces tú desapareces. Si el ego desaparece, da la impresión de ser la muerte…, la muerte total, completa. El miedo de no-ser te obliga a aferrarte al ego. Al menos… Tal vez cree miserias, pero al menos eres.

      Prefieres sufrir que no ser. Ése es el problema. Preferirías estar en el infierno que no ser. Al menos uno es. Si ésas son las dos alternativas que te planteas –una, que desapareces, y la otra, vivir eternamente en el infierno–, piénsalo bien y fíjate, porque seguro que eliges el infierno. «Al menos estaré allí. Pero ¿desaparecer por completo? Pero ¿la inexistencia?».

      Eso es lo que quiso decir el Buddha cuando dijo nirvana. Se refiere conscientemente a elegir el no-ser, la inexistencia, pues sólo entonces podrás soltar el ego.

      Eso es lo que quiero decir cuando alabo las maravillas del éxtasis, el gozo, la bendición de la iluminación. Trato de crear una situación en la que poder elegir la inexistencia.

      No ser es el momento más maravilloso. El Buddha lo denominó anatta, no-ser. Soltó la vieja palabra, atma, ser. Utilizó la palabra contraria no-ser. Dice que cuando llegues a tu ser, llegarás a tu no-ser. Ahí no hallarás ningún ser.

      Fueron muchos los que se escaparon de él porque decían: «Hemos venido a conocer nuestro ser, para ser nuestro ser. Hemos venido aquí para devenir seres cristalizados, y tú enseñas el no-ser». Muchos se escaparon de él. Y este país, este país tan religioso –al menos en apariencia– se olvidó por completo del Buddha. El Buddha nació aquí, pero no pudo echar raíces en el lugar. Una sola palabra, anatta –no-ser–, creó todo el problema. De haber utilizado ser, atma, no hubiera habido ningún problema; le habrían seguido muchos, porque tras la palabra atma, ser, se oculta el ego.

      El Buddha intentó arrancar de cuajo la raíz del problema. Dijo: sé consciente; ese pensar que “tú eres” es el problema y el sufrimiento. Suelta ese esfuerzo de ser. Acepta no-ser y todas las bendiciones serán tuyas. Vas a tener que hacer frente a este problema. El ego no es el problema. El verdadero problema es ser o no ser.

      Y toda mi enseñanza es no ser, porque ésa es la única manera de ser, la única manera de ser auténticamente. Es paradójico, pero así es. Cuanto más crees ser, menos eres.

      Permite


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