E-Pack HQN Susan Mallery 1. Susan Mallery

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E-Pack HQN Susan Mallery 1 - Susan Mallery


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dejado.

      Se dejó caer en el sofá, apoyó los codos sobre las rodillas y la cabeza sobre las manos.

      –Me ha dejado –repitió como si no pudiera creérselo.

      Nevada nunca había estado en su casa; sabía dónde vivía, ya que había ido a recogerlo un par de veces, pero no había pasado del aparcamiento.

      Ahora, rápidamente, se fijó en los sofás de piel y en las mesas talladas; era una habitación elegante, que parecía sacada de una revista más que pertenecer a un soltero. Los cuadros parecían originales y caros. Había una escultura de metal en una esquina y le daba la sensación de que la había hecho Cat.

      De hecho, todo el apartamento parecía estar gritando el nombre de esa mujer y no solo en las paredes color gris pálido o en las cortinas, sino en las montañas de libros en francés e italiano. El London Times descansaba sobre la mesita de café.

      Los celos le revolvieron el estómago. ¿Había vivido ahí? No quería creer que fuera cierto, pero tampoco podía negar la evidencia. Si Cat no había vivido allí de manera permanente, sí que había pasado el tiempo suficiente para dejar su huella.

      –No puedo hacer esto –murmuró Tucker.

      Nevada fue hacia el sofá y se sentó a su lado.

      –No puedo vivir sin ella –se giró para mirar a Nevada con los ojos inyectados en sangre–. Es mi mundo. Sin ella... –el dolor tensaba sus rasgos–. No quiero volver a sentirme así. El amor es una mierda, pero no he podido resistirme. No con ella.

      –No pasa nada –le dijo Nevada tocándole el hombro tímidamente–. Sé que ahora duele, pero encontrarás a otra persona.

      –No. Jamás. Solo está ella.

      Su dolor llegó hasta lo más hondo de Nevada y le hizo desear desesperadamente poder hacerle sentir mejor. Ignoró su propio dolor mientras oía al hombre al que amaba declarar sus sentimientos por otra mujer.

      –No –le giró la cara hacia ella–. No está solo ella –respiró hondo, se armó de valor y dijo–: Estoy yo.

      Él juntó las cejas en un gesto de clara confusión.

      –Te quiero –se apresuró a decir antes de perder el valor–. Te quiero desde hace tiempo. A Cat no le importas. A ella no le importa nadie. Pero a mí sí me importas, Tucker. Mucho.

      Lo besó, aunque sus bocas se toparon torpemente. Él no respondió y tampoco se apartó, pero no le devolvió el beso. Se quedó sentado, inmóvil. Ella ignoró esa humillación y la voz que le gritaba que saliera corriendo mientras aún le quedara algo de orgullo.

      –Tucker, por favor –susurró contra sus labios antes de agarrarle la mano y posarla sobre uno de sus pechos.

      Era la primera vez en su vida que hacía algo así, y en parte se debía a que nunca había tenido una relación sexual. Aunque había salido con chicos en el instituto, lo más lejos que había llegado había sido que un chico le tocara suavemente los pechos por encima de la ropa.

      Pero eso era diferente. Era Tucker y Tucker era su mundo. Por mucho que él creía que quería a Cat, ella lo amaba a él mucho más. Su amor era mayor y más fuerte y sobreviviría ante cualquier cosa.

      De pronto, él comenzó a devolverle el beso y cerró la mano alrededor de su pecho, apretándolo con tanta fuerza que le dolió. Deslizó la lengua dentro de su boca y le subió la camisa para intentar desabrocharle el sujetador.

      Un sujetador que no llegó a desabrochar. En lugar de eso, le sacó un pecho por la copa y le frotó el pezón.

      Todo era muy extraño, pensó ella intentando averiguar a qué debía prestar atención. Él sabía y olía a whisky, y eso no era algo a lo que estuviera acostumbrada. Y aunque la mano que tenía sobre el pecho ya no le hacía daño, no tuvo tiempo de decidir si le gustaba o no, porque justo cuando pensó que podría sentir un cosquilleo, él estaba agarrándola por la cintura y tendiéndola en el sofá. Coló sus manos entre los dos cuerpos.

      Nevada sintió unos dedos sobre su vientre y al momento notó cómo le estaba bajando los vaqueros y la ropa interior. Tucker le sacó una pierna por el pantalón, pero la otra la dejó metida.

      Era todo lo que ella quería, pero estaba sucediendo demasiado deprisa. Una voz dentro de su cabeza le susurró que no se había imaginado que fuera a ser así. No, en un sofá con él borracho y ella...

      –Tucker, yo...

      Mientras intentaba averiguar qué quería decir, él se agachó entre sus piernas y acercó la boca. ¡Tucker estaba besándola «ahí abajo»!

      Había leído algo sobre el tema, había oído a amigas hablar de ello, pero nada la había preparado para ese profundo y lento beso. Sus labios eran muy suaves y, cuando movió la lengua hacia delante y hacia atrás, pensó que se iba a morir.

      Era perfecto, pensó hundiéndose en el sofá y entregándose a la extraña sensación de cosquilleo que la recorría. Era mejor que perfecto y eso tenía que demostrar que Tucker sentía algo por ella. No podía hacerle eso si no la amaba.

      La acarició con la lengua una y otra vez mientras ella se contoneaba sin saber muy bien qué pasaría a continuación. Lo único que sabía era que quería más. Separó las piernas todo lo que pudo e hizo lo posible por controlar sus gemidos de placer.

      Él se puso derecho y la miró a los ojos.

      –Te deseo. ¿Tú también me deseas?

      –Sí –le respondió con la voz entrecortada–, más que nada.

      A Nevada le recorrió una ráfaga de deseo y lo acercó a sí. Tucker se situó entre sus piernas y el primer movimiento de sus caderas la pilló por sorpresa. Pasó de la excitación a sentirse incómoda en un segundo, y tuvo que morderse el labio para evitar gritar.

      Él seguía moviéndose hacia dentro y hacia fuera, despacio al principio y después más deprisa. Nevada acababa de empezar a sentir las primeras oleadas de placer cuando él gritó:

      –Siempre has sido tú, Cat. Solo tú. ¡Oh, sí! Así.

      Se quedó tan impactada, tan rota, que no pudo decir nada.

      ¡Él ni siquiera sabía quién era!

      Se quedó inmóvil mientras Tucker se hundía en su interior un par de veces más antes de emitir un gemido y parar.

      Cuando terminó, se apartó y ella apretó los dientes ante la extraña sensación. Tucker se levantó y se abrochó los vaqueros y Nevada se quedó tendida un segundo esperando a que él se diera cuenta de lo que había pasado.

      –Ahora mismo vuelvo –le dijo con una sonrisa torcida y fue hacia el cuarto de baño.

      Nevada se quedó allí tumbada, con una pierna del pantalón puesta y la otra quitada, mientras las lágrimas comenzaban a humedecerle el pelo. Al final, se levantó y se vistió.

      Todas sus esperanzas y sueños y todo su amor se derrumbaron a su alrededor y se sentó en el sofá sollozando. Todo lo que había imaginado se había desvanecido, había quedado roto por la realidad. A Tucker no le había importado en un sentido romántico porque estaba enamorado de Cat. Para él, ella no era nada más que la hermana pequeña de su amigo. Ella había malinterpretado su amabilidad, la había considerado afecto y se había construido una fantasía apoyándose en nada más sustancial que la arena.

      Aún conteniendo las lágrimas, se levantó y volvió a su residencia. Tras pasar una hora en la ducha, seguía sintiéndose fatal. Peor aún, se sentía estúpida. Había sido una idiota y no podía culpar a nadie más que a sí misma.

      Había pasado la noche despierta, regodeándose en la autocompasión y preguntándose cuándo tardaría en olvidar a su primer amor.

      A la mañana siguiente había ido a clase como si nada hubiera pasado. Había hablado con sus amigos, se había reído cuando


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