Belleza sin aura. Ricardo Ibarlucía
Читать онлайн книгу.hizo cómplice de las provocaciones dadaístas: “De esta manera, el escándalo, que para Apollinaire era solo un medio, se volvió para nosotros un fin”.81
El número 13 de Littérature, aparecido en mayo de 1920, documentó ampliamente toda aquella agitación y dio a conocer veintitrés de los manifiestos dadaístas que habían sido leídos, con frecuencia a varias voces, el 5, 7 y 15 de febrero en el Salon des Indépendants (Grand Palais des Champs-Elysées), el Club du Faubourg (6 rue de Puteaux) y la Université Populaire du Faubourg Saint-Antoine. La recopilación estaba introducida por una declaración colectiva, que denunciaba la existencia de cada vez “más pintores, más literatos, más músicos, más escultores, más religiones, más republicanos, más realistas, más imperialistas, más anarquistas, más socialistas, más bolcheviques, más políticos, más proletarios, más demócratas, más burgueses, más aristócratas, más ejércitos, más policía, más patrias, en fin, demasiadas imbecilidades de todas esas”.82 La selección comprendía textos de Hans Arp, Paul Dermée y su esposa, la escritora rumana Céline Arnauld, editores respectivamente de las revistas Z y Projecteur, el poeta, crítico y coleccionista de arte estadounidense Walter Conrad Arensberg, Paul Éluard, que editaba la “hoja mensual” Proverbe, Georges Ribemont-Dessaignes, Francis Picabia, el filósofo suizo Werner Serner, Tristan Tzara y los directores de la revista.83
Los dos manifiestos de Aragon recogidos, “Moi” [Yo] y “Révélations sensationnelles” [Revelaciones sensacionales], desbordan de solipsismo e incredulidad: “Todo lo que es yo es incomprensible”, repite el primero como una letanía;84 el segundo advierte: “No creo en mis amigos como no creo en mí”.85 Los que llevan la firma de Soupault, en cambio, tienden a reivindicar la postura inicial del grupo. “Littérature et le reste” juega con el verso de Verlaine que motivó el nombre de la revista: “La literatura no existe sino en el corazón de los imbéciles./ Es absurdo dividir a los escritores en buenos y malos. De un lado, están mis amigos, y del otro, el resto”.86 Páginas más adelante, “Machine à écrire Dada” [Máquina de escribir Dadá] hilvana una retahíla de aseveraciones nihilistas, inspiradas menos en el “Manifiesto Dadá 1918” que en las Cartas de guerra de Vaché:
Desde que estamos en el mundo, algunos perezosos han intentado hacernos creer que el arte existía. Hoy, nosotros, que somos más perezosos aún, exclamamos: “El Arte no es nada”.
No hay nada. Cuando todos nuestros contemporáneos hayan aceptado de grado o por fuerza lo que les decimos, olvidarán pronto la inmensa farsa que tiene el nombre de arte.
Para qué obstinarse.
No hay nada;
Nunca ha habido nada.
Pueden gritar y lanzarnos a la cabeza todo los que les caiga en las manos, ustedes saben muy bien que tenemos razón.
¿Quién me dirá qué es el Arte?
¿Quién osará pretender conocer la Belleza?
Tengo a disposición de mis oyentes esta definición del Arte, de la Belleza y todo el resto:
El Arte y la Belleza — nada.87
Los tres textos de Breton —dos de los cuales serían reeditados en Los pasos perdidos bajo el título “Dos manifiestos Dadá”— refuerzan la idea de que Littérature se mantuvo en todo ese tiempo fiel a sus propósitos iniciales. “Bocanadas Dadá”, el único escrito no incluido posteriormente en este libro, consiste en un diálogo aparentemente banal con un humilde viñatero que cree en la Santa Virgen y sueña con jabalíes que lo persiguen.88 “Patinaje Dadá” sostiene que no existe una “verdad dadá” y que una “obra maestra dadá” es a priori un absurdo.89 “No creemos tampoco, naturalmente, en la posibilidad de ningún perfeccionamiento social, aunque odiamos por encima de todo el conservadurismo y nos declaramos partidarios de cualquier revolución, sea cual fuere”, afirma Breton, e insta a superar la experiencia del Cabaret Voltaire: “‘La paz a cualquier precio’ fue la consigna de dadá en tiempos de guerra, del mismo modo que el lema de dadá en tiempos de paz es: ‘La guerra a cualquier precio’”.90 Por su parte, “Geografía Dadá” relativiza como una “anécdota histórica” determinar “dónde y cuándo dadá tuvo nacimiento”.91 Dadá, subraya Breton, no es una escuela pictórica como el cubismo, ni un movimiento político como el futurismo, sino “un estado de espíritu”; así como el libre pensamiento, en materia religiosa, no es una nueva iglesia, “dadá es el libre pensamiento artístico”: el único principio que reconoce es “el instinto” y condena por igual las explicaciones racionales como los dogmas de “la moral y el gusto”.92
La intenciones hegemónicas de Breton se dejan adivinar en un ensayo aparecido en La Nouvelle Revue Française en agosto de 1920.93 Con el pretexto de una defensa de Dadá, elogia a Littérature. Invoca a Lautréamont y Rimbaud y reclama la prioridad de Vaché, pintando a su amigo muerto como un dadaísta avant la lettre, que “siempre rechazó con el pie la obra de arte”: “En el momento en que Tristan Tzara lanzaba en Zúrich una proclama decisiva, el Manifiesto Dadá 1918, Jacques Vaché, sin saberlo, verificaba sus artículos principales”.94 Más adelante, Breton argumenta que pretender asimilar los textos de Soupault, Aragon o Éluard a una forma de “subjetivismo” o “hermetismo” es un error.95 La “exploración sistemática del inconsciente” hace justicia al antiguo concepto de “inspiración” y da lugar al descubrimiento de nuevas imágenes, “creaciones espontáneas”, que son el producto de esa actividad que Apollinaire “calificaba de surrealista”.96 Breton insiste en que “Dadá por su propia voluntad no quiere pasar por una escuela” y afirma que la “excepción común a la regla artística o moral” no les causa más que “una satisfacción pasajera”.97 Una frase de Jacques-Émile Blanche resume su idea sobre el futuro del movimiento: “Dadá solo subsistirá dejando de existir”.98
La “era de las manifestaciones”, como la llamó Aragon,99 generó entusiasmos, pero también la desaprobación de Valéry, Max Jacob y André Gide. Este rechazo, sin embargo, no aplacó la revuelta dadaísta contra todas las formas institucionalizadas de arte; al contrario. En diciembre de 1920, Littérature publicó el acta de la asamblea en la que sus directores y colaboradores habían resuelto, “en resguardo del buen espíritu de la revista”, dejar en claro que la publicación ya nada tendría “en común con las diversas empresas de vanguardia artístico-literaria”, que “toda alusión a un hecho literario en el curso de un texto” implicaría su rechazo, que se continuarían publicando poemas, pero que ni la crítica literaria ni la experimentación verbal se contaban entre sus objetivos, que “ningún texto de naturaleza propiamente filosófica” sería aceptado y, por último, que “todo el mundo, sin distinción de talento, de profesión, de edad, de inteligencia, de moralidad, etc.”,