La rama quebrada. Eileen Lantry
Читать онлайн книгу.que cubriera una vacante como director de carpas para reuniones de evangelización, mientras que Ruby trabajaba en el Sanatorio de Sidney. Luego, al ver la dedicación de Norman, la Asociación le pidió que fuese parte del personal permanente, después de casarse con Ruby en la iglesia de Concord, en Sidney, el 5 de octubre de 1925.
En su primera tarea como pastor de una iglesia pequeña, Dios bendijo el empeño de ambos y levantaron una iglesia de tamaño considerable. Los dirigentes de la Asociación observaron su dedicación a Dios y, a fines de 1926, los invitaron a ir como misioneros a las Islas Salomón.
Mientras esperaban sus certificados de salud durante varios meses, ambos tomaron clases sobre cómo tratar enfermedades tropicales. En ese entonces se sentían inquietos por comenzar su obra misionera en las Islas Salomón y se frustraron por la cantidad de tiempo que tuvieron que esperar. Pero después de comenzar con su misión, se dieron cuenta de que Dios había dispuesto que dedicaran tiempo extra a aprender estas valiosas habilidades médicas. Esto facilitó una clave para mostrar su amor y el amor de Dios. Con esta habilidad, mitigaron muchas clases de enfermedades que mortificaban a los isleños. Dios abrió una puerta para que pudieran utilizar los métodos de Jesús de ofrecer salud física al igual que espiritual.
El 16 de marzo de 1927, Norman y Ruby comenzaron sus aventuras misioneras en las Islas Salomón, entre las tantas aldeas de la Laguna Marovo. La belleza espectacular de la Laguna Marovo consiste en una expansión colorida de aguas tranquilas que se extiende por casi cien kilómetros a lo largo de la costa de la enorme isla de Nueva Georgia en la provincia occidental. Plagada de miríadas de isletas y atolones de un verde vivo, muchas en la actualidad están habitadas de aldeas prósperas que piden que los misioneros vayan a enseñarles.
Mientras estudiaban el idioma, por las mañanas Norman enseñaba mediante un intérprete en la Escuela de Capacitación de Batuna, supervisaba a los alumnos en las huertas de la misión y trabajaba en el aserradero por las tardes. Este aserradero producía la madera que Norman utilizó para construir su primer hogar. La construcción le llevó varios meses.
Los Ferris disfrutaban especialmente los fines de semana cuando partían del puesto misionero en canoa y frecuentaban las tantas aldeas junto a la laguna. Con su equipo médico a mano, visitaban cada hogar.
Después de conversar un rato, trataban las úlceras tropicales, la malaria, las afecciones de la piel y otras enfermedades. Antes de dejar el hogar, siempre oraban con la familia. Así hacían amigos para Jesús.
Después de vivir varios meses en la isla Nueva Georgia, Ruby se enfermó terriblemente. La malaria la debilitó y la quinina convirtió sus mejillas rosadas en amarillas. Luego descubrió que estaba embarazada. Como su intensa enfermedad no cedía, los futuros padres oraron fervorosamente en busca de sabiduría y dirección de parte de Dios. ¿Qué quería Dios que hicieran: arriesgar la vida del bebé y de Ruby o regresar a Australia?
Abrazando a su amada, Norman oró:
–Dios, ¿qué haremos? No queremos estar separados. Ambos amamos a las personas de este lugar. Por favor, muéstranos qué es mejor para la obra misionera que nos diste, y por el querido bebé que ya amamos.
La respuesta llegó cuando los dirigentes de la Misión decidieron que, debido a la salud de ella y del futuro bebé, Ruby debía regresar a Australia, y quedarse con sus padres hasta que naciera el bebé. Con lágrimas, la triste pareja se despidió. Ruby dio a luz una hermosa niña el 15 de enero de 1928, en el Sanatorio de Sidney. La llamó Norma en honor a su papá.
Cuando la bebé Norma tenía apenas pocos meses, Ruby reservó un vapor para Brisbane, y luego continuaría hasta las Islas Salomón. Aunque se sentía debilitada por sus frecuentes accesos de malaria, sintió la obligación de regresar con el papá de la bebé. La falta de sueño debido a que la bebé tenía cólicos, se sumaba a su cansancio. Dos días después, cuando llegaron a Brisbane, la bebé Norma contrajo una forma de gastritis. Como estuvieron en el puerto todo el día, la preocupada madre se puso en contacto con un médico. Después de examinarla, el médico le habló amablemente pero con firmeza:
–Mi querida primeriza, usted no debe ir a los trópicos con esta bebé enferma y delgada. Ella morirá. ¡Por favor, no siga!
Ruby se puso en contacto con la única mujer que conocía en Brisbane, que la ayudó a encontrar una amiga que la acogería hasta que ella pudiera notificar a su familia en Sidney. Al regresar al barco, les contó su problema a los encargados. Sin compasión, descargaron todas sus posesiones en el muelle, incluyendo un catre, pañales y mucho más, a las diez de la noche. Afligida, vio zarpar el barco que la habría llevado hasta el hombre que amaba, sin ella.
La hermana de Ruby, Mary, enfermera profesional, sacó pasaje en un barco que transportaba pasajeros a lo largo de la costa de Australia. Pronto llegó a Brisbane para atender a la madre enferma y a la bebé. Regresaron juntas, y se dirigieron directamente al Sanatorio de Sidney. Incluso en el sanatorio, la bebé Norma lloraba casi continuamente y dormía poco hasta que Ruby se agotó tanto que apenas podía moverse. Después de varias semanas una pediatra, la Dra. Freeman, regresó al sanatorio de un curso de posgrado sobre atención infantil al que había asistido en Irlanda. Ella inmediatamente le suspendió la dieta prescrita y le dio Granose, un cereal integral cocido. En pocos días Norma cambió: no más diarrea, dormía mejor y era una bebé feliz. Durante las semanas siguientes la pequeña Norma se alimentó con Granose y leche. Obviamente se había vuelto alérgica a la otra dieta.
Ahora, con la esperanza de partir pronto, Ruby llevó a su bebé para una última consulta. La doctora le advirtió:
–Usted tiene una bebé hermosa y sana ahora. Sin embargo, no puedo permitir que la lleve a los trópicos por un par de años.
Llena de desesperación y frustración, le escribió a Norman contándole el problema con todo detalle. Él respondió a su carta: “Mi querida Ruby, estoy muy triste por ti, pero estoy feliz de que la pequeña Norma ande tan bien. Tendrás que decidir entre dos alternativas difíciles. Primero, dejar a la bebé con tu hermana Mary, y regresar conmigo hasta nuestro próximo furlough1. Segundo, si no puedes dejar a nuestra preciosa bebé, deberé posponer nuestra obra misionera aquí y regresar hasta donde está mi querida familia. Entiendo plenamente tu problema, pero no creo que sea correcto que yo sea el que te diga qué hacer. Tú tendrás que tomar la decisión. Te amo y estaré orando para que hagas la voluntad de Dios. Te amo, Norman”.
Ruby alzó a su hermosa hijita de cabellos rizados y lloró angustiada.
–¡Ayúdame, Dios! Por favor, muéstrame tu voluntad. ¿Debo dejar a mi querida bebé, o debo regresar al trópico y servirte allí con mi esposo? ¿Cómo puedo dejar a mi preciosa bebé?
De repente un texto bíblico percutió en su mente con toda su fuerza. “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mat. 10:37, 38).
Con una intensa lucha, Ruby escogió llevar su cruz y dejar a su preciosa Norma. Sabía que no podría encontrar a nadie mejor que a su hermana Mary para que la atendiera.
El corazón de Ruby casi se quebró cuando el vapor zarpó del muelle. Pero sintió paz al saber que el amor de una madre puede ser egoísta si se interpone en el camino de servir a Dios y el bienestar de su hija. Su sacrificio le parecía poco al considerar que Dios dio a su único Hijo a la raza humana para siempre. Ella sentía urgencia de unirse a su esposo para llevar salvación a las personas que vivían en la oscuridad del paganismo y que si aceptaban el amor de Dios algún día podrían estar más cerca que los ángeles sentados con Dios en su trono.
Lleno de alegría de tenerla de vuelta después de meses de separación, Norman con mucho gusto le devolvió los deberes hogareños a ella. Entre las tareas de ayudar a Norman con la obra misionera, Ruby hacía hermosos vestidos para enviárselos a Norma, y a menudo pensaba en Ana de la Biblia que hacía túnicas para su hijo Samuel. Con gozo le agradecía a Dios por la casita que Norman había construido íntegramente con la madera del aserradero mientras ella estaba en Australia.
Apenas