Corazón Latino. Michelle Reid

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Corazón Latino - Michelle Reid


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se dio cuenta de que su padre la miraba brevemente. Sir Newbury sabía que la había traicionado, pero parecía orgulloso de ello.

      —¿Cuánto dinero cree que lleva ganado hasta ahora? —preguntó Luis con curiosidad.

      —Da mala suerte contarlo, Luis. Ya lo sabes —dijo sir Edward.

      —Pero si de verdad se siente con suerte, tal vez podría tentarlo una apuesta privada conmigo, ¿no? Ponga el dinero en la próxima vuelta —lo desafió—. Si gana, jugaré con usted al póker por el doble de esa cantidad. ¿Le apetece? —preguntó, ignorando la exclamación de protesta de Caroline.

      Se sentía traicionada por Luis. Ella le había pedido que no dejara jugar a su padre.

      Pero él parecía ignorar hasta su presencia.

      —¿Por qué no? —su padre aceptó el desafío, y mientras su hija lo miraba perpleja, le dio instrucciones al crupier de que dejara todo el dinero apostado.

      Y la rueda volvió a girar.

      Luis observaba la escena por detrás de Caroline. Delante de ella estaba su padre, sereno, indiferente al resultado de la apuesta, aunque la vida de ellos dependiera de la ruleta. El casino parecía haberse quedado mudo, petrificado, mientras la gente miraba el juego. Nadie pensaba que sir Edward pudiera ganar una cuarta vez.

      —No te perdonaré esto —dijo Caroline a Luis, convencida de lo mismo. Y se soltó de él.

      Luis la soltó, pero se quedó allí, de pie, detrás de ella, mirando, como todo el mundo, cómo la maldita bola pasaba de ranura en ranura.

      Era una tortura.

      Ella había sabido que no debían de haber ido allí. Pero su padre no la había escuchado.

      —¡No tenemos elección! —había exclamado sir Edward—. La empresa financiera que compró todas nuestras deudas está en Marbella. Se niegan a hablar con nosotros, excepto que lo hagamos personalmente. Tenemos que ir allí, Caroline.

      —¿Y tus deudas de juego? —le había gritado furiosa—. ¿Tienen puestas sus avariciosas manos en ellas también?

      Su padre se había sonrojado por sentirse culpable, luego había ido humildemente a ella, como hacía siempre que su hija lo sorprendía en algo malo, y le había dicho desafiantemente:

      —¿Quieres ayudarme a superar esta historia o no?

      Caroline volvió a sentir mareo. La rueda fue moviéndose más lentamente. De pronto se detuvo. Se hizo el silencio en la habitación. Nadie se movió durante unos segundos, hasta que sir Edward dijo con serenidad:

      —Mío, creo.

      Sin pronunciar una sola palabra, Caroline se dio la vuelta y se marchó, dejando las exclamaciones detrás de ella.

      ¿Cuánto había ganado? No lo sabía. ¿Cuándo iría a jugar con Luis? No le importaba.

      Ella no aguantaba más todo aquello.

      Se odió por haberse dejado convencer de ir a Marbella.

      Caroline salió del casino con la intención de volver a su suite. Pero de pronto supo que no podía hacer eso. Que no podía esperar allí que su padre se arruinase. Sin pensarlo siquiera, salió corriendo en dirección a las puertas que estaban en el lado opuesto al casino.

      Pensó que la piscina estaría cerrada a esa hora de la noche, pero no era así, aunque habían apagado casi todas las luces. Solo la piscina estaba iluminada, mostrando el agua cristalina y azul. No había nadie a la vista.

      Sin reflexionar realmente en cuál sería su siguiente acción, Caroline se quitó los zapatos, se desabrochó el vestido y lo dejó en una silla. Luego se zambulló en el agua con sus braguitas, su sujetador e incluso el liguero y las medias.

      Nadó desesperadamente, como si fueran a darle una medalla por ello.

      Cuando estaba en el cuarto largo, se dio cuenta de que Luis estaba sentado en la silla donde había dejado el vestido.

      Ella se hundió en la piscina y buceó.

      Cuando fue a hacer el sexto largo él seguía allí. Al décimo, sus pulmones no podían más. Se apoyó en el borde de la piscina, y descansó su frente en los brazos después de cruzarlos.

      —¿Te sientes mejor ahora? —preguntó Luis.

      —No —respondió ella. Al final alzó la cara y lo miró—. ¿Y tú, por hacer de mirón?

      —Llevas más ropa que la mayoría de las mujeres que se sumergen en esta piscina.

      —Pero un caballero, al ver la diferencia, habría tenido la delicadeza de marcharse.

      —Ambos sabemos que yo no soy un caballero —dijo él con una sonrisa.

      ¿Había buscado ella que él admitiera lo que era? Sí, por alguna razón le resultaba placentero.

      —¿Dónde está mi padre?

      —Contando lo que ganó, supongo —contestó él con total indiferencia, encogiéndose de hombros—. ¿Estás lista para salir de ahí? ¿O estás esperando que me desnude y me meta contigo?

      —Voy a salir ya —decidió ella.

      No dudaba de que Luis fuera capaz de hacer lo que decía.

      Y ella no quería ver desnudarse a Luis Vázquez. No le hacía falta verlo desnudo para saber cómo era. Al igual que a él no le hacía falta que ella se quitara el sujetador de seda negro y las medias para saber lo que había debajo, pensó Caroline.

      Cuando ella salió, Luis estaba de pie al borde de la piscina, esperándola con una gran toalla blanca dispuesta para que se secase.

      No sabía de dónde la había sacado. Pero no le importaba.

      Así que subió los peldaños y tomó la toalla con un «gracias», murmurado amablemente.

      Él notó su actitud distante.

      —Te estás tomando con mucha calma todo esto —comentó Luis.

      Caroline se envolvió con la toalla.

      —Te odio y te desprecio. ¿Satisfecho? —dijo ella, echándose el pelo hacia atrás.

      —Algo es algo. ¿Quieres que te traiga otra toalla para que te seques el pelo?

      Ella se peinó con los dedos. El baño le había quitado casi todo el maquillaje, excepto el rímel.

      —No quiero nada de ti, Luis. Porque tu idea de lo que es un favor es cortar la mano que te pide ayuda.

      —Ah… —se metió las manos en los bolsillos—. Y se trata de tu mano en este caso, ¿eso quieres decir?

      Ella no quería hablar de ello.

      —Me marcho a mi habitación —dijo, caminando hacia la puerta de la piscina—. Adiós, Luis —agregó fríamente—. Me gustaría decir que ha sido una alegría verte nuevamente, pero te mentiría, así que no me molestaré…

      —¿No te olvidas de algo? —le preguntó él.

      Ella se detuvo, se dio la vuelta y frunció el ceño.

      Luis estaba de pie donde lo había dejado. Alto, delgado, atractivo, inquietante…

      El corazón de Caroline dio un vuelco. Y se despreció a sí misma por ser tan vulnerable a él, sabiendo cómo era.

      —Tu bolso y tus zapatos —le señaló él, y fue a recogerlos.

      Ella se acercó y tomó los zapatos, colgando de sus dedos. Pero cuando fue a recoger su pequeño bolso, Luis se lo metió en uno de los bolsillos del esmoquin.

      —Devuélvemelo, por favor —le ordenó ella.

      Él le sonrió.

      —Por el tono, pareces la directora de una escuela


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