La soberanía de Dios. A. W. Pink

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La soberanía de Dios - A. W. Pink


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ha obtenido al escribir estas páginas son compartidos por el lector, entonces estaremos agradecidos a Aquel que nos da Su gracia para discernir las cosas espirituales.

      —Arthur W. Pink, Junio 1918

      Han pasado dos años desde que la primera edición de esta obra fue presentada al público cristiano. Su aceptación ha sido más favorable de lo que el autor esperaba. Muchos le han hecho saber de la ayuda y la bendición que han recibido al examinar detenidamente su intento de dar claridad a un tema difícil. Por cada muestra de aprecio damos gracias a Aquel que nos ha dado Su luz. Algunos han condenado este libro con diversos términos; a estos los encomendamos a Dios y a Su Palabra, recordando que está escrito: «no puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo» (Juan 3:27). Otros nos han enviado críticas amigables, las cuales han sido consideradas cuidadosamente y confiamos que, en consecuencia, esta edición revisada sea, para los miembros de la fe, más provechosa que la primera.

      Al parecer, se requiere una explicación sobre esto. Algunos queridos hermanos en Cristo sintieron que nuestro trato hacia la soberanía de Dios era demasiado extremo y unidireccional. Me ha sido señalado que un requisito fundamental para exponer la Palabra de Dios es la necesidad de preservar el balance de la verdad. En esto estamos de acuerdo. Dos cosas están fuera de discusión: Dios es soberano y el hombre es una criatura responsable. Pero en este libro estamos abordando la soberanía de Dios y, aunque la responsabilidad del hombre está implícita, no hacemos una pausa en cada página para insistir en ella; en lugar de ello, hemos hecho un esfuerzo para subrayar aquella verdad que en estos días es casi universalmente negada. Probablemente el 95 por ciento de la literatura contemporánea está dedicada a las tareas y las obligaciones del hombre. El hecho es que aquellos que exponen la responsabilidad del hombre son quienes han perdido «el balance de la verdad» al ignorar, en gran medida, la soberanía de Dios. Es correcto insistir en la responsabilidad del hombre pero, ¿qué hay de Dios? —¿no tiene Él ninguna demanda, ningún derecho? Cientos de obras como esta serían necesarias y diez mil sermones tendrían que predicarse sobre este tema si queremos obtener «el balance de la verdad». El balance se ha perdido debido a un énfasis desproporcionado en la parte humana y al minimizar, si no es que excluir, la parte divina. Entiendo que este libro es unilateral, pues solo pretende tratar un lado de la verdad, el lado olvidado y rechazado, el lado divino. Aún más allá, la pregunta que podría surgir es: ¿Qué es más deplorable —un sobre énfasis de la parte humana y un énfasis insuficiente de la parte divina, o un sobre énfasis en la parte divina y un énfasis insuficiente en la parte humana? Por supuesto, es más peligroso engrandecer al hombre y minimizar a Dios. La pregunta podría hacerse de la siguiente forma: ¿Podemos ser demasiado insistentes en cuanto a lo que Dios declara como cierto? ¿Podemos ser muy extremos al insistir en la absoluta y universal soberanía de Dios?

      Es con profundo agradecimiento a Dios que, después de dos años de diligente estudio de las Sagradas Escrituras, con el profundo deseo de descubrir lo que al Dios Todopoderoso Le ha placido revelar a Sus hijos sobre este tema, no vemos razón alguna para retractarnos de lo que hemos escrito, y aunque hemos reorganizado el material de esta obra, la sustancia y la doctrina se mantienen sin cambios. Quiera Aquel Quien ha bendecido la primera edición de esta obra, complacerse en bendecir aún más esta revisión.

      —Arthur W. Pink, Swengel, Pennsylvania, EUA, 1921

      Que una tercera edición de esta obra sea necesaria es una razón para alabar fervientemente a Dios. Mientras la oscuridad se hace más profunda y las pretensiones del hombre van cada día en aumento, la necesidad de enfatizar las declaraciones de Dios se hace más grande. Mientras la Babel de la religiosidad desconcierta a tantos, es más evidente el deber de los siervos de Dios de apuntar hacia el único fundamento seguro para el corazón. Nada es más reconfortante como la seguridad de que el Señor mismo Se encuentra en el Trono del universo, haciendo «todas las cosas según el designio de su voluntad».

      El Espíritu Santo nos ha dicho que en las Escrituras hay cosas difíciles de entender, pero recalcamos que son «difíciles», no «imposibles». Una espera paciente en el Señor y una diligente comparación entre textos bíblicos, frecuentemente resulta en una apreciación más completa de aquello que antes nos parecía oculto. Durante los últimos diez años le ha complacido a Dios el otorgarnos más luz en ciertas partes de Su Palabra y esto lo hemos utilizado para mejorar nuestra exposición de diferentes pasajes. Pero es con profundo agradecimiento que no vemos necesidad de cambiar o modificar alguna doctrina contenida en las primeras ediciones. Al paso del tiempo nos hemos percatado (por gracia divina) de la importancia y el valor de la soberanía de Dios que repercute en todos los aspectos de nuestras vidas.

      Nuestros corazones se han regocijado al recibir una y otra vez cartas de todos los rincones del mundo, diciéndonos la ayuda y la bendición recibidas de las primeras ediciones de esta obra. Un amigo cristiano estaba tan conmovido al leerla y tan impresionado por su testimonio, que envió un cheque con el propósito de que enviáramos copias a misioneros en cincuenta países diferentes, «para que su glorioso mensaje circule por el mundo»; muchos de los cuales nos han escrito para decirnos cuánto han sido fortalecidos en su lucha en contra de las tinieblas. A Dios pertenece toda la gloria. Que Él se complazca al usar esta tercera edición para traer honor a Su nombre y para alimentar a Su grey.

      —Arthur W. Pink, Morton´s Gap, Kentucky, USA, 1929

      Es con profunda alabanza al Dios Altísimo que otra edición de este valioso libro es requerida. A pesar de que su enseñanza va directamente en contra de lo que es promulgado actualmente, estamos felices al decir que esta obra está fortaleciendo la fe, el consuelo y la esperanza de un gran número de los elegidos de Dios. Encomendamos esta nueva edición a Aquel en Quien nos deleitamos en honrar, orando que Él Se complazca en bendecir el alcance de este libro para llevar luz a Su pueblo, «para alabanza de la gloria de su gracia», y para brindar una comprensión más clara de la majestad de Dios y de Su soberana misericordia.

      I. C. Herendeen, 1949

      ¿Quién ordena los asuntos en la tierra hoy día —Dios o Satanás? Se admite generalmente que Dios reina en los cielos; pero se niega casi universalmente que lo haga en este mundo —si no directamente, sí indirectamente. Los hombres, en sus filosofías y teorías, tratan cada vez más de relegar a Dios a un segundo plano. Tomemos el asunto de lo material. No sólo se niega que Dios lo creó todo mediante Su acción personal y directa, sino que pocos creen que Él Se ocupe directamente de dar orden a las obras de Sus propias manos. El mundo supone que todo está ordenado conforme a «leyes naturales» impersonales e inconcretas. De esta manera se destierra al Creador de Su propia Creación. No debemos pues sorprendernos de que los hombres, en sus conceptos degradados, excluyan a Dios de la esfera de los asuntos humanos. En toda la cristiandad, con muy pocas excepciones, se sostiene la teoría de que el hombre determina su suerte y decide su destino por su «libre albedrío». Satanás tiene la culpa de gran parte del mal que existe en el mundo, según afirman alegremente aquellos que, teniendo mucho que decir de la «responsabilidad del hombre», niegan frecuentemente su propia responsabilidad, atribuyendo al diablo lo que de hecho procede de sus propios corazones malignos (Marcos 7:21–23).

      Pero, ¿quién está dirigiendo los asuntos de la tierra en la actualidad —Dios o Satanás? Traten de observar el mundo de manera seria y en forma global. ¡Qué escena de confusión y caos se nos ofrece por todos lados! El pecado se comete descaradamente; abunda la ilegalidad; los malos hombres y los engañadores van de mal en peor (2 Timoteo 3:13). Hoy día, todo parece estar desconcertado. Los tronos crujen y se tambalean, las antiguas dinastías están siendo derribadas, las naciones se sublevan, la civilización es un fracaso demostrado; la mitad de la cristiandad estaba abrazada no hace mucho en mortal combate; y ahora, cuando el titánico conflicto ha terminado, en vez de tener un mundo «salvaguardado para


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