Mil máscaras. Paolo Mossetti

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Mil máscaras - Paolo Mossetti


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países que se consideran inmunes.

      El análisis de Italia ofrece una ventaja significativa: al ser la primera zona de construcción del nacionalpopulismo «en el gobierno» de Europa occidental, puede convertirse en un objeto de estudio con el que realizar evaluaciones empíricas y cuentas precisas, y no solo conjeturas. El capítulo III del libro estará por ello dedicado a los movimientos y disimulaciones de los dos partidos nacionalpopulistas una vez llegados al poder.

      A pesar del escepticismo de muchos observadores, que habían previsto una fuga desde los populistas en cuanto apareciesen las primeras dificultades, más de uno de cada dos italianos transcurrido más de un año de las elecciones generales apoyaba todavía la actuación del gobierno. Sin embargo, pronto se habían vuelto del revés las relaciones en la alianza: la Lega, insistiendo en el tema de la inmigración y la seguridad y mostrándose como el lado pragmático de la pareja, duplicó su aprobación, mientras que el M5S, centrado en la lucha contra la pobreza y en los costes de la política, cayó al tercer lugar entre los partidos más votados en los últimos comicios europeos, por detrás de la Lega y el PD.

      El modelo de partido-cruzada, contenedor vacío de las instancias más diversas, que fue durante mucho tiempo el punto fuerte del M5S y le había otorgado un voto de cada tres en 2018, parecía en ese momento todo menos estelar, encerrado en un abrazo pasivo con su aliado, un partido con una fuerte identidad y un orden del día casi monotemático. Con la oposición aún viva pero desarmada, el gobierno estaba siendo arrastrado ahora por una Lega sin frenos, preparada para noquear ya al aliado.

      Los historiadores tendrán dificultades para explicar lo que sucedió en el verano de 2019, cuando una serie de golpes de escena dieron completamente la vuelta a esta historia de un modo sorprendente. Todavía a principios de agosto, una mujer alemana de 30 años con rastas, arrestada por haber forzado con el barco de una ONG el bloqueo italiano para poner 42 migrantes a salvo, fue calificada por la derecha y parte de la izquierda como un símbolo de todo lo que el país tenía que destruir: narcisismo patológico, porosidad de las fronteras, obligaciones externas, sustitución étnica. Unas semanas más tarde las prioridades de los comentaristas eran completamente diferentes: Salvini, en un exceso de seguridad en sí mismo debido a las encuestas favorables, deja caer al gobierno creyendo que podía volver a las urnas como dominador indiscutible de la centro-derecha, conquistar una mayoría absoluta y hacer que los italianos le concedan «plenos poderes». Sin embargo, para sorpresa de todos, el M5S realiza una serie de movimientos que le llevarán de vuelta al cauce de los partidos moderados, lejos del aliado de la Lega: primero apoya el nombramiento de la conservadora Ursula Von der Leyen como presidenta de la Comisión Europea, y luego, cuando el gobierno ya está en crisis, después de unos días de negociaciones, teje un gobierno alternativo con el PD, el enemigo más odiado.

      Aunque el nuevo gobierno dice que está listo para seguir una política fiscal más expansiva que la del anterior, contando con el hecho de que las restricciones de Bruselas puedan aflojarse con un referente menos hostil, este poner patas arriba la trama es un motivo más de condena para los segmentos electorales que habían creído en la «diversidad» del primer experimento nacionalpopulista: tanto para los conservadores, que se encontraron nuevamente en la oposición después de haber rozado la omnipotencia, como aquellos de tendencia socialista que esperaban haber podido su plataforma populista para poner en marcha, si no el verdadero sueño de la democracia directa, por lo menos el desguace de las viejas prácticas transformistas. Los millones de personas que votaron al M5S, en concreto, fueron testigos de una capitulación casi completa de este partido ante las izquierdas moderadas que había prometido combatir. Es difícil sostener que quien se echó a la calle con Grillo gritando «¡que os jodan!» al viejo sistema, confiando en la revuelta populista, pueda ver este movimiento como algo más que una renuncia.

      En suma: las alarmas sobre la variación de los apoyos en direcciones demasiado iliberales no tuvieron en cuenta la realidad de un primer gobierno antiestablishment que terminó muchas veces contradiciéndose y discutiendo, que abrazó intereses muy diversos y quedó reducido a una jaula de complicaciones, como por ejemplo cuando se sometió a la vigorosa disciplina de la Comisión Europea sobre el presupuesto, a pesar de las proclamas de guerra. A pesar de la propaganda diaria antieuropea de muchos representantes del gobierno, algunos ministros se comportaron como verdaderos moderados. En política exterior, el M5S y la Lega han alternado esporádicas veleidades de rebelión contra alianzas tradicionales con un continuismo sustancial.

      La sospecha, basada en las muchas marchas atrás de los nacionalpopulistas en el gobierno en lugar de en revelaciones reales, es que las elites han encontrado el antídoto contra la enfermedad italiana precisamente en los síntomas de esa enfermedad, y que el nacionalpopulismo ha decidido gestionar el declive italiano de las formas menos dolorosas posibles, con numerosos disfraces retóricos, ocultando sus propias limitaciones e impotencia con máscaras cada vez más engañosas.

      ¿Por qué hablo de «deriva»?

      Si el nacionalpopulismo es un síntoma y no una enfermedad; si muchas de las preguntas a las que abre espacio son legítimas; si sus raíces son profundas; si, más que cualquier otra valoración, su revuelta está domesticada en parte por lazos con el mundo exterior con los que quería luchar, ¿por qué es el tono prevaleciente de este libro de angustia prudente por el futuro de Italia?

      Me parece innegable, ateniéndonos incluso únicamente a las pruebas empíricas, que con lanzar gritos de rabia contra el «peligro fascista» a la primera de cambio solo se corre el riesgo de devaluar ese concepto. Igual que tampoco es útil ampliar ad infinitum, como suele hacer la izquierda radical, la categoría de lo que debe llamarse «racista», incluyendo también los centristas que buscan un enfoque realista de la inmigración o los laicos que hacen preguntas sobre la verdadera integración de algunas comunidades en Italia. Salvini estuvo muy bien a la hora de llenar un vacío de poder en el seno de la centro-derecha, en adoptar un mensaje fuerte en un tiempo de declive infinito y en sacar el máximo partido de sus tonos resueltos, divisivos y violentos. Sin embargo, me parece que están sucediendo cosas concretas y preocupantes en el marco político de este país que no pueden aceptarse tan solo como fruto natural de los pecados de la clase política precedente.

      En el transcurso de pocos años la Lega ha visto multiplicarse su apoyo casi por diez, pasando del 4 por 100 al casi 40 por 100, ofreciendo al país mensajes y consignas que llevan referencias continuas a la violencia –no solo verbal–. Es cierto que no hay patrullas armadas en todas partes, pero en Verona y en algunos otros centros menores los neonazis se han «fundido» realmente con la Lega y se han convertido en un poder establecido. Es un mensaje intolerable


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