Nirvana. La última pesadilla. Osho

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Nirvana. La última pesadilla - Osho


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que está aquí no puede desearse. Puedes deleitarte en ello, pero no puedes desearlo. Puedes vivirlo, puedes bailarlo, pero no puedes desearlo. Por eso todos los buddhas dicen: «Prescinde de los deseos», pero el problema humano es que entienden: «Convierte la carencia de deseos en tu meta». Todo lo convertimos en un objetivo. Pon cualquier cosa en la mente; inmediatamente lo reduce a una meta y el problema surge… de inmediato. Y luego la mente pregunta: «¿Cómo?». “Cómo” lograr esto, “cómo” conseguir aquello, “cómo” convertirse en lo otro. Y vuelves a lo mismo de siempre y sigues sin enterarte.

      Cuando los buddhas dicen: «Prescinde de los deseos», no intentan crear una meta para ti. Sólo dicen: «Fíjate, observa tu desear. Comprende tu deseo y la futilidad de ello. Obsérvalo profundamente, penétralo bien, y ese penetrar te ayudará: el deseo desaparece».

      Una vez que comprendes la futilidad total de desear, ¿vas a preguntar cómo soltarlo? Si ves su futilidad total, se cae por sí mismo.

      Pero no haces más que preguntar cómo porque sigues queriéndote aferrar. Sigues queriendo posponerlo. Sigues pensando que debe haber algo en eso: «Tal vez no me entero, tal vez no me esfuerzo lo suficiente, tal vez no voy en buena dirección… Pero algo hay». Sigues esperanzado.

      Cuando observas la naturaleza del deseo, entiendes que es como un horizonte. Parece muy lejano, allá a lo lejos. Si te acercas, si te mueves, se mueve contigo. Cuando llegas al punto en que creías que la tierra se encontraba con el cielo, resulta que no es así. Pero otra vez, a la misma y lejana distancia, vuelve a aparecer el horizonte. Vuelve a moverte… Y el horizonte se mueve contigo. La distancia entre ti y el horizonte es siempre la misma.

      Si observas el deseo, lo verás fácilmente. Si meditas sobre el deseo te darás cuenta de que es un hecho; no es ninguna teoría sobre el deseo.

      Tienes 10.000 rupias. La mente pide 20.000 rupias. La mente dice: «¿Cómo puedes ser feliz si no tienes al menos 20.000 rupias? No es posible». Puedes conseguir 20.000 rupias. Desperdiciarás mucho tiempo en ello; y un día las obtendrás. Para cuando consigas 20.000 rupias, el deseo ya estará más allá. Ahora pedirá 40.000 rupias.

      Cuando consigues las 20.000 rupias, te has vuelto adicto a las comodidades; ahora necesitas más. Ahora la casa de antes parece pequeña, el coche viejo es un insulto; hay que dejarlo. Se necesita un coche nuevo. Para cuando logras las 40.000, el horizonte vuelve a estar lejos… Ahora pide 80.000. No hace más que doblarse. La distancia sigue siendo la misma.

      Entre el deseo y la satisfacción existe siempre la misma distancia. Nunca cambia, ni una pulgada. El mendigo y el emperador están siempre en la misma situación. Si observas la distancia entre el deseo y su satisfacción, te darás cuenta de que navegan en el mismo barco.

      Una vez comprendido, el deseo cae por sí mismo, porque sí. No es que tú lo sueltes… Y por ello nunca surge la cuestión del “cómo”. Y cuando el deseo cae, aparece la ausencia de deseo. No es que hayas tenido que hacer ningún esfuerzo para que aparezca, ni que te hayas esforzado para obtener esa carencia de deseos; no es una meta. Cuando los deseos desaparecen…, el no desear nada es ausencia de deseo.

      Permite que te lo cuente de otra manera. Por lo general, siempre que se utiliza la expresión, “ausencia de deseo”, crees que es contra el deseo. Pero no es así. La ausencia de deseo no es lo opuesto a desear. El estado de ausencia de deseo es simplemente falta de deseo, no lo contrario. Si fuese lo contrario, entonces podría convertirse en el objetivo. Pero no es lo opuesto. Y por lo tanto no puedes convertirlo en una meta, en un objetivo.

      El amor no es lo contrario del odio. Si el amor es contrario al odio, en ese amor, el odio continuaría existiendo, seguiría fluyendo una corriente subterránea de odio. El auténtico amor no se opone al odio. El amor de un buddha no es lo contrario al odio. Es simplemente la ausencia de odio.

      La compasión no está contra la cólera. Cuando la cólera desaparece, aparece la compasión. No es necesario luchar por la compasión; no está contra la pasión. Cuando la pasión desaparece, la compasión es. La compasión es tu naturaleza.

      El estado de ausencia de deseo eres tú. Cuando desaparecen todos los deseos y te quedas solo, en esa hermosa emancipación –pura emancipación, emancipación cristalina– existe indeseabilidad. Ni siquiera un rastro de deseo… Sin meta, sin ningún sitio al que ir. Por primera vez vives lo que es la vida, por primera vez cantas a pleno pulmón, y tu canto se expande por toda la existencia. Por primera vez eres capaz de celebrar.

      Eso se llama iluminación, nirvana. El nirvana nunca puede ser un objetivo. Cuando careces de todo objetivo, el nirvana llega hasta ti. Tú nunca te diriges hacia el nirvana. Cuando no vas a parte alguna, el nirvana viene hacia ti. O, si prefieres utilizar el lenguaje de los bhaktas y devotos, puedes utilizar la palabra “divinidad”.

      Tú no vas hacia la divinidad. Uno nunca puede ir en esa dirección. ¿Adónde irás? O a ninguna parte o a todas partes. ¿Adónde?

      No puedes convertir la divinidad en un objeto. No puedes convertir tu deseo en una flecha lanzada hacia la diana del divino. O está en todas partes –y por lo tanto no puedes convertirlo en un blanco–; o no está en ninguna, y si es así tampoco lo puedes convertir en diana. No hay nadie que lo haya alcanzado nunca. Cuando detienes todos los intentos, cuando sueltas toda la tontería sobre lograr algo, entonces de repente la divinidad llega a ti. Y cuando llega, llega de todas partes, de todas las direcciones. Simplemente te penetra por todos los poros de tu ser. Tú nunca llegas a ella; siempre llega a ti.

      Cuando la gente viene a verme, y me cuenta que busca lo divino, yo digo: «Por favor, no os esforcéis. Habéis emprendido un viaje inútil. Lo que debéis hacer es descansar, relajaros, esperar y permitir que llegue a vosotros. Vuestra búsqueda creará una barrera».

      Una mente inquisitiva es una mente tensa. Una mente que busca no descansa. Una mente deseosa no está en casa… Siempre deambulando, itinerante, yendo a alguna parte. ¿Crees que te encontraré si voy a tu encuentro? Tal vez estés en otra parte. Siempre estás en otro sitio. Siempre que pareces estar, no acabas de estar ahí. Si te sientas en el templo, sólo estás ahí en apariencia. Tal vez estés en el mercado. O quizás en la tienda, en la fábrica o en la oficina. Cuando estás sentado en tu oficina o en tu tienda, sólo lo estás aparentemente…, pareces estar ahí. Tu mente pudiera estar en cualquier otro sitio… El mundo es vasto.

      Nunca estás donde estás. Quédate ahí. Estés donde estés, quédate ahí. Ésa es la puerta a lo divino, y así lo divino entra en ti.

      Si lo buscas, el nirvana se convierte en una pesadilla. Y entonces el nirvana pasa a ser la peor de las pesadillas. Puedes hacer dinero si buscas hacerlo. Puedes conseguir poder y prestigio si lo buscas. Sí claro, lleva tiempo, mucho esfuerzo y es casi inútil… Porque cuando lo has conseguido no encuentras nada. Pero puedes buscarlo.

      Si estás lo suficientemente loco puedes encontrar cualquier cosa en el mundo. Sólo tienes que estar lo bastante loco…, casi demente, tarado. Entonces, ganarás, porque nadie podrá competir contigo, a menos que aparezca alguien más loco que tú. En el mundo puedes hallar todo aquello que ansías. Será una pesadilla, pero tiene un final…

      Pero el nirvana es la última y la peor de las pesadillas.

      Una vez que empiezas a buscarlo puedes despedirte de que suceda, porque su propia naturaleza es tal que impide que lo alcances. Así que, cuando digo que estés aquí y ahora, estoy diciendo, por favor, ayuda a que el nirvana te alcance. Quédate en casa, espera… Tarde o temprano verás… Ha llamado.

      Jesús dice: «Llamad y se os abrirá la puerta».

      Yo os digo: «Esperad. La existencia llamará. Permaneced atentos y abrid la puerta cuando llame».

      La existencia no deja de llamar, constante y continuamente, pero no estás aquí para oírlo, para escuchar. No estás aquí para abrir la puerta. El invitado está siempre a la puerta, pero el anfitrión no aparece.

      Sé un anfitrión; eso es lo que quiero decir cuando digo «sé aquí y ahora». Eso sólo significa que seas anfitrión de la vida, que seas anfitrión


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