E-Pack Los Fortune noviembre 2020. Varias Autoras

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E-Pack Los Fortune noviembre 2020 - Varias Autoras


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está organizando algo en el Double Crown —se volvió con un enorme pedazo de queso en la mano y lo colocó en el centro de la encimera—. Jeremy se lo dirá a Drew, imagino. Teníamos la radio encendida cuando veníamos de casa de Lily. Los medios ya se han enterado.

      —El señor Fortune, William, es un hombre de negocios muy conocido —Deanna dejó su bufanda sobre un taburete—. No me sorprende que se hayan enterado ya —se mordió el labio—. Drew debería hacer alguna declaración en representación de Fortune Forecasting.

      —Eso decía Jeremy —Isabella puso dos enormes tomates junto al queso—. Lo más inesperado, no obstante, es que están especulando con la posibilidad de que William se haya marchado voluntariamente, que quisiera desaparecer del todo. Incluso han sacado cosas de su vida que ocurrieron hace más de cuarenta años. Malos negocios, esa clase de cosas.

      —Qué tontería —dijo Deanna, mirándola con ojos de sorpresa.

      —Tú lo sabes. Y yo también. Todo el mundo en esta familia… —Isabella gesticuló a su alrededor—. Todo el mundo que conoce a William lo sabe. Pero hay gente que no, y a muchos les encanta cotillear e inventarse cosas de la nada —sacó un cuchillo de un cajón—. Y nosotros somos los que tenemos que soportar todas esas tonterías —sacudió la cabeza—. Como si no tuviéramos bastante ya.

      —No sé qué decir. Trata de no pensar en ello —dijo Deanna, esbozando una sonrisa triste.

      Isabella ladeó la cabeza y asintió.

      —Tienes razón. Hay que centrarse en lo positivo —volvió a mirar a Deanna—. Así que eso es lo que vamos a hacer. Iba a decírtelo antes, pero no tuve ocasión. Ese vestido te queda fenomenal.

      —No era eso lo que quería decir exactamente —dijo Deanna, avergonzada.

      No obstante, si hablar de ropa mantenía distraída a Isabella, entonces no tenía inconveniente en hablar de trivialidades.

      —Nunca creí que me quedara bien. Lo metí en la maleta a toda prisa.

      —El color va muy bien con tu tono de pelo. Y si yo tuviera los hombros y los brazos tan bronceados como tú, llevaría un buen escote también. Deberías cambiarte o ponerte un delantal.

      Deanna levantó las cejas.

      —Tú estás tan arreglada como yo —le recordó sutilmente.

      —Sí, es verdad —Isabella sacudió la cabeza, como si acabara de caer en la cuenta—. Es que hoy tengo la cabeza… Nos cambiaremos las dos. Te veo en un minuto —soltó el cuchillo sobre la mesa.

      Deanna asintió y ambas se dirigieron hacia sus respectivos dormitorios. Al pasar por la habitación de Jeremy, Deanna aminoró el paso. Se oía un murmullo de voces al otro lado de la puerta. Era evidente que Drew todavía seguía hablando con su hermano. Soltó el aliento y siguió adelante. Cuando llegó al dormitorio que compartía con él, buscó unos vaqueros y un suéter rápidamente y se dispuso a quitarse el vestido. No obstante, al intentar soltar el corchete que le ataba el vestido al cuello, se vio en el espejo y entonces se detuvo un momento. A lo mejor le había tomado tanta aversión porque Gigi se lo había regalado… Su mirada se desvió hacia la cómoda, donde estaba su bolso. El teléfono móvil estaba dentro, apagado. Sólo Dios sabía cuántos mensajes le habría dejado su madre a esas alturas. ¿Por qué no era capaz de encenderlo y hablar con su madre, ni siquiera en un momento como ése? Ni siquiera sabía muy bien si su reticencia la hacía sentir culpable o no.

      —Eres una mala hija —susurró, mirándose en el espejo.

      Suspiró, se quitó el vestido y lo colgó en el armario. Se puso los vaqueros gastados y el jersey verde que se había hecho ella misma cuando estaba en el instituto.

      Isabella ya estaba allí cuando llegó a la cocina. Ella también se había puesto unos vaqueros y un suéter cómodo. Pero lo que alarmó a Deanna fue verla con la cabeza entre las piernas.

      —¿Isabella? —fue hacia ella a toda prisa—. ¿Hay alguna noticia?

      Isabella levantó una mano, pero no la cabeza.

      —No. No pasa nada —su voz sonaba ahogada—. No es William. Dame un segundo, ¿quieres?

      Deanna se inclinó sobre ella un segundo y después le buscó un vaso de agua. Se agachó a su lado para poder verle la cara por debajo de su copiosa melena.

      —Te has vuelto a marear, ¿no? Como te pasó en la iglesia.

      Isabella abrió los ojos y la miró con ojos culpables un momento. Se incorporó.

      —Bebe un poco de agua —le dijo Deanna, poniéndole el vaso en la mano sin soltarlo, por si acaso—. ¿Te sientes mal?

      Isabella se bebió medio vaso de agua y entonces soltó el aliento.

      —Creo que estoy embarazada —le dijo en un susurro.

      Deanna abrió los labios, pero tardó un poco en hablar.

      —Eso es… maravilloso, ¿no?

      Isabella esbozó una leve sonrisa.

      —Sí. Pero éste no es el momento para decírselo a todos —miró hacia la puerta abierta y entonces dejó el vaso sobre la mesa—. No se lo dijimos a nadie entonces, pero perdí un bebé hace unos seis meses.

      —Oh, Isabella…

      —No pasa nada —dijo la esposa de J.R., levantando una mano—. Y no estábamos intentando mantenerlo en secreto ni nada parecido. Fue un golpe, por supuesto, pero estaba de tan poco tiempo que ni siquiera sabía que lo estaba hasta que el médico me lo dijo. No quiero que J.R. se tenga que preocupar por esto ahora.

      —No conozco mucho a J.R. —dijo Deanna—. Pero creo que le gustaría compartir esto contigo. Se ve que te adora.

      Isabella sonrió. Ya no estaba tan pálida como antes.

      —Y yo a él también.

      Se levantó del taburete y fue a recoger el cuchillo.

      —Hemos querido formar una familia desde que nos casamos hace dos años. Sé que J.R. estará encantado, y también sé que se preocupará, aunque no quiera admitirlo. Además, aún no me he hecho ningún test de embarazo. Es sólo una corazonada. No quiero que se preocupe más de la cuenta en este momento, ni tampoco quiero darle falsas esperanzas —cortó un tomate en dos—. Lo entiendes, ¿verdad?

      Deanna asintió.

      —¿Pero qué puedo hacer para ayudar? —le preguntó, levantando las manos.

      No se refería sólo a la cena, e Isabella lo sabía.

      —Tú eres la única persona que lo sabe —soltó el aliento—. Poder decírselo a alguien es un gran alivio. Créeme —sacó un bol de plástico y un rallador de queso y los puso sobre la encimera—. ¿Me rallas el queso, por favor?

      Deanna se dio cuenta de que Isabella jamás le hubiera confiado algo así de no haber estado segura de que Drew y ella iban a pasar por el altar.

      Sintiéndose un poco culpable, se limitó a asentir con la cabeza y rodeó la encimera hasta ponerse al lado de Isabella.

      —Pero si necesitas algo, me lo dices, ¿de acuerdo? —empezó a desenvolver el queso—. Aunque sólo sea comprarte el test de embarazo en la farmacia.

      Isabella soltó una suave carcajada.

      —Sabía que me ibas a caer muy bien, Deanna.

      Deanna sonrió. Ella sentía lo mismo. En realidad, le gustaban todos los miembros de la familia Fortune que había conocido hasta ese momento, y por ese motivo se sentía cada vez más culpable por el engaño que Drew y ella habían tramado. No hubiera querido mentirles, pero sobre todo no quería defraudarle a él…

      Tomaron la cena bastante tarde. Enchiladas picantes, ensalada, y la tarta de caramelo más deliciosa que Deanna había probado jamás. Mientras tomaban


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