Amor clandestino. Кэтти Уильямс

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Amor clandestino - Кэтти Уильямс


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O está de acuerdo o no lo está.

      —Trabajaré para usted si usted se amolda a mis condiciones.

      —No se preocupe. El dinero no es ningún problema.

      —¡Yo no estaba hablando de dinero!

      —¡Por favor! —intervino la señora Williams, sonriendo—. Creo que, efectivamente, deberían discutir este asunto en detalle. Estoy segura, señor Knight, de que usted entenderá que la señorita Ryan puede tener algo de recelo. Sin embargo, ahora necesito mi despacho porque tengo una reunión con el administrador dentro de cinco minutos. ¿Por que no continúan su conversación en la sala de profesores?

      —¿Por qué no continuamos esta conversación en sus habitaciones? —sugirió él, poniéndose de pie—. Así podríamos hacerlo mucho más en privado y no daremos lugar a comentarios. Vamos a hablar de su sueldo, a pesar de su aparente aversión por el dinero, y usted no querrá que sus compañeros sepan el dinero que va a ganar, ¿verdad? ¡Creo que se irían a trabajar todos de tutores a Londres!

      —Esa es una idea espléndida —respondió la señora Williams, adelantándose a Rebecca.

      La directora los acompañó a la puerta, encantada con el giro que habían tenido las cosas.

      —Pero… —empezó Rebecca.

      —Pero nada —le dijo él, empujándola para que saliera del despacho—. Ya ha oído a la señora Williams.

      —Supongo que está acostumbrado a explotar a las personas, ¿verdad? —le espetó ella, en cuanto no los pudo oír nadie.

      —¿Cómo dice? —preguntó él, intentando parecer inocente—. Yo me limito a aprovecharme de las circunstancias, señorita Ryan. Tal vez debería llamarla Rebecca. No me gustan los tratamientos formales entre jefes y empleados. Así, estos están más cómodos. Y yo me llamo Nick —añadió, con una sonrisa.

      —¿Por qué Emily no lleva su apellido? —preguntó Rebecca, guiándole a través de los pasillos hasta la zona de los dormitorios.

      —Porque para cuando Emily nació, Veronica y yo estábamos tan desilusionados el uno con el otro que ella hizo precisamente lo que sabía que me haría más daño.

      En ese momento, llegaron a las habitaciones de Rebecca. Ella abrió la puerta de un pequeño pero cómodo salón. Estaba amueblado con un sofá, un par de sillas, dos mesas y unas estanterías llenas de libros. Él empezó a mirar los títulos mientras ella lo observaba, preguntándose si él pensaba que aquella era una visita social.

      —¿Por qué preferiste vivir en el colegio? —preguntó él—. ¿No hubiera sido mucho más fácil para una mujer joven vivir en la ciudad?

      —No.

      —¿Por qué no? ¿Te importa si me siento? —preguntó, haciéndolo sin esperar que ella respondiera.

      —¿Le apetecería algo de café? —preguntó ella, señalando la pequeña cocina.

      —No, gracias —respondió él, recorriéndola con la mirada—. ¿Por qué no te sientas? No pareces estar muy cómoda ahí de pie.

      Rebecca se quitó la chaqueta y se sentó en una de las sillas, enfrente de él. La camisa le estaba bastante apretada al pecho por lo que enseguida sintió la mirada de él, lo que hacía que ella se sintiera muy vulnerable.

      —Hay un par de cosas que quiero dejar perfectamente claras antes de que acepte trabajar para usted —dijo ella—. En primer lugar, quiero que sepa desde el principio que, si soy la tutora de su hija, debe darme rienda suelta para hacerlo como yo crea conveniente. Esta situación no es muy normal y no creo que vaya a dar mucho resultado hacer que se siente a una mesa como si viniera a las clases normales.

      —¿Qué es lo que me está sugiriendo?

      —Creo que ella tiene que sentirse cómoda conmigo para que yo pueda tener éxito en darle clase. Tendrá muchas cosas en la cabeza y habrá que tratarla con mimo —afirmó ella. Él asintió, a pesar de que no parecía estar muy de acuerdo—. Naturalmente, querrá estar informado de su progreso, así que sugiero que, al principio de casa semana, tengamos una reunión para que yo pueda decirle cómo va Emily.

      —Y entre esas reuniones, ¿es que nos vamos a ignorar el uno al otro? ¿Mantener las conversaciones al mínimo? ¿Pretender que somos unos completos desconocidos?

      —Esto no es ninguna broma, señor Knight.

      —Nick.

      —Estoy segura de que Emily te mantendrá al día de lo que estamos haciendo.

      —Lo dudo mucho. Cuando ha estado bajo mi mismo techo, ha sido todo lo breve que ha podido —respondió él, algo apenado.

      —Eso debe de ser muy difícil para ti —comentó Rebecca, sintiendo algo de compasión por él—. Ver que se te niega el contacto con tu hija y que, cuando ella se convierte en una adolescente, se tiene delante a una mujercita que resulta una desconocida.

      —Gracias —dijo él, de un modo que le dejó muy claro que no le agradaba hablar de sus sentimientos.

      —Bien —continuó ella—. ¿Hablamos ahora de aspectos más técnicos de este… acuerdo?

      Estuvieron unos minutos discutiendo los temas legales de su contrato, que se haría por escrito y se le mandaría a Rebecca al cabo de uno o dos días. Cuando ella se puso de pie para indicar que la reunión había terminado, se sorprendió mucho al ver que Nick no se levantaba.

      —¿Es todo? —preguntó ella.

      —Pensé que era yo el que estaba haciendo la entrevista —dijo él—. Tal vez haya un par de cosas que te quiera decir.

      —¿Y las hay?

      —De hecho, sí.

      —En ese caso, pregúntame —comentó ella, desconcertada, dejándose caer de nuevo en la silla.

      —En primer lugar, espero que comáis y cenéis conmigo cuando esté en casa. No pienso comportarme como un intruso en mi propia casa para satisfacer tus extraños deseos de soledad. Tengo que admitir que, por mi trabajo, paso mucho tiempo en el extranjero y que mi vida social no me da tiempo para mucho pero, cuando esté en casa, quiero aprovechar tu presencia para mejorar mi relación con Emily.

      De nuevo, Rebecca notó que él se ponía a la defensiva y no pudo evitar sentir simpatía por él. Parecía que no le gustaba que nadie viera sus sentimientos bajo la armadura que los cubría. Estaba tan acostumbrado a controlar a las personas que no le gustaba admitir que no podía controlar a su hija.

      Rebecca asintió pero no articuló palabra.

      —Y —añadió él, poniéndose de pie—… solo una cosa más. Me gustaría decirte que has cambiado —afirmó él, dejando a Rebecca boquiabierta—. Sé que me has reconocido. Lo vi en el mismo instante en el que me miraste. Ha pasado mucho tiempo, ¿verdad? ¿Es que acaso creías que no te recordaba? No tienes el tipo de rostro que se olvida fácilmente. Además, casi no has cambiado. De hecho, parece que los años no han pasado por ti, pero tu actitud sí que ha cambiado. Si me acuerdo bien, estabas llena de vida, deseando agradar —concluyó, acercándose a ella.

      La voz de Nick se había convertido en un susurro, lo que hizo que ella se sonrojara. ¿Acaso creía que iba a empalagarla de nuevo con el encanto que desprendía?

      —Nuestros caminos se cruzaron solo durante un par de semanas —dijo ella.

      —¿Por qué no diste muestras de haberme reconocido?

      —¿Y por qué no las diste tú?

      —No sé. Me imaginé que tendrías tus razones. De todos modos, no tenía nada que ver con lo que estábamos hablando. Después de un rato, me intrigó el hecho de saber si se te escaparía algún comentario. No has perdido todavía la necesidad de decir lo que te pasa por la cabeza, ¿verdad? Noté que estabas deseando hacerlo antes


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