La riqueza de las naciones. Adam Smith

Читать онлайн книгу.

La riqueza de las naciones - Adam Smith


Скачать книгу
bajo que en Inglaterra. Nunca se conoció allí una gran carestía de alimentos. En las peores épocas siempre han tenido suficiente para ellos, aunque hayan tenido menos para exportar. Si el precio monetario del trabajo, entonces, es mayor que en cualquier lugar de la metrópoli, su precio real, el poder real sobre las cosas necesarias y convenientes para la vida que proporciona al trabajador deberá ser mayor en una proporción aún más amplia.

      Aunque América del Norte no es todavía tan rica como Inglaterra, prospera mucho más rápido y avanza con mucha más rapidez en la consecución de riquezas. La señal más patente de la prosperidad de cualquier país es el aumento en el número de sus habitantes. En Gran Bretaña y la mayoría de los demás países de Europa se supone que no se duplican en menos de quinientos años. En las colonias británicas de América del Norte se ha comprobado que se duplican cada veinte o veinticinco años. En nuestros días este incremento no se debe a la permanente importación de nuevos habitantes sino a la enorme multiplicación de la población. Se dice que los que llegan a una edad avanzada con frecuencia llegan a ver a cincuenta o cien descendientes, y a veces incluso a más. El trabajo está allí tan bien remunerado que una familia numerosa, en vez de ser una carga, es una fuente de riqueza y prosperidad para los padres. El trabajo de cada niño, antes de que abandone el hogar, es estimado en un valor de cien libras de ganancia neta para los padres. Una joven viuda con cuatro o cinco niños, que en las clases medias o bajas de Europa casi no tendría posibilidad de encontrar un segundo marido, allí es asiduamente cortejada como una suerte de fortuna. El valor de los niños es el mayor de todos los estímulos al matrimonio. No podemos, por tanto, extrañarnos de que la gente en América del Norte se case generalmente muy joven. Y a pesar del gran aumento en la población ocasionado por esos matrimonios tempranos, hay una queja permanente por la escasez de mano de obra. La demanda de trabajadores, los fondos destinados a su manutención, aumenta más rápido que la posibilidad de encontrarlos.

      Si la riqueza de un país es muy grande, pero ha permanecido estacionaria durante bastante tiempo, entonces no deberíamos esperar que los salarios sean muy elevados. Los fondos destinados al pago de salarios, el ingreso y el capital de sus habitantes, pueden ser muy copiosos, pero si se han mantenido en el mismo nivel o casi en el mismo nivel durante varios siglos, el número de trabajadores empleados cada año fácilmente satisfará, y quizás hasta más que satisfará, el número demandado el año siguiente. Rara vez ocurrirá que haya escasez de mano de obra, y no se verán los patronos obligados a competir por ella. Por el contrario, en este caso la mano de obra se multiplicará naturalmente más allá de los puestos de trabajo. Habrá una escasez permanente de empleos, y los trabajadores se verán forzados a competir entre sí para obtenerlos. Si en un país en esas condiciones los salarios habían sido en alguna oportunidad más que suficientes para mantener al trabajador y para permitirle sacar adelante a una familia, la competencia entre los trabajadores y el interés de los patronos reduciría velozmente esos salarios al nivel mínimo consistente con la existencia humana. Desde hace mucho tiempo China es el país más fértil, mejor cultivado, más laborioso y más poblado del mundo. Pero también se ha mantenido durante mucho tiempo en un estado estacionario. Marco Polo, que visitó el país hace más de quinientos años, describe sus cultivos, su industria y su población casi en los mismos términos que utilizan los viajeros en la actualidad. Es posible que incluso mucho antes de su época el país ya había alcanzado la plenitud de riquezas compatible con la naturaleza de sus leyes e instituciones. Los relatos de todos los viajeros, contradictorios en muchos otros aspectos, concuerdan en subrayar los reducidos salarios y la dificultad que un trabajador encuentra en China para sacar adelante a una familia. Cualquiera de ellos se da por satisfecho si tras cavar la tierra todo el día consigue lo suficiente para comprar un poco de arroz por la noche. La situación de los artesanos es todavía peor, si cabe. En lugar de esperar tranquilamente en sus talleres la llegada de los clientes, como ocurre en Europa, están continuamente corriendo por las calles, cada uno con las herramientas de su oficio respectivo, como si mendigaran un empleo. La pobreza de las clases más bajas en China es mucho más acusada que en las naciones más pobres de Europa. Se cuenta que en los alrededores de Cantón hay cientos y hasta miles de familias que no tienen casa en tierra firme sino que viven constantemente a bordo de pequeños botes de pesca en los ríos y canales. La subsistencia que encuentran allí es tan magra que se disputan las basuras más inmundas que arrojan desde cualquier barco europeo. Cualquier carroña, un perro o un gato muertos, por ejemplo, aunque esté semiputrefacto y maloliente, es bienvenida por ellos igual que lo es el mejor manjar por las gentes de otros países. El matrimonio es estimulado en China no por la rentabilidad de los hijos sino por la libertad de destruirlos; en todas las grandes ciudades se abandona a muchos de ellos en las calles cada noche, o se los ahoga como a cachorros. Se dice incluso que este oficio execrable es el negocio declarado mediante el cual algunos obtienen su sustento.

      Pero aunque China se halle quizás en un estado estacionario, no parece retroceder. Sus habitantes en ningún sitio abandonan las ciudades; las tierras cultivadas siguen siendo cultivadas. Se debe realizar entonces el mismo o casi el mismo trabajo anual, y los fondos destinados a mantenerlo, en consecuencia, no pueden haber disminuido sensiblemente. La clase más modesta de trabajadores, así, a pesar de lo escaso de sus medios de vida, debe de alguna forma ingeniársela para mantener la especie al menos en su número habitual.

      El panorama sería diferente en un país donde los fondos destinados al mantenimiento del trabajo estuviesen cayendo marcadamente. Cada año la demanda de sirvientes y trabajadores sería, en todos los distintos tipos de ocupación, menor que el año anterior. Muchos miembros de las clases más altas, al no poder encontrar empleo en labores de su rango, lo buscarían en los niveles más modestos. La clase baja no sólo resultaría sobresaturada con sus propios trabajadores sino con el excedente de las demás clases; la competencia por los puestos de trabajo sería tan intensa que reduciría los salarios a la más mínima y miserable subsistencia del trabajador. Muchos no podrían encontrar un puesto de trabajo ni siquiera en esas condiciones, con lo que o bien morirían de hambre o bien se verían empujados a buscar su subsistencia mediante la mendicidad o quizás perpetrando las mayores barbaridades. La miseria, el hambre y la mortandad prevalecerían de inmediato en esta clase y se extenderían desde allí hacia todas las clases superiores, hasta que el número de habitantes del país se redujera hasta el que pudiese ser mantenido con el ingreso y el capital que quedara; esos habitantes serían los que hubiesen podido escapar de la tiranía y las calamidades que habrían destruido al resto. Este cuadro se aproxima quizás a lo que ocurre en el presente en Bengala y en algunas otras colonias inglesas en las Indias Orientales. Si hay un país fértil, despoblado desde hace tiempo, y donde en consecuencia la subsistencia no debe ser muy ardua, pero donde a pesar de todo mueren de hambre trescientas o cuatrocientas mil personas en un año, entonces podemos estar seguros de que los fondos destinados a mantener a los trabajadores pobres están achicándose vertiginosamente. La diferencia entre el espíritu de la constitución británica que protege y gobierna a América del Norte, y el de la compañía mercantil que oprime y sojuzga a las Indias Orientales, no puede ser mejor ilustrado que mediante el estado tan diverso de esos países.

      La retribución abundante del trabajo, por lo tanto, así como el efecto necesario, también es el síntoma natural de una riqueza nacional creciente. La magra subsistencia del pobre trabajador, por otro lado, es el síntoma natural de que las cosas están estancadas; si su condición es de hambre, entonces están retrocediendo rápidamente.

      En la actualidad los salarios en Gran Bretaña son evidentemente superiores a lo que apenas basta para que un obrero mantenga a su familia. Para convencernos de ello no será necesario entrar en aburridos y dudosos cálculos acerca de cuál es la suma mínima con la que dicho objetivo puede ser alcanzado. Hay muchos síntomas patentes de que los salarios no están en ninguna parte del país fijados al nivel mínimo compatible con la existencia humana.

      En primer lugar, en casi toda Gran Bretaña existe una distinción entre los salarios de verano y de invierno, incluso para los empleos más modestos. Los salarios de verano siempre son mayores. Pero debido a los gastos extraordinarios en calefacción, la manutención de la familia es más cara en invierno. Al ser entonces los salarios más altos cuando esos gastos son más bajos, parece evidente que no están regulados por dichos gastos sino por la cantidad y el valor estimado del trabajo. Puede ciertamente pensarse que el trabajador


Скачать книгу