Corazones en llamas. Marie Ferrarella

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Corazones en llamas - Marie Ferrarella


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bomberos se asomara a piropearla.

      Bryce se tranquilizó cuando se dio cuenta de que debía ser la madre de CeCe.

      —Chica —le dijo sin soltarla de la mano—. Creo que acabo de ver a tu madre. Y creo que está enfadada.

      Llevó a la niña a la puerta justo cuando la alcanzaba la mujer.

      —Perdone —dijo Lisa en cuanto lo vio—, ¿ha visto a una niña…? ¡CeCe!

      La niña se sorprendió al ver lágrimas en el rostro de su madre. No lloraba muy a menudo, pero cuando lo hacía, CeCe siempre creía que debía hacer algo que la hiciera feliz de nuevo.

      Sonrió brillantemente. A su madre siempre le gustaba cuando sonreía.

      —Hola, mamá. ¿Estás bien?

      —Ahora sí.

      En la vida de Lisa había habido muy pocos momentos en los que tuviera ganas de reír y llorar al mismo tiempo. Y ese fue uno de ellos.

      Ignorando por completo al hombre que estaba con su hija, se arrodilló y la abrazó.

      Solo cuando se hubo asegurado de que su hija era real y que estaba bien, le dijo:

      —Oh, CeCe, ¿cómo me has podido hacer esto? ¿Cómo te has podido marchar así?

      La respuesta le pareció completamente lógica a la pequeña.

      —Él tiene un camión de bomberos. Uno de verdad —dijo señalando al camión que tenía detrás.

      Pero Lisa no miró al camión.

      De repente fue consciente de que estaba de rodillas delante de un hombre muy alto y rubio, vestido de bombero. Y lo que era más, estaba de rodillas delante de un hombre que la estaba mirando como si estuviera hambriento y ella fuera su plato favorito.

      Capítulo 2

      MIRA, mamá! Es como el camión de bomberos que tienes en la tienda —dijo la niña impacientemente, cuando su madre no miró al objeto de su atención.

      Lisa miró a su hija, tratando de ignorar el hecho de que se sentía como si estuviera siendo medida lentamente por el hombre que tenía delante.

      Tomó a su hija por los hombros y la miró a los ojos.

      —Ahora escúchame, jovencita. No me importa si has visto toda una flota de camiones de bomberos. Ya sabes que no puedes marcharte sin decirnos a la abuela o a mí a dónde vas. Y también sabes otra cosa, ¿no?

      CeCe suspiró.

      —Que no tengo que hablar con desconocidos.

      Mientras decía eso, la niña se agarró con más fuerza de la mano de Bryce.

      —Él no es un desconocido, mamá. Sé cómo se llama. Bryce Walker y es mi nuevo mejor amigo. Y es bombero. Eso es como ser policía. Y tú me dijiste que si me perdía alguna vez, solo tenía que hablar con un policía. ¿Recuerdas? Bueno, pues no pude encontrar un policía, pero lo encontré a él.

      Lisa cerró los ojos. No había manera de discutir con su hija. En eso había salido a su abuela.

      Cuando los volvió a abrir, se encontró con que el bombero la estaba mirando y supuso que le debía una disculpa.

      —Lo siento si le ha causado algún problema…

      —¿CeCe? No, no ha causado ningún problema. Estaba a punto de enseñarle el cuartelillo a su hija —dijo él sonriendo—. Estoy seguro de que se puede añadir usted también si le interesa.

      —Gracias, pero no.

      Cuando Lisa vio lo triste que se ponía su hija, se sintió culpable. Siempre le pasaba cada vez que le negaba algo.

      —Pero mamá…

      Lisa permaneció firme.

      —Estamos en medio de una mudanza y todo está hecho un lío. No puedo perder tiempo ahora. Y además… Tengo a los de la mudanza peinando los alrededores buscándote.

      La niña pareció confusa.

      —¿Y por qué los están peinando, mamá?

      Bryce se rio.

      —Es solo una expresión —dijo soltando la mano—. Podemos dejar la visita para otra ocasión, si quieres. Todo el mundo debería conocer el cuartelillo de bomberos del vecindario. Ya no solo nos ocupamos de los fuegos y, a veces, ofrecemos servicios de niñera, bueno, para cuidar niñas grandes —añadió cuando vio la cara de enfado de la niña.

      CeCe Billings era lo que su abuelo hubiera llamado una bomba. Deseó que el viejo la hubiera podido conocer. Aunque, si lo pensaba mejor, seguramente habría intentado algo con la madre de la niña. El hombre fue un pícaro hasta el día en que murió con noventa y tres años.

      Bryce esperaba que eso fuera hereditario y que él tuviera la mitad de su espíritu cuando llegara a su edad.

      Y Lisa deseó llevar encima algo más que los pantalones cortos y el top, pero tuvo la sensación de que ese hombre la seguiría mirando así aunque fuera vestida con un saco de esparto.

      —Me alegro de saberlo, pero estoy segura de que no lo volveremos a molestar, señor…

      —Walker —dijo él ofreciéndole la mano—. Bryce Walker.

      —Ya te lo había dicho yo, mamá.

      Lisa dudó un momento, pero por fin, aceptó esa mano. Una mano firme, dura y cálida. Y los ojos de ese hombre le recordaban el tiempo que había pasado desde la última vez en que miró a un hombre de otra forma que como cliente.

      —Yo soy Lisa Billings. Gracias por cuidar a CeCe.

      —Ha sido un placer.

      Él le seguía sujetando la mano. Y su atención. Por fin, ella se soltó. Cuando fue a marcharse, se dio cuenta de que él la seguía.

      —CeCe dice que son nuevas en la ciudad.

      —Y lo somos.

      —Y en el estado.

      —También.

      Lisa miró a su hija preguntándose cuántas más cosas le habría contado sobre ellas a ese hombre.

      Bryce estaba de servicio hasta esa tarde, así que no tenía mucho tiempo para salir con ella, aunque era eso precisamente lo que más le apetecía.

      —Bueno, dado que parece que soy yo uno de los primeros ciudadanos de Bedford que han conocido, y que seguramente esté demasiado cansada para cocinar después de la mudanza, tal vez le apetezca cenar.

      —Seguro que cenaré —dijo Lisa.

      —Quiero decir conmigo.

      Ella lo miró sin dejar de caminar.

      —No quiero molestarle.

      —No me molestará.

      Pero ella ya se alejaba apresuradamente, agarrándole la mano a la niña.

      Bryce se quedó frustrado. Aquello no le sucedía a menudo.

      —Siempre hay una primera vez para todo, ¿eh Walker?

      Creía que estaba solo en la planta baja, que los demás estaban arriba, jugando al póker. Se volvió y vio a Jack Riley sonriendo. Riley y él eran amigos desde antes de perder los dientes de leche.

      Debería haber sabido que aquello le haría gracia a Riley.

      —Lo cierto es que nunca pensé que vería el día en que te rechazara una mujer —dijo Jack—. Demonios, hasta mi madre saldría contigo si pusieras un poco de interés.

      Bryce se metió los dedos en el cinturón mientras seguía viendo alejarse a Lisa y CeCe.

      —No te lo tomes a mal, pero no tengo ningún


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