La riqueza de las naciones. Adam Smith

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La riqueza de las naciones - Adam Smith


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que en esos países miserables los salarios son muy bajos y los beneficios muy altos. El interés del dinero también lo es, proporcionalmente. En Bengala, el dinero es frecuentemente prestado a los granjeros al cuarenta, cincuenta y sesenta por ciento, y la cosecha siguiente es hipotecada para asegurar el pago. Así como los beneficios que pueden afrontar semejante interés absorben casi toda la renta del terrateniente, una usura de esa clase absorbe casi todo de dichos beneficios. Antes de la caída de la República romana, una usura similar era común en las provincias, bajo la ruinosa administración de sus procónsules. El virtuoso Bruto prestó dinero en Chipre al cuarenta y ocho por ciento, como sabemos por las cartas de Cicerón.

      En un país que haya adquirido todas las riquezas que le permiten conseguir la naturaleza de su suelo y clima, y su situación con respecto a los demás países; un país que, en consecuencia, no pudiese avanzar más pero que tampoco retrocediese, tanto los salarios como los beneficios serían probablemente muy bajos. En un país plenamente poblado en proporción a lo que su territorio puede mantener y su capital emplear, la competencia por los puestos de trabajo inevitablemente será tan intensa como para reducir los salarios al límite suficiente apenas para mantener el número de los trabajadores; y al estar el país completamente poblado, ese número jamás podría aumentar. En un país plenamente provisto de capital en proporción a los negocios que puede realizar, se empleará en cada rama concreta tanto capital como pueda admitir la naturaleza y extensión del negocio. La competencia, por consiguiente, sería en todas partes la máxima posible y por ello el beneficio corriente el mínimo posible.

      Pero acaso ningún país haya arribado todavía a este grado de opulencia. China ha permanecido estacionaria durante mucho tiempo, y hace probablemente mucho que consiguió la plenitud de las riquezas compatible con la naturaleza de sus leyes e instituciones. Pero esas riquezas pueden ser muy inferiores a las que con otras leyes e instituciones le corresponderían por la naturaleza de su suelo, clima y situación. Un país que ignora o desprecia al comercio exterior, y que sólo permite que los barcos de las naciones extranjeras entren en uno o dos de sus puertos, no puede entablar el mismo volumen de negocios que bajo leyes e instituciones diferentes. Asimismo, un país donde los ricos o los propietarios de grandes capitales disfrutan de una amplia seguridad, pero los pobres o los propietarios de capitales pequeños casi no tienen ninguna, sino que están expuestos, so pretexto de la justicia, al pillaje y saqueo por los mandarines de bajo rango, tendrá una cantidad de capital empleada en todas las distintas ramas de la economía que jamás será igual a la que la naturaleza y extensión de esas ramas podrían admitir. En cada rama, la opresión de los pobres deberá traducirse en el monopolio de los ricos, que al acaparar todo el negocio cosecharán muy copiosos beneficios. Por ello el interés normal sobre el dinero en China es, según se dice, del doce por ciento, y los beneficios corrientes deberán ser los suficientes como para afrontar tan elevado interés.

      Un defecto en la legislación puede en ocasiones subir la tasa de interés marcadamente por encima de lo requerido por la condición del país en lo que hace a su riqueza o pobreza. Cuando la ley no garantiza el cumplimiento de los contratos coloca a todos los prestatarios al mismo nivel que los quebrados o las personas de dudoso crédito en países mejor administrados. La incertidumbre en la recuperación de su dinero hace que el prestamista exija el mismo interés usurario que se requiere normalmente a los quebrados. Entre las naciones bárbaras que invadieron las provincias occidentales del Imperio Romano, el cumplimiento de los contratos fue abandonado durante muchísimos años a la confianza de las partes contratantes. Las cortes de justicia de sus reyes pocas veces se inmiscuían en estos asuntos. La elevada tasa de interés que regía en esos tiempos antiguos puede haberse debido en parte a esta causa.

      Cuando la ley prohibe directamente todo interés, no por ello lo evita. Hay mucha gente que debe tomar prestado y nadie les prestará sin una remuneración adecuada al uso del dinero, no sólo a lo que se puede obtener con él, sino también a la dificultad y riesgos de eludir la ley. Esta causa en parte y en parte la dificultad de recuperar el dinero explican según el señor Montesquieu el elevado tipo de interés entre todas las naciones mahometanas, y no su pobreza.

      La tasa mínima de beneficio ordinario debe siempre ser algo superior a lo que es suficiente para compensar las pérdidas ocasionales a que está expuesto cualquier empleo del capital. Es sólo este excedente lo que constituye el beneficio neto o puro. Lo que se denomina beneficio bruto comprende frecuentemente no sólo dicho excedente sino lo que es retenido para compensar esas pérdidas extraordinarias. El interés que el prestatario puede afrontar está en proporción sólo al beneficio neto.

      La tasa mínima de interés ordinaria, análogamente, debe ser algo superior a lo que es suficiente para compensar las pérdidas ocasionales a que todo préstamo, incluso con tolerable prudencia, está expuesto. Si no fuera mayor, los únicos motivos para prestar serían la caridad o la amistad.

      En un país que adquiere la plenitud de sus riquezas, donde en cada rama específica de la economía se invierte la máxima cantidad de capital posible, como la tasa corriente de beneficio neto será muy pequeña, también lo será la tasa de interés normal de mercado, que será tan baja que sólo los muy ricos podrán vivir del interés de su dinero. Todas las demás personas de fortunas pequeñas o medianas se verían obligadas a ocuparse ellas mismas del empleo de sus capitales. Sería necesario que casi todos los hombres fuesen hombres de negocios, o que se ocupasen en alguna clase de actividad. La provincia de Holanda parece estar aproximándose a una situación parecida. Allí es mal visto el no ser un hombre de negocios. La necesidad hace que resulte habitual que cada hombre lo sea, y la costumbre regula la moda: así como es ridículo no vestir como los demás, en alguna medida también lo es el no estar empleado como los demás. Y así como un profesional civil está fuera de lugar en un campamento o guarnición, e incluso corre el riesgo de ser allí objeto de desprecio, lo mismo ocurre con un hombre ocioso entre personas que trabajan.

      La tasa ordinaria máxima de beneficio puede ser una que absorba, en el precio del grueso de las mercancías, la totalidad de lo que debería ir a la renta de la tierra, y que deje sólo lo suficiente para pagar el trabajo de prepararlas y traerlas al mercado, según la tasa mínima que pueda pagarse por el trabajo, o la mera subsistencia del trabajador. El obrero debe ser de alguna forma u otra alimentado mientras se ocupa de su labor; pero no hay necesidad siempre de pagar al terrateniente. Los beneficios del comercio que los funcionarios de la Compañía de las Indias Orientales llevan a cabo en Bengala quizás no estén muy lejos de esta situación.

      La proporción que debe establecerse entre la tasa de interés normal de mercado y la tasa corriente de beneficio neto varía necesariamente según el beneficio suba o baje. Los comerciantes en Gran Bretaña consideran que un beneficio bueno, moderado y razonable, lo que a mi juicio quiere decir el beneficio normal y corriente, equivale al doble del interés. En un país donde la tasa corriente de beneficio neto es del ocho o del diez por ciento, puede ser razonable que la mitad vaya al interés en aquellos negocios desarrollados con dinero prestado. El prestatario corre con el riesgo del capital y, por así decirlo, se lo asegura al prestamista; y en la mayor parte de los negocios un cuatro o un cinco por ciento puede ser tanto un beneficio suficiente para el riesgo de ese seguro como una recompensa suficiente para el empleo del capital. Pero la proporción entre el interés y el beneficio neto puede no ser la misma en países donde la tasa corriente de beneficio sea mucho más baja o mucho más alta. Si fuera más baja, no podría destinarse la mitad a pagar interés; si fuera más alta se podría pagar más de la mitad. En países que progresan velozmente hacia la riqueza, la baja tasa de beneficio puede compensar, en el precio de muchas mercancías, los altos salarios, y permitir a esos países vender tan barato como sus vecinos menos prósperos, donde los salarios pueden ser menores.

      En realidad los beneficios elevados tienden a aumentar el precio de las cosas mucho más que los salarios elevados. Si en la manufactura del lino, por ejemplo, los salarios de los diversos obreros, los cardadores, hilanderos, tejedores, etc., aumentaran en dos peniques por día, sería necesario subir el precio de una pieza de hilo sólo en dos peniques por cada persona que hubiese estado empleada en producirla, multiplicados por el número de días durante los que hubiese estado empleada. La parte del precio de la mercancía que se resuelve en salarios aumentaría a lo largo de las diversas etapas de la industria sólo en una proporción aritmética


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