No me toques el saxo. Rowyn Oliver

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No me toques el saxo - Rowyn Oliver


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el amor no es para mí.

      Llego a la furgoneta y meto la llave en la puerta trasera dispuesto a abrirla y guardar mi preciado estuche, con mi saxofón dentro.

      Abro la puerta y levanto la mano derecha para dejar el saxo en el interior. Apoyo el estuche en el suelo de la furgo, pero soy incapaz de soltar el asa. Mi cuerpo se ha quedado tan paralizado como mi cerebro. Pero... ¿qué demonios está pasando?

      Sucede lo impensable.

      Mi mano sigue estirada, pero poco a poco, mientras hago un intento de tomar aire, suelto el asa del estuche. Mis ojos se han abierto como naranjas y admitamos que por un momento se me hace difícil respirar.

      El saxofón y mis cosas no es lo único que está en la parte trasera de la furgo.

      —¡Tú!

      3

       Pillada

       Cristina

      ¡Pillada!

      No me lo puedo creer. Estoy arrodillada en la parte trasera de la espaciosa furgoneta. Apenas veo nada. Voy palpando, palmo a palmo, toda la superficie del suelo en busca del saxo que tanto deseo. Pero no lo encuentro.

      No me resigno a largarme sin él, por lo que vuelvo a revisar toda la superficie de nuevo. Encuentro algunos estuches, los abro, pero ninguno contiene lo que estoy buscando.

      Casi se me para el corazón cuando he escuchado el ruido de unas pisadas sobre los rastrojos. Sin apenas respirar, el seguro de las puertas ha saltado y esta vez, no solo la trasera, que es la que he forzado para colarme allí dentro.

      Joder, ¿cómo una puede tener tan mala suerte?

      Contengo el aire cuando la puerta se abre y ante mí aparece la peor de mis pesadillas materializada en hombre.

      ¿Cómo después de repasar cada detalle de mi plan ha podido sucederme esto? Seguramente porque los cubatas de más han hecho mella en mis sentidos y no estoy tan ágil como debería para convertirme en una ladrona profesional. ¿Qué ha sucedido? Esta vez no ha dejado el saxo directamente después del concierto, o es que el alcohol ha hecho que perdiera la noción del tiempo.

      Escucho su voz, o lo que intenta ser una construcción de una frase coherente, pero creo que debe estar tan conmocionado como yo, pues no veo que lo consiga.

      —Eeeeeh... mmmm...

      Sí, mi chico no es muy elocuente, pero ya me parece bien. Mientras él vacila tengo tiempo de inventar una excusa o un plan de huida para no acabar mal parada.

      Tomo aire despacio y encogida como estoy, intento parecer una buena chica, aunque no sé exactamente cómo lograr eso. Mmmm... No se me ocurre nada y tener tan mala suerte me pone de muy mal humor.

      ¿Por qué demonios esta noche no ha seguido la rutina de siempre? Lo primero que hace el idiota que tengo enfrente, después de cada concierto, es largarse a poner su saxo en la furgoneta hortera que tiene, luego se toma una cerveza con sus colegas y sigue la fiesta, seguramente hasta la salida del sol. ¿Por qué esta noche no?, ¿por qué después de un mes de aprender sus rutinas de memoria va y las cambia?

      Aprieto los dientes con rabia y respiro hondo por la nariz.

      El saxofón debería estar ahí hacía rato y él agasajado por sus babosas fans verbeneras. El crápula que tengo ante mí siempre se queda hasta el cierre, seguro para ver si pilla alguna grupi desprevenida que pase por alto su bajo coeficiente intelectual.

      No abro la boca mientras lo miro de arriba abajo y pienso que no debo ser tan dura con las de mi mismo sexo, si no fuera un ladrón, hasta podría resultarme guapo. ¿Qué digo guapo? Más que guapo. Metro ochenta y cinco, rubiales, ojos grandes y un talento impresionante para tocar el saxo que me saca de quicio. ¡Sí! Vale, está bueno, pero ser guapo no lo es todo, y este además de idiota tiene un saxo que no le corresponde.

      — Eeeh… —¿Qué le digo? ¿Qué hago?

      Me quedo paralizada. Se me está friendo el cerebro.

      Solo sé, por sus cejas alzadas y su expresión de estupefacción que no puede venir nada bueno de este allanamiento de vehículo.

      —Perdona —me dice con cara de estar flipando. Algo que, reconozcámoslo, es bastante comprensible.

      —Emmm, yo…

      —¿Sí?

      Vamos, Cristina, piensa algo, que tenemos el culo plano, pero al menos de cerebro podemos presumir.

      —¡Te estaba esperando! —Eso es lo primero que le suelto.

      ¿En serio?, ¿te estaba esperando? Sí, eso me he escuchado decir.

      En mi imaginación, un enano saltarín me da en toda la cabeza con una pala. Por idiota. Pero a él no le parece una respuesta del todo surrealista.

      —¿Y por qué? —me pregunta sin comprender.

      Yo comprendo aún menos, pero sí que me parece una gran pregunta.

      Piensa Cristina, me apremio.

      Él parpadea esperando esa explicación, que seguro es más que razonable, para que una tía esté en la parte de atrás de una furgoneta, a las tres de la mañana después de un concierto. Y como existe la explicación más simple, yo la encuentro.

      —Ya sabes…

      —¿Ya sé?

      ¿Qué vas a saber tú?, si eres tonto.

      En mi mente resoplo como un toro de lidia.

      Qué mal me cae el guaperas y la cosa va a más al sentirme presionada para darle una explicación.

      —Quería… —Le señalo y guardo silencio, luego me señalo a mí—. Ya sabes… hacérmelo contigo.

      ¡Un aplauso! ¡Plam! ¡Plam! ¡Plam!

      ¿¡Hacérmelo contigo!? ¡Señoras y señores, qué ingenio!

      Bravo, Cristina, ¿esa es la mejor explicación que se me ha pasado por la cabeza? ¿Qué hace una loca metida en la furgoneta de un músico? ¡Esperarle para echar un polvo! Si es que está cantado. Ahora solo me falta saber cómo salgo de esta.

      Mi ingenio es sorprendente, digno de admirar. Y sorprendido ha sido como se ha quedado al escuchar mis palabras. Más que sorprendido parece estupefacto y algo incrédulo.

      Frunzo el ceño, de hecho... hasta parece que tiene miedo.

      ¿Miedo? A mí no me engaña. Seguro que no es la primera vez que una grupi se intenta colar en su furgoneta para que le haga una sesión privada. ¿Por qué no? Conozco a más de una que lo haría sin problemas. Pero yo... con él... como que no.

      Mi abuelo se avergonzaría de mí, pero creo que he resultado superconvincente. Incluso puedo asegurar que lo estoy haciendo bastante bien, cuando el pobre no puede apartar la mirada de mí y sus ojos casi se le salen de las órbitas.

      —Emmm… no sé qué decir.

      Sonrío. Sí, me gusta que esté noqueado, eso me da seguridad. Alzo una ceja y asiento con la cabeza.

      —Pues sí, montármelo contigo. ¡Ea!

      Le repito por si no le ha quedado claro. Le miro con una sonrisa forzada que seguro a él le parece genuina. No obstante, sigue con cara de desconcierto, algo que me sorprende a mí también, porque estoy más que segura que no soy la primera tía que le espera cerca de su furgoneta para echar un polvo. Puede que no dentro, pero cerca… seguro que tiene que quitarse a las fans de encima a sablazos.

      — Bueno, yo… esto es nuevo para mí.

      ¡Venga ya! ¿Esa es su técnica para atraer a las chicas? ¿Parecer inseguro y casi asustado? ¿Me está diciendo que las chicas no se le tiran encima después de


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