Por qué se suicida un adolescente. Héctor Gallo
Читать онлайн книгу.y el padre quieran escucharlos, “pues a uno lo escuchan más fácil los de afuera; un vecino y el amigo”. (31)
La falta de comunicación, dicen los entrevistados,
[…] contribuye para que niños de 8 y 9 años se suiciden, pues si todos habláramos sacaríamos esas cosas que nos ahogan, y si hubiera bastante apoyo se evitarían muchas cosas malas. En los colegios hay un psicólogo para muchos alumnos; a él va a contar muchas cosas el adolescente, que no es capaz de decir en la casa. (32)
La pregunta que, en estos casos, hay que dejar planteada es la siguiente: aparte de activar el protocolo correspondiente a la ruta de atención en salud o de denunciar ante las instancias directivas del colegio si se trata de algo relacionado con violencia sexual, física o psíquica, ¿qué otra cosa se autoriza a hacer el psicólogo de la institución educativa con aquello que van a contarle los niños y que en no pocos ocasiones y por distintas razones, esperan que se guarde confidencialidad? No basta con que las directivas de un colegio digan que ahí se escucha a los niños, adolescentes y jóvenes que hacen parte de la institución y que allí se conducen como si todos formaran parte de una familia –amistad, cuidado, acompañamiento, solidaridad, respeto–, valores que constituyen la familia imaginaria que todos quisiéramos tener; también hay que formarse profesionalmente para saber hacer con eso que se escucha y dicha formación no la dispensa la universidad.
Las ideas espontáneas de la gente del común sobre un fenómeno tan enigmático como lo es el suicidio, si bien no lo explican, sí dan cuenta de la importancia de que en las instituciones de salud, en las instituciones educativas, públicas y privadas, se implementen, de manera decidida, dispositivos de escucha, en donde les sea dada en serio la palabra a los niños para que ellos y los adolescentes que sufren aprendan a escucharse a sí mismos. En las instituciones públicas de salud, lo común es contentarse con tener a una persona que, entre otras cosas, se encargue de los indicadores de suicidio, con dar cuando más tres citas al año de psicología y con ordenarle al psicólogo remitir al adolescente deprimido al psiquiatra, para que su vida sea medicada.
Una joven entrevistada, encargada de recibir los reportes de suicidio o de intentos de suicidio en un hospital y que luego le fue encomendada la labor de manejar los indicadores del mismo fenómeno en una alcaldía, dice lo siguiente: “acá, a la Alcaldía, no me llega sino como el número; pero cuando trabajaba en el hospital, sí me tocaba hasta reportarlos, y leerlos”. Pasa de reportar los suicidios y de leer el informe, a recibir un número, o sea que el tratamiento dado al suicidio a nivel oficial es bastante frío. Cada suicida simplemente pasa a hacer parte de una cifra que engrosa las estadísticas y de este modo se termina banalizando el fenómeno o, como dicen los investigadores sociales, naturalizándolo y haciéndolo parte de una epidemia que habrá que ver cómo se erradica o al menos se disminuye porcentualmente.
Cuando se trata de un fenómeno psíquico y social como lo es el suicidio, el problema es que no hay vacuna para erradicarlo, y si para prevenirlo se empieza a hablar en todos lados del fenómeno, en lugar de disminuir, aumentará. Esto fue lo que sucedió en Medellín, con unas campañas preventivas contra la anorexia de las adolescentes. La respuesta fue: no pocas de las niñas de la ciudad, cuyos padres gozaban de buenos ingresos, pasaron a ser diagnosticadas como anoréxicas; de este modo, las cifras aumentaron de manera alarmante y con ello también la consulta por anorexia: todas anoréxicas, pues la identificación histérica produce epidemias, sobre todo entre adolescentes, y ser anoréxica puede dar una identidad. No es gratuito que, en esa época, no pocas jóvenes ingresaron a grupos de anoréxicas por redes sociales para intercambiar alrededor de este significante.
Alguna vez recibí a un adolescente con un empuje bastante fuerte al suicidio, pero mi hipótesis es que no pasaba al acto porque se volvió el líder, por internet, de un grupo de adolescentes suicidas. Solo vino a verme tres veces, pero de acuerdo con sus allegados, al parecer había logrado que el grupo quedara muy diezmado, en tanto la mayoría se había ya suicidado con su eficaz orientación. Me quedó la pregunta qué iría a pasar con él si en algún momento, por sustracción de materia, perdía esta nominación que se había inventado: ser el que sabe cómo orientar hacia el suicidio a otros adolescentes o a hacerse daño en el cuerpo.
La joven entrevistada a la que hice alusión hace un momento dice que hubo un caso que le pareció muy impresionante y difícil de superar:
Dos muchachitos, como de 15 o 16 años, que a cada uno lo dejó la novia, se tomaron un frasco de formol. Uno murió y otro estaba mal, pero alcanzó a pedir ayuda y lograron llegar. A él le preguntaban: “¿usted por qué se arrepintió?”. Y decía que porque le dolía ver su amigo así. (33)
Ver al amigo agonizando operó como un límite que lo detuvo, le impidió permanecer en silencio, y de este modo rompió el silencio con respecto al Otro, silencio que es propio del pasaje al acto, pues la pulsión autodestructiva encuentra, en el pasaje al acto suicida, su momento más esplendoroso para ponerse en escena en forma silenciosa.
El hecho de que los dos adolescentes hubieran intentado acabar con su vida a partir de una ruptura amorosa reactivó en la joven entrevistada un episodio semejante, que con anterioridad la había dejado en una condición psíquica que interpretó como similar a la de los adolescentes. Ella, igual que los adolescentes, tuvo una desilusión amorosa, estuvo mal psíquicamente y debió tomar antidepresivos, pero en lugar de pasar al acto suicida, se conformó solo con pensarlo.
La joven considera que la causa de la tragedia fue que seguramente no tenían quién los apoyara: “¡ay, no!, yo pienso que si usted tiene quien lo apoye, quien lo escuche, quien lo anime a salir adelante, uno no se encierra y no toma esas decisiones”. (34) “Apoyo” evoca sostén, algo que sirve de soporte en un momento dado para no caer, es una especie de salvavidas en momentos de urgencia.
A la desilusión amorosa de la joven entrevistada también se sumó, en el pasado, el intento de suicidio de un familiar. Al parecer, se tomó unas pastillas porque estaba aburrido e igualmente intentó ahorcarse. En este caso, ella se explica el acto aduciendo que “tenía como una tristeza por aburrimiento”. (35)
Dice haber escuchado que su familiar
[…] se había intentado quitar la vida porque había peleado con la esposa, que era su único apoyo. Perdido el apoyo, le tocó irse para la finca porque la esposa le había dicho que no quería vivir más con él; era también la soledad. Entonces yo también pienso que es la falta de apoyo de él, de la familia. (36)
En este caso, más que de un pasaje al acto suicida, se trata es de un acting-out, es decir, de algo dirigido al Otro, de un llamado a su familia, de tal manera que el cálculo suicida fue hecho inconscientemente para que el acto no fuera letal.
La joven dice que al familiar le encontraron “algo de base psicológica”, pero que afortunadamente la esposa vino y lo rescató, y ya vive con ella y cuenta con el apoyo de los hijos. Alguien se intenta suicidar o se suicida, cuando supone que ya no hay quien lo rescate. En este caso, el convencimiento del desamparo no era absoluto, pues su intento de suicido fue un acting-out que se constituyó en un llamado al Otro para ser rescatado. El llamado fue escuchado, pues “ya están más pendientes de él, se lo llevan para donde un hijo, después para donde el otro”. (37) El sujeto se hizo ver empleando una vía extrema y le dio a entender a la familia lo fundamental que era para él.
Aparte de las explicaciones ya dadas por la joven entrevistada acerca de por qué se suicida una persona, tenemos estas otras que me parecen dicientes. Refiere que si una persona
[…] no mira muy bien lo que tiene, se gana la espalda de todo el mundo, y esto lleva a tener que llamar la atención con un intento de suicidio o haciendo algo para que le den a uno el cuidado que uno espera o merezca o quisiera, pues a quien le dan la espalda es porque seguramente tampoco siembra mucho amor. (38)
Esta sabiduría popular indica que uno recibe lo que siembra y que en este sentido es plenamente responsable de lo que cosecha.
La joven entrevistada también se refirió a un niño de 13 o 14 años, que llevaban mucho al hospital