E-Pack Los Fortune noviembre 2020. Varias Autoras

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como el idiota más egoísta del mundo por haberla involucrado en todo aquello.

      —Deberías volver a San Diego —le dijo bruscamente.

      —¿Qué? ¿Ahora? Ni hablar.

      —¿Y si las cosas se ponen peligrosas?

      Ella arrugó el entrecejo y puso esa expresión testaruda que tan bien la caracterizaba.

      —¿Y qué si se ponen peligrosas? —le dijo en un tono desafiante—. Tu familia cree que estamos comprometidos —le enseñó el anillo, como si necesitara recordárselo—. ¿Qué crees que pensarían de mí si saliera huyendo ahora?

      —¡A lo mejor pensarían que trataba de mantenerte a salvo!

      —¿A salvo de qué? —le preguntó Deanna sin comprender muy bien las cosas.

      —Un asesinato, un incendio. Tú elijes.

      Se volvió hacia la ventana y volvió a contemplar la lluvia. Era más fácil que mirarla a ella, porque cada vez que lo hacía lo único que deseaba era estrecharla entre sus brazos y aferrarse a ella.

      —Ya nos ha tocado alguna que otra vez.

      —Dios mío —Deanna se sentó en el borde de una de las mullidas sillas tapizadas en cuero que estaban colocadas de cara al jardín—. Cuéntamelo todo. ¿De acuerdo? Si no lo haces, empezaré a imaginarme cosas mucho peores de lo que pasó en realidad.

      —No te creas.

      —¿Qué le pasó al padre de Josh?

      —¿A Lloyd? —Drew hizo una mueca—. Al final resultó que no era el padre de Josh, pero todo el mundo pensaba que sí lo era, incluyendo a Frannie, gracias a las intrigas de su madre —se sentó en la mesita central y siguió mirando hacia el jardín—. En cualquier caso, la herencia a por la que iba Lyndsey era la misma que quería Lloyd, y ésa es una de las razones por las que se casó con Frannie.

      —Bueno, menuda joya.

      —Sí. A nadie le caía muy bien, excepto a Cindy. Ella pensaba que era un buen partido para su hija, y lo que Frannie pensara al respecto le traía sin cuidado. Bueno, Lyndsey y su enajenada madre no querían verse obligadas a competir por la herencia de Josh, así que armaron todo el lío que pudieron. Dejaron sin frenos a Cindy. Ella estaba en la ciudad para hacer las paces con Frannie, consciente del daño que le había hecho. Pero eso no es todo, prácticamente quemaron el Red; es un restaurante mejicano, propiedad de los Mendoza —miró a Deanna—. Los Fortune y los Mendoza son familias con mucha historia. El medio hermano de Isabella se ocupa del local ahora. Además de todo esto, intentaron quemar el granero de Lily en mitad de una fiesta de niños. Darr salió herido, tratando de salvar a los caballos que estaban allí. Por suerte, Lily sólo perdió a uno, pero nadie más resultó herido.

      —Ya veo que se recuperó muy bien —señaló Deanna.

      Drew asintió con la cabeza.

      —Lloyd terminó muerto y arrestaron a Frannie. Entonces Roberto, el verdadero padre de Josh, el hombre con el que Frannie está casada ahora, confesó el asesinato. Ambos trataban de proteger a Josh, pues los dos temían que pudiera haberlo hecho él. Al final resultó que las que estaban detrás de todo eran Lyndsey y su madre.

      —Qué horrible. ¿Y ese pobre bebé? —Deanna se sentó al lado de él. Se quitó la chaqueta de los hombros y la puso sobre su regazo.

      El fino chal que llevaba se le había caído un poco, dejando al descubierto la suave piel de sus hombros.

      Drew bajó la vista hacia el suelo de parque, tan antiguo como el resto del caserón. Sin embargo, la madera resplandecía y despedía una calidez inesperada, al igual que los hombros de Deanna, bronceados y aterciopelados. Drew cerró los ojos un momento. ¿Qué le estaba ocurriendo? Su padre estaba desaparecido… Se aclaró la garganta, la silenciosa casa se le hacía cada vez más opresiva.

      —Yo no me preocuparía mucho por Brandon. Está en buenas manos. Frannie y Roberto están ayudando a Josh a criarlo. Pero todos han tenido que hacerle frente a las mentiras de Cindy y de Lloyd, y esas mentiras fueron las que lo provocaron todo en un principio. Cuando apareció la psicótica de Lyndsey, estaban condenados al desastre.

      Deanna soltó el aliento lentamente y sacudió la cabeza. Le puso la mano en el brazo y se lo apretó un momento, en un gesto de consuelo. Él apretó el puño.

      —Y yo que pensaba que mi madre estaba loca —le decía ella—. Lo peor que ha hecho Gigi ha sido perder el trabajo por tener un comportamiento inapropiado en el trabajo.

      Él la miró de reojo.

      —¿Y eso qué significa?

      —¿A ti qué te parece?

      A Drew sólo se le ocurrían tres cosas; robar, tomar drogas, o practicar el sexo. Y algo le decía que se trataba de la última. Se puso en pie y fue hacia la ventana. No podía dejar de pensar en el aroma a manzana verde que desprendía su cabello pelirrojo y brillante.

      —Me sentiría mejor si volvieras a San Diego —le dijo, poniendo la palma de una mano sobre el cristal.

      —¿Porque no quieres que sea un estorbo?

      Él la atravesó con la mirada.

      —¿He dicho yo eso?

      —No, pero a lo mejor era lo que querías decir en realidad. Una cosa es necesitar una prometida para guardar las apariencias, y otra muy distinta es tener que soportarla cuando la situación ha cambiado.

      Él se volvió hacia ella.

      —¡Vaya! ¡Y yo que sólo pensaba en tu seguridad!

      —Bueno, no tienes por qué gritarme.

      —No te estoy gritando —le dijo, sabiendo que no era verdad.

      Volvió a darle la espalda y miró hacia el jardín. Ojalá hubiera estado en la playa en ese momento…

      —Drew —le dijo ella de repente en un tono suave. Dejó a un lado la chaqueta y fue hacia él. Sus dedos le acariciaron el hombro—. Tu padre va a aparecer sano y salvo.

      Drew apretó la mandíbula hasta que le dolió.

      —Ninguno de nosotros lo sabe con seguridad.

      Deanna tragó con dificultad y agarró su mano, que estaba cerrada en un puño. El compromiso era una farsa, pero ella se preocupaba por él de verdad.

      —No me voy a ir hasta que lo sepamos con seguridad.

      Él se volvió y le puso las manos sobre los hombros.

      —¿Y si te pasa algo?

      Ella se estremeció.

      —No va a pasar nada. Y no me voy a ir.

      —Podría echarte.

      —No lo harás —le dijo ella, clavándole la mirada.

      —Podría decirles a todos que hemos roto.

      —Podrías —dijo ella, apretando los labios.

      —Seguramente me echarían la culpa. Dirían que ya vuelvo a las andadas, cambiando de mujer como cambio de chaqueta. Nadie pensaría nada malo de ti por abandonarme en mitad de una crisis.

      —Creo que no tienen tan mala opinión de ti como piensas.

      —¿Llevas aquí menos de veinticuatro horas y has llegado a esa conclusión?

      Deanna casi sintió ganas de reír, pero la situación era demasiado seria como para hacerlo.

      —No hace falta mucho tiempo para darse cuenta de que todos os queréis mucho.

      Ella lo sabía muy bien porque nunca había tenido una familia como la suya.

      —Podríamos seguir debatiendo toda la tarde, pero creo que es mejor que te hagas a la idea de que no pienso marcharme.

      Él


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