Preguntas para pensar en ética. Tomás Miranda Alonso

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Preguntas para pensar en ética - Tomás Miranda Alonso


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existencia y a orientar inteligentemente nuestra acción. El objeto de estudio de las ciencias es conocer cómo son y cuáles son las causas de los hechos; podemos decir, por tanto, que se ocupan del orden del ser, mientras que la ética se ocupa del orden del deber ser, de cómo deben ser las cosas, de cómo debo actuar. Pero, para responder a estas preguntas de naturaleza ética tenemos que tener en cuenta las aportaciones de las ciencias de la naturaleza, de la biología, de las neurociencias, de la economía, de la sociología, etc. Por otro lado, en la actividad científica surgen problemas de naturaleza ética, como, por ejemplo, los derivados de la investigación con animales y seres humanos o los relacionados con la utilización de determinadas tecnologías.

      Un reciente campo disciplinar de investigación científica es el de la neuroética, cuyo nacimiento se produce a principios de este siglo. Uno de sus objetivos consiste en investigar nuestro cerebro para descubrir en qué medida nuestros códigos de conducta y nuestras decisiones morales se basan en su configuración neuronal. La neuroética trata de descubrir las bases cerebrales de nuestra conducta moral. Un interés similar tiene la también reciente neuropolítica en lo referente a nuestras decisiones y actos en el ámbito político.

      ¿Cómo soy?

      A veces nos encontramos con personas que, para justificar algunas de sus acciones, dicen que ellos son así o han nacido así, y que, por tanto, no pueden cambiar, como sucede en esta canción del cantante y compositor argentino Andrés Calamaro:

      Soy así, no lo puedo evitar,

      pero nunca te quise hacer daño.

      No elegí mi manera de ser,

      a veces me siento un extraño.

      Si pudiera volver a empezar,

      si aprendiera otra vez a caminar,

      ni siquiera podría cambiar,

      porque soy así desde que nací.

      Aprendí a sobrevivir

      y todo se me vino encima.

      Pero no, no te olvides de mí,

      soy el mismo varón de la esquina.

      Si pudiera volver a empezar,

      si aprendiera otra vez a caminar,

      ni siquiera podría cambiar,

      porque soy así desde que nací.

      Ni siquiera podría cambiar,

      qué quieren de mí, si yo soy así.

      La persona que habla en esta canción trata de explicar que el hecho de haber hecho daño a la persona a quien habla se debe a su inevitable manera de ser («soy así, no lo puedo evitar»), que le viene dada desde su nacimiento («porque soy así desde que nací»). Hasta tal punto su conducta está determinada férreamente solo por su herencia biológica que, si volviera a nacer, no podría evitar comportarse como lo hace. Por tanto, podemos decir que su conducta no depende del aprendizaje, sino solo de la naturaleza con la que nace. La pregunta que nos podemos plantear en casos como este es si nos encontramos ante una justificación de una conducta o ante una excusa.

      Los seres humanos nacemos con una dotación biológica genéticamente heredada que nos hace únicos, la cual condicionará, en cierto sentido, nuestra vida. Esta configuración biológica con la que nacemos configura lo que se suele entender por temperamento. Por tanto, el cómo somos depende, en parte, del temperamento que heredamos.

      Desde su nacimiento, el bebé interacciona con su medio ambiente y va adquiriendo a lo largo de su vida determinadas predisposiciones hacia determinadas formas de reaccionar ante los estímulos, las cuales se llaman hábitos. La adquisición de estos hábitos se logra en procesos de aprendizaje, y se basa en la repetición de determinadas conductas. Los hábitos van configurando el modo de ser de cada individuo y la integración de los mismos constituye su carácter, es decir, el conjunto de sus cualidades personales. La conexión que se produce entre los hábitos que va adquiriendo el niño explica la unidad y la fuerza de su carácter, mientras que la falta de integración de los mismos es causa de un carácter débil, inestable y desestructurado. Mediante el aprendizaje y la adquisición de hábitos, el individuo puede ir transformando su constitución biológicamente heredada, es decir, su temperamento.

      Gracias a la educación podemos modificar nuestro temperamento y formar nuestro carácter, y, a partir de aquí, ir eligiendo y configurando nuestro modo personal de ser, nuestra personalidad. Aunque con frecuencia se utilizan con el mismo significado los términos «carácter» y «personalidad», vamos a entender aquí la personalidad como la organización dinámica, en el interior del individuo, de su temperamento y su carácter. Nuestros hábitos configuran nuestra personalidad, la cual se va formando mediante la repetición de acciones que llevamos a cabo de acuerdo con los proyectos de vida que elegimos y los principios y valores que guían nuestra conducta, que dependen del tipo de persona que queremos ser.

      Podemos decir, pues, que cómo sea cada uno de nosotros depende a) de nuestra herencia biológica; b) del carácter adquirido mediante procesos de aprendizaje, y c) de lo que hemos decidido y elegido ser, todo lo cual configura la personalidad de cada uno. Con frecuencia nos encontramos con que no es fácil conseguir lo que nos hemos propuesto, lo que queremos o deseamos, y, por ello, desistimos pronto de intentarlo. Algunos estudiantes se proponen al principio de curso estudiar mucho y sacar buenas notas, pero pronto se cansan y cada vez van estudiando menos. Nuestros propósitos de dejar de fumar o hacer ejercicio físico, por ejemplo, suelen ser abandonados pasado un cierto tiempo. En estos casos solemos decir que nos ha faltado fuerza de voluntad. Teníamos voluntad (del latín volo: querer) de ponernos en camino para conseguirlos, pero no hemos tenido la fuerza de voluntad suficiente para mantener la conducta apropiada para ello. La voluntad nos lleva a querer el bien en nuestras acciones y a esforzarnos para conseguirlo superando las dificultades. De la persona que quiere el bien y orienta su vida para lograrlo decimos que es una persona de buena voluntad.

      El «yo» que somos cada uno de nosotros es un ser corporal, capaz de pensar, de hablar, de crear y de amar; es un ser que tiene dignidad y que no debe ser utilizado como un mero instrumento para conseguir algo. Nuestro «yo» se va construyendo en relación con los demás, especialmente en diálogo con los otros «yoes». Como dice la escritora estadounidense Siri Hustvedt, el «yo» no es un contenedor hermético, sino poroso, de modo que nos convertimos en nosotros mismos a través de los demás. Comienza siendo un mapa genético, pero un mapa que se va expresando poco a poco a lo largo del tiempo y solo en relación con el mundo.

      Mi «yo», el «yo» que cada uno somos, no es un objeto más ni un producto natural solo explicable por las leyes de la biología. No nos relacionamos directamente y en solitario con el mundo. Desde que nacemos, el mundo se nos presenta relacionado a través de los relatos de las personas que nos rodean, de los cuentos que nos leen y leemos, de las canciones que oímos, de las películas que vemos, etc. Pero las palabras que recibimos pueden darnos vida y ayudarnos a crecer o pueden matar. Cuando las relaciones entre los seres humanos son de dominación, es decir, cuando unos son los dueños, los amos, los poseedores, y otros, la mayoría, los explotados, los poseídos, los excluidos, entonces los primeros utilizan un lenguaje y un discurso con el que pretenden mantener y justificar su relación de dominación –discurso dominante–, presentándolo además como el único racional posible –pensamiento único–.

      Vemos el mundo desde la atalaya de las narraciones que hemos oído y con las lentes de las metáforas que nos han alimentado, pero esa visión del mundo se puede agudizar, y podemos ampliar nuestro universo de sentido si somos capaces de escuchar las palabras de los que no cuentan, si nos dejamos hablar por la palabra de los que tienen la boca amordazada. Solo así podremos desarrollar una razón imaginativa y crítica que nos permita ver el mundo con los ojos de los demás.

      ¿Cómo lograr ser como quiero ser?

      Aunque en raras ocasiones podemos conseguir lo que deseamos gracias a la suerte, podríamos


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