Breve historia de la Economía. Niall Kishtainy
Читать онлайн книгу.sus cereales de Rusia y esta solo debería cultivar cereales e importar su hierro de Gran Bretaña. Se trata de una idea significativa porque cada país tiene una ventaja comparativa en algo y cada nación tiene el potencial de crecer al especializarse y comerciar. Es mejor que los países abran sus fronteras al comercio exterior a que intenten ser autosuficientes. Aunque unos cuantos economistas se oponen a esta idea (véase el capítulo 12), la opinión de Ricardo sobre la ventaja comparativa se convirtió en uno de los principios más valiosos para los economistas.
David Ricardo recibió elogios por haber introducido un nuevo estándar de razonamiento en la Economía. El escritor británico del siglo XIX, Thomas de Quincey, se interesó por la Economía después de darse cuenta de que su consumo de opio lo había vuelto incapaz de abordar sus lecturas habituales de Matemáticas y Filosofía. Los escritos de los economistas no lo impresionaron en lo más mínimo. Dijo que cualquiera con un poco de sentido común podía estrangular a los estúpidos economistas y «carcajearse de sus cabezas llenas de hongos hasta que se conviertan en polvo con el abanico de una dama». Luego alguien le prestó un libro de Ricardo y antes de terminar el primer capítulo exclamó: «¡Tú eres el hombre!». El estilo del pensamiento de Ricardo consistía en comenzar en un punto de partida simple —los fragmentos de tierra tienen una fertilidad variable, por ejemplo— y observar hasta dónde lo conducía, sin dejar nunca el camino de la lógica estricta. De Quincey lo elogió por usar la lógica para encontrar sus leyes económicas, rayos de luz en el caos de los hechos y la historia. Economistas posteriores descartaron muchos de los puntos de partida de Ricardo, pero su método —construir una larga cadena de causas y efectos— se convirtió en el de los economistas. Sus amigos solían decir que no le importaba ganar las discusiones, solo usaba la razón para descubrir la verdad, aun cuando la verdad se opusiera a sus intereses. En 1814, compró una finca de 5.000 acres de la cual obtuvo ingresos considerables. Ricardo se había convertido en un terrateniente, pero su posición no evitó que argumentara, sin cansancio, en favor del libre comercio; algo que hubiera puesto en riesgo la riqueza que había acumulado con sus tierras, pero que sus principios económicos le habían demostrado ser lo correcto.
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UN MUNDO IDEAL
A veces se dice que los pobres merecen serlo; son pobres simplemente por vagos o malvados. Pero en el siglo XIX, en su famoso libro Los miserables (Les Misérables),
La Revolución Industrial volvió ricos a algunos, pero muchos siguieron viviendo en una profunda pobreza. Las personas se hacinaban en ciudades con condiciones nefastas. Había miles y miles de Fantines. Las largas horas de trabajo en las fábricas dejaban a los niños lisiados, y las enfermedades estaban por doquier. En Gran Bretaña, los pobres podían ir al «refugio para pobres» , donde se les daba comida y una cama, si podían soportar las duras condiciones del lugar.
Previamente hemos hablado de Adam Smith y David Ricardo, quienes afirmaban que el comercio y la competencia llevaban a la prosperidad. Sabían que ganar dinero no era perfecto, pero en general creían que el capitalismo conducía al progreso. Un grupo diferente de pensadores perdieron por completo las esperanzas en la sociedad que los rodeaba. Observaron la miseria de las ciudades —los desnutridos niños analfabetos y los obreros que gastaban sus últimos centavos en alcohol, para ahogar sus penas— y consideraron tarea imposible reparar el capitalismo. Tan solo una sociedad completamente nueva podía salvar a la humanidad.
Uno de estos pensadores fue Charles Fourier (1772-1837), francés de vida solitaria y monótona que trabajaba como oficinista. Pero aprovechó el tiempo escribiendo textos excéntricos con títulos extraños como Teoría de los cuatro movimientos y de los destinos generales (Théorie des quatre mouvements et des destinées générales). Fourier condenó la totalidad de la civilización europea. Pensaba que la sociedad de fábricas y ganancias era brutal e inhumana. Recordemos la fábrica de alfileres de Adam Smith, donde cada persona lleva a cabo una pequeña tarea. Se hacen muchos alfileres, pero ¡qué aburrido es pasar los días afilándoles la punta! La sociedad comercial también hace que las personas sean hostiles hacia los demás. Los vendedores de vidrio esperan que una tormenta de granizo rompa las ventanas de todo el mundo para que puedan vender más. Asimismo, en la sociedad comercial, los ricos y poderosos hacen todo por proteger su posición, aunque terminen pisoteando a los pobres.
Fourier propuso una nueva sociedad. La llamó un sistema de armonía. Imaginó a las personas viviendo en pequeñas comunidades llamadas falansterios. El falansterio sería un edificio rectangular que contendría talleres, bibliotecas e incluso una ópera. Sería un lugar donde podrían dedicarse a sus pasiones. Fourier se refería a pasiones comunes como la amistad, la ambición y el amor por la comida y la música. También estaba la pasión de la «mariposa», la afición por revolotear entre diversos conjuntos de actividades e incluso la del «cabalista», un gusto por las conspiraciones y la intriga. Las pasiones se podían combinar para crear 810 tipos de personalidades humanas, decía Fourier.
En el falansterio, las pasiones se organizarían cuidadosamente. Cada día, los habitantes se dispondrían a trabajar en grupos de personas con pasiones diferentes, útiles para las tareas a desempeñar. Habría grupos que cultivarían rosas, algunos que cuidarían pollos, otros que producirían óperas. Más aún, cada persona podía pertenecer a docenas de grupos distintos. En vez de pasar cada día aburrido como una ostra puliendo la punta de un alfiler, podría hacer lo que quisiera y colmar todas sus pasiones. No obstante, ¿cómo se ganaría dinero? En vez de recibir sueldos, como ocurre en el capitalismo, se recibiría un porcentaje de las ganancias percibidas por el falansterio.
Fourier esperaba al mediodía de todos los días a que alguien lo visitara y le diera el dinero para establecer sus falansterios. Jamás llegó nadie. Su nuevo mundo nunca dejó de ser solo una imagen extraordinaria en su mente. Escribió que después del establecimiento de los falansterios, las personas desarrollarían colas con ojos en sus extremos, aparecerían seis lunas y los mares se convertirían en limonada. Los animales salvajes se volverían amigos de los humanos: amistosos «antitigres» nos llevarían de un lugar a otro sobre sus espaldas. Todo esto es un material increíble para quienes dicen que Fourier estaba loco. Aun así, planteaba preguntas en torno al trabajo que la economía tradicional rara vez ha abordado. Por ejemplo, una vez que tenemos comida y cobijo, ¿cómo podemos encontrar un trabajo que utilice todas las partes de nuestras personalidades? Quizá la tendencia actual de los consejeros profesionales que ayudan a los estudiantes a elegir trabajos correlacionados a sus habilidades e intereses sea un intento por responder a esta pregunta.
Como Fourier, el galés Robert Owen (1771-1858) pensaba que la creación de nuevas comunidades salvaría a la humanidad. Sin embargo, Owen no podría haber sido más diferente a Fourier. Tuvo suerte durante la incipiente economía industrial de Gran Bretaña usando el moderno motor de vapor para alimentar la maquinaria de sus fábricas de hilado de algodón. Había pasado de ser un asistente en una tienda a convertirse en un industrial famoso, y había tratado con todo tipo de personas, desde obreros en fábricas hasta duques. Estaba orgulloso de relacionarse con todos. Esto inspiró la idea principal de su ensayo, El nuevo mundo industrial y societario (Le nouveau monde industriel et sociétaire). Owen creía que los caracteres de las personas eran resultado de su entorno. Las personas eran malas porque venían de condiciones malas. Si se deseaba una buena sociedad era necesario establecer las condiciones adecuadas. En un ambiente libre de la competencia desalmada del capitalismo, los pobres podrían convertirse en personas buenas y felices. Owen tenía un plan para crear las circustancias perfectas.
Había reunido suficiente dinero para establecer un pueblo «modelo», un experimento en la creación de una alternativa a las peligrosas e insalubres fábricas de las grandes ciudades.