La Corona De Bronce. Stefano Vignaroli

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La Corona De Bronce - Stefano Vignaroli


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sus risotadas grotescas y de su olor pestilente.

      Capítulo 5

      Cultura es lo que la mayoría recibe,

      muchos transmiten y pocos poseen

      (Karl Kraus)

      También aquella mañana Lucia se despertó con los primeros rayos de sol que se filtraban por la persiana entre los brazos reconfortantes de Andrea. Su cuerpo desnudo, saciado de amor, del amor dado y recibido durante la noche, estaba protegido por los brazos fuertes y musculosos de su amado, que lo envolvían como un caparazón. Conocía a Andrea desde hacía poco tiempo y sin embargo estaba tan enamorada que no habría podido concebir la vida sin él. Si en ese momento se hubiese despertado en la cama sola, ya estaría con un cigarrillo encendido entre los dedos, incluso antes de levantarse. Y en cambio ahora no, ahora estaba Andrea para apaciguarla y no necesitaba nada más. Había descubierto en él a un hombre apasionado por la cultura, por la historia, por la literatura antigua y moderna, y esto hacía de aquel joven el compañero ideal para ella, con el que compartir intereses y pasiones, además de la casa y la cama. Le había preguntado más de una vez qué trabajo hacía y él siempre había respondido de manera evasiva: el antropólogo, el arqueólogo, el geólogo. En definitiva, todavía no había comprendido cuál era exactamente su fuente de ingresos. Para ser un investigador, como se definía, debía tener un apoyo financiero, ser un becario de cualquier universidad como mínimo, ya fuese italiana o extranjera. O tener una financiación de alguna importante organización privada interesada en sus estudios. Ella sabía perfectamente como era muy difícil sacar adelante las investigaciones con los escasos fondos puestos a disposición por el gobierno y el Ministerio de Universidades e Investigación. En cambio, daba la impresión de que Andrea tuviese apoyo económico suficiente para realizar todo lo que se le pasaba por la cabeza. Pero quizás estaba respaldado por la riqueza de su familia de origen. Quién sabe, a lo mejor los Franciolini, a la larga, habían sabido administrar sus bienes de manera más eficaz y productiva que los Baldeschi-Balleani. ¿Pero qué importaba? Ella todavía gozaba del calor, del contacto piel con piel, contrarrestado por el frescor de las sábanas que recubrían en parte sus cuerpos. Afuera, dentro de poco, el sol pegaría fuerte pero los gruesos muros del antiguo Palazzo Franciolini mantenían el ambiente fresco, incluso en pleno verano, sin necesidad de instalar ningún aparato de aire acondicionado.

      Había intentado limitar al máximo sus movimientos pero, en un cierto momento, Andrea había percibido su despertar, había abierto un poco los párpados, había acercado sus labios a su rostro, le había estampado un beso en una mejilla y la había soltado del abrazo con delicadeza. En ese momento Lucia, aunque de mala gana, decidió levantarse. Fue hasta el baño e hizo correr durante un tiempo el agua templada de la ducha sobre su cuerpo, luego, todavía con el albornoz y con los cabellos mojados, fue a la cocina y preparó el café, para ella y para Andrea. Se sentó a la mesa, con la taza humeante delante de ella, retomando con avidez la lectura del texto que había dejado allí encima la noche anterior. Atraído por el fuerte aroma de la bebida al poco apareció Andrea que se puso su café de la jarra y se sentó enfrente de ella, poniendo en funcionamiento la tablet para leer las noticias de la mañana en el sitio ANSA6 .

      ―No entiendo porqué no enciendes el televisor en vez de arruinarte la vista con esa pequeña pantalla. En algunos canales hay noticias todo el tiempo...

      ―No es lo mismo ―la interrumpió Andrea ―Ciertas noticias en la televisión no las ponen. Estoy siguiendo con atención los sucesos de los sitios arqueológicos objeto de destrucción por parte de los jihadistas, de los extremistas islámicos. Los telediarios oficiales nos están haciendo creer que la situación es mucho más grave de lo que es en realidad. Pero, de todas formas, para mí, la pérdida de antiguos yacimientos milenarios es un hecho extremadamente grave. Cuando algunas de estas zonas sean liberadas creo que estaré preparado para irme enseguida para evaluar los daños y ayudar en la reconstrucción histórica de la antigua ciudad. El año pasado hemos visto con Nínive que se pudo recuperar mucho de aquello que los activistas del ISIS habían mostrado como destruido.

      ―¿Y me dejarías aquí sola por unas ruinas milenarias? ―se volvió hacia él cogiéndole la mano y reteniéndola entre las suyas.

      ―Si tú no quieres seguirme, sí. El trabajo es el trabajo, y el mío creo que es muy apasionante. Es verdad que no dejaré de amarte pero non renunciaría de ninguna manera a mis obligaciones.

      Fingiendo hacerse la ofendida Lucia retiró las manos, busco el paquete de cigarrillos y encendió uno.

      ―Sin desdeñar, quizás, alguna aventura amorosa exótica, ¿verdad? Umm… Nunca hay que fiarse de los hombres: son traidores por naturaleza.

      Lucia aspiró con fuerza el cigarrillo y tiró el humo hacia él que se lo cogió de las manos y dio a su vez una calada.

      ―Oh, yo no. ¡Soy un hombre fiel!

      ―Esta afirmación se deberá evaluar. Tienes treinta años cumplidos y haces el amor como una persona experta en la materia. No sé nada de tu vida pasada. ¡Quién sabe con cuántas mujeres has estado antes!

      Para no enredarse en una conversación que no quería tener por nada del mundo, Andrea cambió de tema.

      ―Pero hablemos de tu trabajo. ¿Qué cosa has encontrado tan interesantes en la humilde biblioteca de esta mansión que te ha hecho estar en pie hasta las dos de la madrugada y reencontrarte aquí a las siete de la mañana retomando la lectura?

      A la espera de una respuesta, Andrea aplastó en el cenicero el cigarrillo consumido sólo hasta la mitad. Lucia, nada satisfecha por la dosis de nicotina tomada, sacó del estuche el cigarrillo electrónico y pulsó sobre el botón de encendido. El vapor soplado por la joven se diluyó en el aire de la cocina.

      ―Estos documentos se refieren a la historia de esta ciudad en los primeros decenios del siglo XVI y son interesantes porque describen los acontecimientos sucedidos a la muerte del Cardenal Baldeschi, de manera distinta a como la conocía y de cómo son descritos en los textos oficiales de la historia de Jesi. Es muy extraño cómo la copia de La Storia di Jesi conservada en este edificio, que debería ser igual a las otras dos encontradas en el Palazzo Baldeschi-Balleani y en la Biblioteca Petrucciana, no tiene las páginas arrancadas sino que está íntegra. Pero lo que es más interesante es que algunos detalles se cuentan de manera distinta con respecto a los otros textos que he podido tener entre manos.

      ―¿Por ejemplo? ―preguntó Andrea con curiosidad.

      ―Por ejemplo, yo estaba convencida que otro prelado de la familia Ghislieri había sucedido en el cargo a mi antepasado el Cardenal. En cambio, parece ser que las cosas se desarrollaron de forma distinta y Ghislieri llegó a ocupar este cargo sólo después de un período de tiempo. Pensaba que nunca mi antepasada Lucia Baldeschi había asumido el cargo de Capitano del Popolo y en cambio aquí se cuenta que en el año 1522, durante un cierto tiempo, el gobierno de la ciudad fue llevado a cabo, aunque en colaboración con la clase noble jesina, por una mujer que incluso había evitado una revuelta popular, pacificando los ánimos inflamados con su sensibilidad femenina. ¡Muy extraño para esos tiempos!

      ―Creo que se tiene que evaluar la veracidad de algunas noticias. No es infrecuente que en documentos de épocas remotas se cuenten falsos y clamorosos hechos históricos. Y además, a menudo, quien elaboraba estas crónicas tendía a mezclar realidad y leyenda muy fácilmente. Venga, vistámonos y salgamos a dar una vuelta por el centro histórico antes de que el aire ahí fuera se caliente demasiado. A veces las piedras revelan mucho más que los libros, si uno las sabe interpretar. ¡Déjate guiar por un arqueólogo y no te arrepentirás!

      Convencida de que Andrea sabía muchas más cosas de aquellas que en el curso de algunos meses le había revelado, corrió al baño, dio unas pasadas de secador a los cabellos para acabar de secarlos, se maquilló, se puso una camiseta y un par de pantalones vaqueros y se presentó otra vez en la cocina preparada para salir. Sintió la mirada satisfecha de Andrea sobre ella, dándose cuenta de que, al no haberse preocupado de ponerse un sujetador, la forma de sus pezones estaba perfectamente estampada en la camiseta sin mangas. Pero ¡a quién


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