La soberanía de Dios. A. W. Pink
Читать онлайн книгу.otra gran guerra. Los estadistas están confundidos y aturdidos. «Desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra» (Lucas 21:26). ¿Dan a entender estas cosas que Dios lo dirija todo?
Concentremos ahora nuestra atención en el aspecto religioso. Después de diecinueve siglos de predicación del Evangelio, Cristo es aún «despreciado y desechado entre los hombres». Peor aún, muy pocos son los que proclaman y engrandecen al Cristo de la Escritura. En la mayoría de los púlpitos modernos se Le deshonra y niega. A pesar de los frenéticos esfuerzos que se hacen para atraer a las multitudes, la mayoría de las iglesias tienden a vaciarse en vez de llenarse. ¿Y qué diremos de las grandes multitudes que no asisten a la iglesia? A la luz de la Escritura nos vemos obligados a creer que la mayoría está en el camino espacioso que lleva a la perdición, y que pocos son los que están en el camino angosto que lleva a la vida. Muchos afirman que el cristianismo es un fracaso, y la desesperación embarga multitud de corazones. No pocos de los que son del pueblo del Señor están confundidos, y su fe se halla sometida a seria prueba. ¿Y qué decir de Dios? ¿Ve y oye? ¿Es impotente o indiferente? Algunos de los considerados como líderes del pensamiento cristiano nos han dicho que Dios no pudo evitar que viniera la terrible segunda guerra, como tampoco acelerar su terminación. Se decía abiertamente que la situación estaba más allá de Su control. ¿Dan estas cosas la impresión de que es Dios Quien está dirigiendo al mundo?
¿Quién gobierna las cosas de la tierra actualmente —Dios o el diablo? ¿Cuál es la impresión que sacan los hombres del mundo que a veces asisten a un culto evangélico? ¿Cuáles son los conceptos que se forman los que oyen a predicadores considerados como ortodoxos? ¿Acaso da la impresión de que los cristianos creen en un Dios decepcionado? Si oímos lo que dice el típico evangelista de nuestros días, ¿no está obligado cualquier oyente reflexivo a concluir que el tal profesa representar a un Dios lleno de intenciones benévolas, pero incapaz de llevarlas a cabo; que está deseando de veras bendecir a los hombres pero estos no Se lo permiten? Si es así, ¿no debe, acaso, el oyente ordinario deducir que el diablo ha sacado ventaja y que Dios es más digno de compasión que de culto?
¿No es cierto, pues, que todo parece indicar que el diablo tiene, en efecto, mucho más que ver con los negocios de la tierra que Dios? ¡Ah! Todo depende de si andamos por fe o por vista. Estimado lector: ¿están basados tus pensamientos sobre este mundo y la relación de Dios con el mismo, en lo que ves? Enfréntate seria y honradamente con esta pregunta. Y si eres cristiano, muy probablemente tendrás motivos para estar avergonzado y reconocer que efectivamente es así. Es lamentable que en realidad andemos tan poco por la fe. Pero, ¿qué significa andar por fe? Significa que nuestros pensamientos son formados, nuestras acciones reguladas, y nuestras vidas moldeadas por las Sagradas Escrituras, pues, «la fe es por el oír, y el oír por la Palabra de Dios» (Romanos 10:17). Es por la Palabra de verdad, y solo a través de ella, que podemos aprender cuál es la relación de Dios con este mundo.
¿Quién está dirigiendo los asuntos de esta tierra hoy? ¿Dios o Satanás? ¿Qué dice la Escritura? Antes de pasar a considerar la respuesta directa a esta pregunta, notemos que las Escrituras predijeron exactamente lo que ahora vemos y oímos. La profecía de Judas se está cumpliendo. Explicar detalladamente esta afirmación nos apartaría demasiado del asunto que nos ocupa, pero lo que tenemos particularmente en mente es lo que nos dice el versículo 8 de dicha epístola: «de la misma manera también estos soñadores mancillan la carne, rechazan la autoridad y blasfeman de las potestades superiores». Sí, «critican» a la Autoridad Suprema, al «solo Soberano, Rey de reyes y Señor de Señores». La irreverencia es el sello característico de nuestra época, y como resultado, el espíritu de desobediencia, que no conoce freno y que arroja de sí todo lo que impide el libre curso del propio albedrío, está invadiendo la tierra arrollándolo todo como un gran diluvio. Los miembros de la nueva generación son los transgresores más flagrantes, y en la decadencia y la desaparición de la autoridad de los padres sobre los hijos tenemos un precursor seguro del derrumbamiento de la autoridad cívica. Por tanto, en vista de la creciente falta de respeto por las leyes humanas y de la negativa a dar honra a quien se debe honra, no debemos sorprendernos de que el reconocimiento de la majestad, la autoridad y la soberanía del Omnipotente quede relegado cada vez más a segundo término y que las masas tengan cada vez menos paciencia para con los que insisten en tales cosas.
¿Quién ordena actualmente todo lo que ocurre aquí abajo? ¿Dios, o el diablo? ¿Qué dicen las Escrituras? Si creemos en sus declaraciones claras y positivas, no hay lugar para la incertidumbre. Afirman una y otra vez que Dios Se sienta en el trono del universo; que la autoridad está en Sus manos; que Él lo dirige todo «según el designio de su voluntad». Nos lo presentan, no solo como el Hacedor de todo lo creado, sino también como el Gobernante y Rey de las obras de Sus manos. Afirman que Dios es el Todopoderoso, que Su voluntad es irrevocable, que es soberano absoluto en todas las esferas de Sus vastos dominios. E indudablemente es preciso que así sea. Solo hay dos alternativas posibles: que Dios dirija o que sea dirigido; que domine o que sea dominado; que haga Su propia voluntad o que Sus criaturas se lo impidan. Si admitimos el hecho de que Él es el Altísimo, el Omnipotente y Rey de reyes, revestido de Su perfecta sabiduría y poder ilimitado, es ineludible entonces la conclusión de que el Señor debe ser Dios en los hechos, tanto como lo es de nombre.
En relación a todo cuanto hemos referido brevemente, hemos de decir que la situación actual exige a gritos un nuevo examen y una nueva presentación de la omnipotencia, suficiencia y soberanía de Dios. Es preciso que desde todos los púlpitos se predique a gran voz que Dios vive todavía, y que todavía reina. La fe está actualmente sometida a la prueba del fuego, y no hay lugar alguno de reposo firme y suficiente para el corazón y la mente sino en el Trono de Dios. Lo que ahora se necesita, como nunca antes, es un énfasis pleno, positivo y constructivo en el hecho de que Dios es Dios. A grandes males grandes remedios. Las congregaciones están hartas de palabras huecas y simples generalizaciones; es preciso que se les de algo concreto y específico. El jarabe tranquilizante quizá pueda servir para los niños de carácter nervioso; pero los adultos necesitan un tónico de hierro, y no conocemos nada mejor para infundir vigor espiritual en nuestro ánimo que una comprensión espiritual del pleno carácter de Dios. Está escrito: «El pueblo que conoce a su Dios se esforzará y actuará» (Daniel 11:32).
No cabe duda de que está a punto de producirse una crisis mundial y el miedo se apodera de los hombres, ¡pero no de Dios! A Él nunca Se Le toma por sorpresa. No tiene que tratar con una emergencia inesperada, pues Él es Quien «hace todas las cosas según el designio de su voluntad» (Efesios 1:11). Por eso, aunque el mundo esté sobrecogido por el terror, la palabra para el creyente es «no temas». Todas las cosas están sujetas a Su control directo; todas las cosas se desarrollan conforme a Su eterno propósito y, por tanto, «a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados» (Romanos 8:28). Es preciso que sea así, pues «de él, y por él, y para él, son todas las cosas» (Romanos 11:36). Sin embargo, ¡cuán poco se comprende esto hoy, incluso por los del pueblo de Dios! Muchos suponen que Él es poco más que un espectador observando desde lejos sin tomar parte directa en los asuntos de la tierra. Es cierto que el hombre tiene voluntad, pero también la tiene Dios. Es cierto que el hombre está dotado de poderes, pero Dios es Todopoderoso. Es cierto que, hablando en general, el mundo material está regido por leyes; pero tras esas leyes está el Legislador y Ejecutor. El hombre no es más que una criatura. Dios es el Creador; y siglos incontables antes que el hombre viera la luz por primera vez, «el Dios fuerte» (Isaías 9:6) existía ya; y antes que el mundo fuera fundado trazó Sus planes. Siendo infinito en poder —y siendo el hombre finito— Su propósito y designio no pueden ser resistidos u obstaculizados por las criaturas de Sus manos.
Reconocemos que la vida es un problema profundo, y que por todas partes nos rodea el misterio; pero no somos como las bestias del campo, ignorantes de su origen e inconscientes de lo que está ante ellas. No; «tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones» (2 Pedro 1:19). Y es a esta Palabra de Profecía que ciertamente