Profunda atracción - Nuestra noche de pasión. Catherine Mann

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Profunda atracción - Nuestra noche de pasión - Catherine Mann


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a romper… Pero deja que me siente primero.

      Ver a Mari tan insegura y con aspecto tan vulnerable era nuevo para Rowan. Ella siempre inundaba la sala de conferencias con su seguridad y su sabiduría, aunque él no estuviera siempre de acuerdo con sus conclusiones. Sin embargo, el aspecto de indefensión que tenía en ese momento la hacía todavía más encantadora.

      –Solo debes sujetarle bien la cabeza y mantener el biberón vertical, para que no trague aire –aconsejó él, colocando a Issa en sus brazos.

      Mari miró el biberón con escepticismo antes de metérselo a la niña en la boca.

      –Deberían inventar algo más preciso.

      Al inclinarse, le envolvió el suave aroma floral de ella. Vio cómo el pulso le latía acelerado en el cuello y tuvo ganas de besarla justo ahí para saborear e inhalar su olor.

      Cuando sus miradas se entrelazaron, Rowan creyó percibir algo parecido al deseo en los ojos de ella.

      –Rowan… haz esa llamada ya, por favor –pidió Mari en un susurro.

      Sí. Era buena idea pensar cuanto antes qué iba a hacer con el bebé… y con ella, se dijo Rowan, y salió al balcón. El aire de la noche era cálido y agradable. Desde la barandilla, podía ver a Mari con la niña, aunque estaba seguro de que ella no podría oírlo. Mejor, pues no deseaba que nadie supiera nada de aquellos viejos contactos que tenía desde el instituto.

      Después de que hubiera sufrido un accidente de coche por conducir borracho en la adolescencia, Rowan fue enviado a un reformatorio militar, donde se juntaban chicos rebeldes como él. Allí entabló amistad para toda la vida con un grupo que se hacía llamar la Hermandad Alfa. Años después de licenciarse en la universidad, a todos les sorprendió saber que el jefe de su grupo había alcanzado un puesto destacado en la Interpol. Incluso había reclutado a unos cuantos de sus viejos amigos como agentes colaboradores y tenían contactos importantes.

      Rowan solo tenía que desempeñar alguna misión de vez en cuando y estaba orgulloso de hacerlo. Le gustaba sentir que hacía algo por luchar contra el crimen.

      –Dime, Boothe –respondió una voz al otro lado del teléfono.

      –Coronel, necesito su ayuda.

      –Qué novedad –dijo el coronel, riendo–. ¿Otro de tus pacientes tiene problemas? O…

      –Es un bebé, señor.

      –¿Tienes un bebé? –preguntó el coronel.

      –No es mío –aclaró Rowan. Él nunca había pensado tener niños. Su vida estaba dedicada al trabajo. No sería justo para su hijo tener que competir con las necesidades del Tercer Mundo para recibir su atención. Aun así, posó con añoranza los ojos en Mari, que acunaba a la niña en sus brazos–. Alguien ha abandonado a una niña en mi habitación con una nota en la que me pide que me ocupe de ella.

      –Yo siempre he querido tener una hija –comentó con nostalgia el coronel Salvatore, mostrando su lado más tierno, el que apenas nadie conocía–. ¿Y qué dicen las autoridades?

      –Nadie ha denunciado su desaparición. Las cámaras de vigilancia tampoco nos dan muchas pistas, excepto la de una mujer alejándose del carrito donde fue abandonada. La policía no parece muy preocupada por el caso y todavía no ha hecho acto de presencia. Por eso, necesito que me eches una mano.

      –¿Cómo?

      –Los dos sabemos que los servicios sociales de atención a la infancia en Cabo Verde son desastrosos –comenzó a explicar Rowan, mientras un plan iba tomando forma en su cabeza–. Quiero la custodia temporal del bebé mientras las autoridades buscan a su madre o le encuentran un hogar.

      Quizá Rowan no era el mejor candidato para cuidar del bebe, pero con él estaría mucho mejor que en un orfanato. Y, si alguien lo ayudaba…

      Su vista volvió a posarse en la mujer que sostenía a Issa en brazos en el salón. Mari encajaba a la perfección en su plan y, además, eso implicaría pasar más tiempo con ella.

      Sin embargo, había demasiados inconvenientes. ¿Cómo iba a convencerla para que lo ayudara? Mari no parecía cómoda ni siquiera dándole el biberón a la pequeña.

      –Disculpa por preguntarte algo tan obvio, pero ¿cómo diablos piensas jugar a ser papá y salvar el mundo al mismo tiempo?

      –Será solo temporal –aseguró Rowan, pensando que ni Mari ni él podrían permitirse cuidar de un bebé a largo plazo. Estaban demasiado volcados en sus trabajos–. Y alguien va a… ayudarme.

      –Ah. Entiendo.

      –¿Lo entiendes? –preguntó Rowan, molesto por ser transparente.

      –Después de que mi mujer me dejara, cuando me tocaba estar con nuestro hijo los fines de semana, siempre tenía problemas para encontrar los conjuntos adecuados para vestirlo. Por eso, ella me lo mandaba todo conjuntado –señaló Salvatore, e hizo una pausa–. Pero, una vez, mi hijo revolvió su maleta y lo mezcló todo. Yo hice todo lo que pude, aunque parece ser que unos pantalones verdes, una camisa naranja a rayas y botas de vaquero no combinan muy bien.

      –No me digas –repuso Rowan, sonriendo al imaginarse a Salvatore, siempre tan compuesto y arreglado, paseando junto a un niño vestido de esa guisa.

      –Claro que yo me daba cuenta de que no combinaba, pero no sabía cómo arreglarlo. Al final, aprendí una valiosa lección. Cuando estás en el supermercado con un niño vestido así, todas las mujeres disponibles comprenden al instante que eres un padre divorciado.

      –¿Utilizabas a tu hijo para ligar?

      –No a propósito. Pero eso era lo que pasaba. A mí me parece que piensas utilizar la misma estrategia con esa persona que va a ayudarte.

      Lo había calado a la perfección, se dijo Rowan. Aun así, sintió la necesidad de defenderse.

      –Pediría ayuda con el bebé aunque Mari no estuviera aquí.

      –¿Mariama Mandara? ¿Te gusta la princesa de Cabo Verde?

      Rowan, sin embargo, a menudo olvidaba que era princesa. Pensaba en ella como científica y colega profesional, aunque a veces fueran adversarios. Pero, sobre todo, la veía como una mujer muy deseable. De todos modos, no era algo de lo que le apeteciera hablar con Salvatore.

      –¿Podemos centrarnos en el tema? ¿Va a poder ayudarme a encontrar a sus padres?

      –Claro que sí –afirmó el coronel, usando de nuevo un tono serio y profesional.

      –Gracias, señor. Se lo agradezco mucho.

      –Mándame fotos, huellas digitales y toda la información que puedas reunir. Y buena suerte con la princesa –añadió Salvatore con una risita antes de colgar.

      Rowan inspiró el aire salado del mar antes de regresar al salón. Odiaba estar encerrado en una habitación de hotel y estaba deseando volver a su clínica, rodeada de espacios abiertos y de gente a la que podía ayudar de forma práctica, en vez de perder el tiempo dando conferencias.

      Lo malo era que, cuando regresara a su clínica, su tiempo con Mari acabaría.

      Cuando entró en el salón, ella no levantó la vista del bebé. Lo estaba sosteniendo con ambos brazos, envolviéndolo en su regazo con gesto protector. Aunque ella pensara que no sabía nada de niños, su instinto maternal parecía funcionar a la perfección. Él había visto a suficientes madres en su trabajo como para distinguir a las que podían tener problemas de las que no tenían dificultad en detectar las necesidades de un niño.

      –¿Qué tal está Issa?

      –Se ha terminado el todo el biberón –respondió ella, levantando la cabeza.

      –¿Cómo es que estás aquí todavía? Tus fans deben de haberse ido ya.

      Al decir eso, Rowan se dio cuenta de que debía hablarle a Salvatore de esos fans que acosaban a Mari.


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