Amor clandestino. Кэтти Уильямс

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Amor clandestino - Кэтти Уильямс


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existiendo —le espetó Rebecca con frialdad.

      —Esa es una afirmación de lo más constructiva, señorita Ryan. ¿Se le ocurre alguna otra?

      Rebecca se sintió avergonzada de que Nicholas Knight hubiera podido distraerla de aquella manera.

      —Lo siento. No había razón para decir eso. Tiene toda la razón. Lo que sí puede que encuentre constructivo es si le digo que Emily no es la primera adolescente que se encuentra en esa situación. Y saldrá de ella. Tendrá que dejar este colegio pero no hay razón para que su educación tenga que verse interrumpida. Puede tener un tutor en casa. Es una chica muy inteligente y, ¿quién sabe?, tal vez eso la ayudara a encontrar su camino.

      —¿De cuánto está embarazada? —preguntó él, con desprecio.

      —De muy poco.

      —¿Eso qué significa?

      —Aparentemente, el período tendría que haberle venido hace una semana. Pero, entre lágrimas, me dijo que la prueba de embarazo es positiva. De hecho, me dijo que se había hecho dos por si la primera era incorrecta.

      —Un tutor en casa —repitió él, frotándose la barbilla—. Supongo que esa es la única solución. ¿Podría perdonarnos un minuto? —añadió, refiriéndose a la señora Williams—. Hay algo que me gustaría discutir en privado con la señorita Ryan.

      —Bueno… —dudó la mujer, sorprendida por aquella petición.

      —Estoy segura de que lo que usted y yo tengamos que hablar, podemos hacerlo delante de…

      —Necesitaremos unos veinte minutos —insistió él, mirándolas a las dos de un modo impenetrable.

      Entonces, la señora Williams salió de la habitación, dejando a una frustrada Rebecca en silencio.

      Capítulo 2

      EXPLÍQUEME eso de la tutoría en casa —le dijo él a Rebecca, reclinándose en el asiento.

      —¿Cómo dice?

      —Me dio una pequeña charla sobre las oportunidades que todavía le quedan a una adolescente que ha sido lo bastante estúpida como para quedarse embarazada. Y usted mencionó la tutoría en casa como una de las opciones.

      —Sí —respondió ella, mientras él se quitaba la chaqueta y se remangaba, dejando al descubierto unos fuertes y bronceados antebrazos.

      Aunque de nacimiento era inglés, Rebecca recordó que, años atrás, él le había explicado que tenía sangre griega en las venas. Su abuela materna había escandalizado a todo el mundo tirando todo, incluso su muy británico prometido, por la borda y casándose con el hijo de un magnate griego. Aquella historia parecía divertirle mucho ya que parecía gustarle revelarse contra lo convencional.

      —No mencioné la tutoría en casa para mostrarle que había una salida a este asunto —añadió ella—. Lo hice porque me parece una opción perfectamente viable y creo que a Emily le vendría muy bien. Ella es muy inteligente y lo entiende todo muy fácilmente. Sería más bien orientarla a los exámenes y asegurarse de que mantiene un nivel adecuado de conocimientos. No estoy diciendo con esto que le resultase pan comido ni a ella ni a su tutor. Tendrá que enfrentarse a todos los altibajos del embarazo y hacerse a la idea de tener un hijo, lo que le resultará difícil. Pero no debería tener problemas para superarlo, al menos académicamente, si usted encuentra el tutor adecuado. Creo que necesitará a alguien con mucha paciencia.

      —No me explicó por qué mi hija la eligió a usted como confidente.

      —Bueno, como la señora Williams le ha dicho, soy una de las profesoras más jóvenes y, bueno, me enorgullece tener una buena relación con las alumnas. Después de las horas de clase, hago muchas actividades con ellas. Por ejemplo, yo me encargo del grupo de teatro. En realidad, me parece que esa fue la única actividad que su hija parecía disfrutar. Creo que le gustaba meterse en la piel de los personajes. Tal vez lo encontrara relajante.

      —Sí, creo que tiene razón. Probablemente es algo que lleve en los genes, ya que su madre era actriz aficionada.

      —Bueno, eso no lo sabía.

      —No, claro que no. Usted solo conoce a Emily desde que empezó a venir a esta escuela hace dos años. ¿Se interesa alguna vez por la vida de las niñas antes de venir aquí?

      —En cierto modo, sí. Pero espero que no se esté imaginando que me paso las horas libres investigando sus expedientes para leer lo que sus padres hacen para ganarse la vida, porque entonces está equivocado.

      —Entonces, no sabe nada de las circunstancias de mi hija…

      —Sé que su madre murió hace dos años… —dijo Rebecca, que no estaba dispuesta a revelar lo que la chica le había dicho.

      —En ese caso, no sabe que su madre y yo nos divorciamos cuando ella solo era un bebé.

      —No veo cómo todo esto puede ser relevante para lo que hablábamos antes, señor Knight. Es decir, de la enseñanza en su casa.

      —Sin embargo, antes fue tan rápida en juzgarme, señorita Ryan, que pensé que estaría deseando colocar todas las piezas del rompecabezas que representa mi relación con Emily —replicó él, cáusticamente—. Es decir, no creo que tenga mucho sentido ponerse a sacar deducciones si solo sabe una parte mínima, ¿no le parece?

      —Nada de eso es asunto mío —dijo Rebecca, sonrojándose. Se sentía agobiada por la mirada de él y las ropas que se había puesto—. Además, la señora Williams va a regresar en breve…

      —Pero estoy seguro de que volverá a marcharse si ve que no hemos terminado.

      —¿Que no hemos terminado con qué? No creo que haya nada más que yo pueda decirle en este asunto. Si usted quiere, estoy segura de que la señora Williams le puede recomendar a alguien…

      —No me gustaría que usted se quedara con una mala impresión mía, señorita Ryan. Sé que su conciencia no podría soportarlo si pensara que va a mandar a mi hija a una vida de miseria y desesperación en manos de un padre poco cariñoso y siempre ausente.

      —¿Por qué iba yo a pensar todo eso?

      —Porque si Emily le fue corriendo a contarle lo que había pasado, entonces es mucho más que probable que le confiara todos los detalles de su infeliz vida familiar. Yo no nací ayer, ¿sabe?

      —Bueno, ella mencionó un par de cosas, de pasada —admitió Rebecca.

      —¿Le importa darme más detalles?

      —Sé que usted y su esposa se separaron cuando ella tenía dos años y que su madre la llevó a vivir a Australia.

      —¿Le dijo ella también que hice todo lo posible para mantenerme en contacto con ella pero que, años más tarde, su madre me informó de que todas las cartas y todos los regalos que yo le había enviado a lo largo de los años habían sido destruidos? Para entonces, su madre le había inculcado que yo era el lobo feroz que la había obligado a divorciarse a pesar de que ella no quería y que, entonces, no contento con eso, la había obligado a huir a los confines de la tierra.

      Aquello no era precisamente lo que ella sabía. Sin embargo, no lograba entender por qué él quería darle tantos detalles pero sabía que, como profesora de Emily, tenía el deber de escuchar. Era evidente que él se sentía culpable de la situación y era su modo de aliviarse. Además, sabía que si buscaba el término medio entre lo que Emily le había contado y lo que le estaba diciendo su padre, encontraría la verdad de la historia.

      —Cuando Veronica murió, me encontré con una hija a la que no conocía y que parecía incapaz de aceptar los generosos esfuerzos que nosotros hacíamos para allanar las dificultades.

      —¿Nosotros? —preguntó Rebecca. Emily no le había mencionado ninguna madrastra ni ninguna mujer en absoluto, pero sabía perfectamente que él no era un hombre aficionado


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